EPÍLOGO

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El día que Aonung y yo les permitimos a nuestras almas besarse frente a Eywa supimos que, desde ese momento, seríamos un solo ser, hasta el final y el principio de todas las vidas que nos esperaban.

Solía verme como un error; un fallo que jamás tendría la eclosión en la que obtuviera sus alas. Algunos me vieron como un experimento; otros como una oportunidad. Luego de tanto sufrimiento, yo misma aprendí a verme como el milagro de la Gran Madre, hermoso y transparente como el agua.

Mi existencia fue la llave para que una nueva raza, atada a las almas que estuvieron años extraviadas, surgiese en Pandora. Aonung y yo dimos frutos, productos de nuestras promesas.

Después de todo, el origen se basaba en ello: el amor. Y éste, en cada especie de Pandora, significaba algo más que un mero sentimiento. Lo sé porque aprendí a verlo aún con mis ojos cerrados.

Un segundo con Aonung valía toda una vida. Un respiro de él era todo el oxígeno que mis pulmones necesitaban. Una caricia suya era la verdad de todas mis dudas. Estaba en todas partes, en el suelo que pisaba, en el mar que me bañaba, en el cielo que nos abrigaba; en cada fragmento de mi alrededor, lo encontraba a él.

Aun cuando los humanos desaparecieron de estas tierras, era poco probable que no volviesen. Una vez que la codicia nace, no muere. Por lo menos, no del todo. Siempre quedan cicatrices impacientes por sangrar. ¿Pandora está lista para ello? Sí. Una madre percibe el peligro cuando se acerca. Una madre protege a sus hijos. Ahora lo comprendo, pues dentro mío un nuevo, diminuto, frágil y delicado corazón comenzó a latir.

Caminé a través de la soledad, el rechazo, el temor, la inseguridad y la muerte. Valió la pena.

— ¿Caracol?

Observé al chico aproximarse. Parecía curioso y algo agitado. Llegó hasta donde me hallaba, sentándose junto a mí en la orilla del mar. Completo descansaba cerca de mis piernas flexionadas.

— He estado buscándote por todos lados —suspiró, acariciando con lentitud mi mejilla—. ¿Qué estás haciendo aquí?

— Meditaba —sonreí, apartándome los cabellos que el viento acercaba a mis blanquecinas pestañas.

— Últimamente meditas mucho —soltó una ronca risa.

Su atención bajó de mis ojos a aquella zona de mi anatomía que crecía cada día más; donde mi Ilu reposaba su hocico.

Aonung llevó ambas manos a mi abultada barriga, se inclinó y depositó innumerables besos que me sacaron la más amplia de las sonrisas.

— No vuelvas a desaparecer así, ¿bien? Necesito saber, cada segundo, que tú y el pequeño Caracol están a salvo.

— No tienes por qué preocuparte. Creo que falta demasiado para que la paz se acabe —bromeé, llevando mis dedos a su rizado cabello—. Lo siento, sólo... por un momento quise estar sola. Aunque, ahora que estás aquí, me doy cuenta que prefiero esto... ¿Recuerdas la historia que te conté hace años sobre Oniria e Insomnia?

— La tengo presente junto con tu esencia.

— ¿Crees que volvieron a encontrarse?

Por largos segundos, tuve los ojos del chico sobre mí, analizándome con detenimiento y profundidad. Se enderezó, moviéndose hasta colocarse pegado a mi espalda para así envolverme en sus fuertes brazos.

Colocó el mentón en mi hombro, besándome la mejilla.

— Claro que sí, ¿sabes por qué? —tras mi silencio, prosiguió—. Porque yo las volví a juntar. En la oniria te encontré cuando no estabas; te soñé una y otra vez. Y en la insomnia me mantuviste, sin poder dormir, pensando en el tiempo perdido pero que compensaríamos cuando volvieras. Si alguna vez murieron, yo logré revivirlas.

No cabía duda. Amaba a ese hombre con todo lo que la Gran madre me había otorgado.

...

...

...

Querida luz que conoce cada parte de mí, ¿sigues ahí?

¿Cuánto tiempo ha transcurrido? ¿Quieres saberlo?

Bueno, no puedo soltarlo tan fácilmente porque, justo ahora, no sé si esto es el pasado, presente o futuro para ti, que lees esto.

Estamos a años luz de distancia. Estamos a años luz de nuestra imaginación onírica.

¿Existes?

Sí. Pues estas letras no tendrían latido si no fuese así.

¿Existo?

Si has llegado hasta aquí...

...es porque sí.



¿FIN?

No.

¡EL PRINCIPIO DEL FIN!

-*-

Incapaz de percibir tu forma,
te encuentro a mi alrededor.
Tu presencia llena mis ojos con tu amor,
pone humilde a mi corazón,
porque estás en todas partes.


—La forma del agua, Guillermo del Toro.


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MAWEY || Ao'nungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora