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—¿Sos el Canelo? —se quitó las gafas Lionel para percibir bien al mexicano.

—Sal, tú y yo tenemos cosas pendientes por arreglar —el colorado estaba a punto de explotar: se masajeaba los puños de manera intercalada mirando de manera caótica al hombre sentado frente a él.

—Saúl, ¿qué haces aquí? —se giró a verlo con el ceño fruncido y cierto todo de molestia: no quería asustar al omega.

—Me enteré que aquí estaba el pendejo argentino que se atrevió a deshonrar a nuestro país. ¿Por qué chingados estás con él? —señaló al omega—, ¿ahora eres un traidor al país que tanto te ha dado?

Memo se giró de nuevo pero para ver al otro, y era la primera vez que veía al argentino con tanto miedo: sus ojos estaban suplicantes con la boca semiabierta. Era lógico: el Canelo era un alfa dominante, y uno demasiado agresivo si se metían con sus cosas, y aunque Lio fuera un omega con poco —casi nulo— miedo a los alfas... su naturaleza era su naturaleza, y no podía evitar sentirse en peligro ante la imagen del alfa gruñiéndole con los ojos llenos de sangre.

Pero el de rizos no podía seguir permitiendo esto.

—¡Saúl!, ¡basta! Lio, quédate aquí por favor —Memo se levantó rápido de su silla y tomó fuertemente al otro alfa enfurecido del brazo para salir y llevárselo al estacionamiento.

Pero antes de irse le regaló una sonrisa al más chico intentando tranquilizarlo.

Su lado animal estaba a punto de pelearse en ese mismo instante con el boxeador, pero intentó controlarse para no asustar más al omega. Ya tenía bastante con la escenita y el aroma agrio que había desechado de su cuerpo el Canelo.

Cuando llegaron al estacionamiento, verificó que no hubiese nadie a sus alrededores y le dio una cachetada al boxeador para después agarrarlo de los hombros.

—¡¿Qué chingados estás pensando, pendejo?!

—¡Eso te pregunto a ti! —Saúl lo empujó, pero el coraje que tenía el alfa de rizos era más grande, moviéndose muy levemente de su lugar.

—Por si no lo sabías, lo estoy cortejando a esa persona que se encuentra de allá adentro —señaló al restaurante—, y si es necesario pelearme contigo para que no lo lastimes, lo haré aunque me duela porque eres mi amigo.

—¿¡Qué mamada acabas de decir!?, ¿¡cómo se te ocurre cortejar al pinche argentino que pisoteó a nuestro país!?

—Saúl, ¡es un malentendido! Deja de ser un animal por una vez en tu puta vida —escupió las palabras mientras lo seguía sosteniendo de los hombros.

—Si es un malentendido, que venga él a explicármelo. ¡Él!, ¡que sea tan machito de venir a decírmelo a mi cara así como pudo pisar nuestro escudo!

—Yo no voy a permitir que te acerques a él en el estado que estás: eres una amenaza. Lo tenías azorrillado, ¿cómo crees que debe estar ahorita si hace unos minutos querías golpearlo?

Saúl suspiró y agachó la cabeza: era muy impulsivo.

—Mira, güey: el pedo no es contigo —le enseñó las palmas de las manos en modo de tregua—. Sé que eres una persona muy patriota y que no dejarías que alguien insultara a México frente a ti, pero él... ¡a él sólo le importa su pinche país!

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