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Sentí unas manos sobre mí.

En mi cintura, abdomen, en mis pechos. Cómo éstos eran amasados, y dejé escapar un jadeo.

No quería abrir los ojos.

De repente, me di cuenta de algo.

No llevaba ropa.

Una cálida boca enredar su lengua en mi pezón derecho y unas manos acariciar mis muslos me hicieron sentir la necesidad de abrir los ojos, de ver a aquella persona que estaba tocándome.
Se separó de mí y sentí un suspiro cerca del sur de mi cuerpo. Inmediatamente me estremecí y me vi obligada a abrir los ojos, enfrentar a la persona que estaba haciéndome eso.

No había nadie.

Había tenido un puto sueño húmedo y pensando en...

Dios.

Estoy enferma.

Me levanté sudada y con las bragas mojadas. Podía notar que había atardecido, siendo alrededor de las siete u ocho de la tardenoche.
Llevaba puesto mi pijama de gatitos, que consistía en unos pantalones largos estampados y holgados junto a una camisa (manga larga también) abotonada, así que no me molesté en cambiar mi ropa. Amarré mi cabello en un moño desordenado, lavé mi cara con agua fría para espabilar y me puse mis pantuflas de gatos también, para salir de mi habitación.

Cuando fui a la sala de estar, mi madre estaba sentada en el sofá con una musculosa blanca y una bermuda de algodón, tecleando cosas en su Mac. Me preguntaba si no tenía frío.

Al verme sonrió y me atrajo hacia ella.

— ¿Dormiste bien? — Asentí y dejó un beso en mi frente, acariciando mi cabello.

— Esa cama es demasiado cómoda. — Tenía que admitir, y rió levemente. — ¿No tienes frío? — Traté de no fijar mi vista en sus hermosos y bien trabajados abdominales. La musculosa era fina, así que se transparentaban aquellos cuadraditos que comenzaban a exasperarme de lo perfectos que se veían.

— No, cariño. Estoy acostumbrada a las bajas temperaturas y la chimenea está encendida, no tengo problema.

— ¿Qué escribes ahí? — Husmeé entre su computador y soltó una risita mientras envolvía sus brazos en mi cuerpo.

— Niñita traviesa. Es sólo trabajo, pequeña.
— Me estremecí cuando me llamó de esa forma y lo notó. Ella creía que tenía frío. — ¿Te sientes bien? Puedo prender la calefacción o-

— Mamá, estoy bien. Fue sólo un escalofrío.
— Me molestaba que todos me cuidaran como si fuera de cristal.

— Está bien, está bien. Voy a hacer la cena. ¿O prefieres que pida algo? — Su hermoso cabello cortado en capas se movía perfectamente fluido con cada movimiento que realizaba, y nunca iba a dejar de recalcarlo. Todo en ella es impecable.

— La haré yo. — Su sonrisa se ensanchó al oír eso.

— Sorpréndeme.

Me levanté de mi lugar y caminé hacia la cocina. Allí encontré muchísimas cosas, pero entre ellas decidí tomar unos fideos, no sin antes lavar mis manos perfectamente. Abrí el refrigerador, tomé morrón rojo y verde, y caldito, sumado a una salsa de tomate.
Corté todas las verduras y abrí el freezer para sacar carne, que sabía que estaría allí. La curé y quité toda la grasa hasta dejarla impecable y mientras el agua y las verduras estaban en la olla eché un poco de salsa de tomate, aunque el caldo estaba haciéndose ya con algunas cosas previas que decidí poner, entre ellas, papa cortada en cubitos. Tiré la carne y eché un poco de vino blanco; dejé que el alcohol se evapore unos minutos y cuando ya estaba casi listo puse los fideos también.
Poco a poco se comenzaban a hacer.

Sentí una cálida presencia detrás de mí, y unos fuertes brazos envolver mi cintura. Inmediatamente me puse tensa y dura como una roca, apretando los labios y casi dejando caer el cucharón en la comida.

— Esa mierda huele deliciosa, Jen. ¿Qué es? — Olisqueó y trató de sacar un poco, aunque de un manotazo amistoso la saqué. Rió un poco.

— Guiso, mamá. Te prometo que está buenísimo, siempre me sale delicioso. — Alce mi rostro con altanería y besó mi mejilla tiernamente. Me deshacía en su toque, e inconscientemente apretaba las piernas.

— Vaya a poner la mesa. Dos pares de cubiertos, dos platos y dos vasos. Sumado a alguna bebida que tenga por ahí, apúrese.
— Señalé con el utensilio de madera, y alzó las manos en expresión de paz. Su cabello sedoso y bien cuidado se movía cuando ella lo hacía, excepto su flequillo.

Tiene más estabilidad que yo.

Una vez terminé el alimento, llevé una tabla de madera y encima puse la olla con la comida, queso rallado y de más.

Jamás había pensado que ver a alguien comer pasta sería tan... caliente.
Envolvía el tenedor con sus perfectos labios y emitía jadeos de satisfacción. Cortaba la carne y luego la mordisqueaba despacio.

— Esto es realmente delicioso, Ruby.
— Saboreó hasta el último pedazo. — Tenemos nueva cocinera en la casa, al parecer... — Sus ojos ahora oscuros se encontraban mirando mis clavículas marcadas.

— Oh, sí. Nada de pedir comida a domicilio excepto los domingos en la noche. — La apunté con un dedo y rió. — Voy a llevar los platos a la cocina y los lavo... — La olla había quedado vacía. Al parecer ambas éramos de buen comer.

Me ayudó a levantar la mesa y luego, una vez lavamos todo, sacó helado de oreo del refrigerador. Le agradecí a ella y al Dios de los helados. Nos sentamos en el sofá a comerlo con grandes cucharas mientras nos poníamos a ver una serie, envueltas en una manta y con los cuerpos pegados, dándonos calor entre ambas.
Yo estaba abrazada a su torso y ella tenía su mano en mi pierna, su largo brazo envolviéndome por completo me hacía sentir extrañamente confortada.
Me estaba durmiendo al sentir tanta paz en la atmósfera, y efectivamente, caí en un profundo sueño del cual no desperté sino hasta que sentí a mi madre tomarme en brazos para llevarme a mi nueva habitación. Prendió la calefacción y me tapó con una sábana y un acolchado; las temperaturas eran realmente bajas, algo como -10 grados y yo soy muy friolenta, además de que la catástrofe ambiental comenzaba a cobrarnos factura. Los veranos eran más calurosos y los inviernos más fríos, o hasta al revés. El calor se sufría más en invierno y viceversa. Pero éste especialmente se había vuelto sumamente helado.

Horas después, desperté por un golpe.

Abrí mis ojos con lentitud al oír aquel inusual ruido, considerando que mamá debe estar dormida ahora mismo, además de que la casa es silenciosa en todos sus aspectos, pues tiene paredes y vidrios insonorizados para no molestar a los vecinos si hay alguna fiesta.
Me levanté con cuidado y sentí mucho frío de manera inmediata, así que llevé una manta polar conmigo. Me puse mis pantuflas y comencé a caminar por el desolado lugar. Todo estaba en perfecto estado, pero...

¿Si mamá se había lastimado y por eso fue el golpe?

No quería pensar cosas negativas, pero,
¿Qué más podría ser si no?

Comencé a caminar con lentitud hacia la zona de su cuarto, que estaba separada del mío; oí un jadeo.

Ay, Dios, quizás si se golpeó.

Apresuré mi paso para llegar a mi encuentro con ella, pero la puerta estaba entreabierta. Decidí espiar un poquito para ver qué pasó.

Lo que encontré fue...

[...]

𝗛𝗲𝗮𝗿𝘁 𝘁𝗼 𝗛𝗲𝗮𝗿𝘁 | 𝗝𝗟Where stories live. Discover now