Capítulo 3:

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Ya había transcurrido parte del día desde que Serena había pisado McLaren House. Desde entonces, ella no se había dignado en salir de la habitación, ni mucho menos, se había vuelto a encontrar con el conde. 

Aún se preguntaba: ¿qué diantres le había pasado en ese instante en el que se encontraba junto a él en aquella habitación? Por qué se había sentido de esa manera al tenerlo frente a ella.

¡Vamos!, que en sus cortos años ejerciendo esta profesión, nunca se había sentido atraída por su jefe. Quizás fue porque en las anteriores ocasiones, nunca había visto a un hombre tan apuesto como lo era lord McLaren; realmente él era muy atractivo, o solo quizás lo era para ella.

Todo de él cautivaba su atención. 

Cielos, había escuchado tantos chismes y rumores acerca del conde, pero en ninguna de aquellas informaciones le había llegado la noticia de que se trataba de un hombre muy guapo, y extremadamente fuerte… ¡Oh, Dios mío!, se alteró ella sola en el cuarto. Serena se la pasó la mañana entera, viendo el pecho duro del conde. Debía de tener unos músculos para llegar a tener el pecho tan inflado de esa manera. 

Sus cachetes ardieron con violencia, y no pudo evitar apretar sus mejillas con ambas manos, pero le era inevitable no llegar a sentirse tan atraída por ese hombre con belleza inigualable. 

Cuando lo había presentido allí de pie cerca de la entrada, Serena sintió su corazón vibrar con tanta intensidad. Debía ser más que solamente atracción y deseo por alguien. El conde la había puesto demasiado nerviosa, con tan nada más dirigirle la palabra y la mirada. Pero ella no recordaba nunca antes, haber llegado a tener ese efecto con los demás hombres. Siempre se trató de una mujer cauta y reservada. No agachaba la mirada ante un hombre, y no llegaba a sonrojarse frente a su jefe, ni tampoco tartamudeaba al hablar. El conde logró que lo hiciera. Se sentía tan patética y tan avergonzada de ella misma. Pensó que quizás, ella se hubiera visto como una de los miles y tantas mujeres, que tratan de conquistar a los hombres ricos y con títulos nobiliarios. Pero en qué diantres estaba pensando, cuando se convirtió en institutriz, su misión únicamente fue enseñar a las jóvenes hijas de la alta sociedad, a tener buenos modales y a comportarse como era debido; como sutiles señoritas. 

Su presencia debía ser nula para la casa en donde ejerciera sus servicios. Su jefe no la debía de mirar con ojos que no sea de un patrón, pero él… volvió a pensar en lord McLaren. Le había pedido perdón por el incidente con su vestido. Nunca antes alguien se había disculpado con ella. Serena solía ser como un fantasma andante para la familia en donde ella llegaba a trabajar. Su presencia no importaba en lo más mínimo, y todo lo que le llegara a ocurrir era meramente insignificante. Estaba claro, que para Serena, no era algo que le desagradara; no le molestaba en lo absoluto, pero no pudo sentirse cautivada por lo que lord McLaren hizo por ella esa misma mañana. Pedirle una disculpa, aunque no sabía si realmente había un culpable. Fue tan cuidadoso y tan amable con ella, que hizo que su visión de él cambiará completamente. Lord McLaren debía ser el hombre más maravilloso que había conocido nunca. 

Reflexionó de nuevo en él y una sonrisa tonta se dibujó en sus labios. Después se puso de pie y caminó unos pasos por la habitación. Miró el armario vacío que tenía enfrente suyo. 

Si quería sacar al conde de su mente, debía empezar a moverse y acomodar todos sus vestidos en el armario, sería más que suficiente para mantener su mente ocupada. 

<<Sí tan solo tuviera muchos vestidos>>, pensó.

Únicamente se había traído cinco pares, los únicos que tenía, y por supuesto, su mejor vestido que se había estropeado está mañana a causa de aquel clavo. Quería impresionar tanto a la familia McLaren, pero lo único que había conseguido, fue que su vestido favorito se dañara. 

El amor de una institutriz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora