EXTRA IV

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Mi hijo no fue presentado al pueblo inmediatamente cuando nació.

Aunque Jake y los mayores deseaban que lo hiciera, quise que todos lo conocieran frente al árbol de las almas de mi pueblo. Era ciertamente complicado, pues la llegada a las montañas nevadas demoraba unas cuantas horas; además del traslado, claro. Aun así, Aonung cumplió mi deseo. Comunicó a todos dónde sería la presentación de su primogénito y, así, ayudados por los Omaticaya con los que Neytiri se puso en contacto, salimos hacia mis territorios.

Para mi sorpresa, Nüra le permitió a Aonung conectarse a ella para que fuese él quien la guiara en el camino; la confianza que yo le tenía al chico se hacía visible en ella. Me senté detrás suyo, cerciorándome de que mi bebé estuviese cómodo en la tela atada tras mi espalda y cuello que lo mantenía oculto en mi regazo. Sonreí, incrédula de que aquel hermoso ser estuvo dentro mío. Podrá sonar extraño, pero, de alguna manera, mi interior extrañaba acunarlo.

— ¿Cómo va? —me miró de soslayo Aonung.

— Duerme —sonreí.

Los fenómenos que sucedieron durante mi parto continuaban siendo una interrogante. En el fondo, estaba segura de que un aliento antiguo comenzaba nuevamente a aflorar. Mo'at más que ninguna otra Tsahík que conocía, lo sabía. Su conexión con Eywa iba más allá de lo terrenal, eso la acercaba a tener un enlace parecido a los de nuestros antepasados, uno poderoso y sagrado. En mis venas recorría la luz de éste, con cada día que avanzaba podía sentirlo más; la necesidad de revivirlo. ¿Aquello era lo que estaba sucediendo? Si era así, ¿qué tan profunda y energética era la relación entre la Gran Madre y los Na'vi?

Pandora no despertó sola. Eso era una verdad hermosa y llena de misterio. Algo se aproximaba. Puedo sentirlo en cada componente de mi ser.

La montaña de los Vaneir nos recibió con el frío característico de la zona. Una vez que descendimos hasta donde se encontraba el árbol blanco, se formaron los círculos suficientes para que cada Na'vi presente cupiera en el sitio. Aonung y yo en cambio, nos quedamos en el centro junto al Gran árbol, tomados de la mano. Mientras todos colocaban sus brazos alrededor de quienes se encontraban a los lados, nosotros bajamos la mirada a Tanhí.

Ya era hora.

— Como la brisa que se desvanece, queda un rastro de existencia infinita. Bajo el amparo de Eywa, se presenta una nueva llama. Que por su piel recorran nuestros ríos, nuestras selvas, todo lo salvaje de la naturaleza. Que la vida de ésta, sea la suya. Que la muerte de ésta, sea la suya —la Tsahík de los Omaticaya habló desde su lugar, observando la claridad con la que el árbol tras nosotros brillaba.

— En el final de las cosas, renace el principio —esta vez fue el turno de Ronal—. Que el llanto de aquel pensamiento hecho alma —apuntó hacia el bulto cubierto por telas en mi regazo—, bañe hasta limpiar el último signo de maldad.

MAWEY || Ao'nungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora