Capítulo 25:

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La lluvia seguía cayendo sin piedad, sin dar tregua, y sin ninguna luz de esperanza de que pudiera detenerse en algún momento, pero a Nathaniel nada de eso le importó más que solo llegar a encontrar a Serena lo antes posible, y así, poder llevarla de nuevo a casa con él, en donde ella ya pertenecía; porque la haría su esposa.

Cruzó las calles repletas de charcos y colmadas de agua, y sumando más que el viento fuerte que golpeaba directamente a su rostro, que todo lo que mostraba en ese instante su semblante nada más era un desalmado rastro del frío que le había causado aquella tormentosa lluvia. Su nariz estaba roja y congelada, su pelo enteramente mojado y su respiración estaba agitada. Se hallaba desesperado por encontrar a Serena que todos esos detalles le parecieron mínimos.

Fue hasta el sitio en donde algunos coches de alquiler estaban estacionados. No dudo ni dos segundos para bajar de un saltó de su caballo, y con pasos acelerados —casi corriendo—, llegó hasta uno de los coches, sin importarle para nada lo impresentable que se encontraba en ese instante y de la mala imagen que tenía su aspecto. Parecía más bien un loco que un aristócrata. Quién lo diría.

Fue trotando hasta llegar al carruaje en donde había un hombre dentro del coche, cubriéndose así de la lluvia y frotando sus manos la una con la otra para llegar a calentar sus manos congeladas. La lluvia traía frío consigo.

Al ver a Nathaniel, el hombre no dudó en mostrar su sorpresa e intriga a la vez, de ver a una persona andar por estas lluvias infernales. Nadie con una pizca de astucia saldría a dar un paseo de este modo por la calle, solamente un despistado como lo parecía ser Nathaniel.

—¿Necesita ayuda, señor? —preguntó el hombre al no reconocer de quién se trataba Nathaniel. No sabía ni siquiera que se trataba de un conde.

Nathaniel solamente se esforzaba en recuperar todo el aire perdido. Apoyó sus manos en ambas rodillas y buscó aire de donde fuera mientras miraba hacia abajo. Su pecho subía y bajaba con tanta prisa, y una vez que pudo tomar la fuerza para poder lograr hablar, levantó la cabeza, para de esta manera, encontrarse con la mirada del cochero. En su semblante mostró determinación, una acción que había llamado la atención del cochero de inmediato.

—Ha… —Inhalaba con tanta fuerza mientras trataba de formar una oración coherente, pero sus pulmones no se lo permitían debido al gran esfuerzo que había hecho—. Ha… vi…sto a una… mu…jer joven… andar… por aquí. Esta… tarde. Ella. Esta… misma tar… de.

El hombre arqueó una ceja sin poder llegar a entenderlo correctamente. Respiraba más que hablar que el pobre cochero no logró entender nada de lo que le trataba de decir. 

—No le entiendo, señor. Disculpe, podría ser más claro a la hora de hablar.

Nathaniel con cierta irritación, tomó aire por la nariz y dijo con voz alta y firme:

—¡Ha visto está misma tarde a una joven mujer tomar un coche de alquiler! Dígamelo, por favor. Ella utiliza ropa modesta y también llevaba una maleta consigo, su piel es blanca y sus ojos tan azules como el mar y es, realmente, una mujer bellísima, tanto que llega a cautivar a cualquiera que la viera. —Volvió a repetirlo—. Por favor, dígamelo, ¿la ha visto?

El cochero observó a Nathaniel sin seguir entendiendo nada de nada. Su mente se quedó aún más confundida que antes con tantas descripciones dadas por parte de Nathaniel. El hombre sí llegó a ver muchas mujeres bonitas ese mismo día, pero realmente, podría ser cualquiera de ellas. Pero las demás mujeres que había visto, iban acompañadas con sus esposos, no recordó a ninguna que haya viajado sola. Quizás ese hombre no estaba bien de sus cabales, pensó entonces el cochero.

—Dígamelo —siguió insistiendo Nathaniel buscando aún el aire que le faltaba.

El cochero hizo un movimiento negativo con la cabeza mientras mantenía los ojos cerrados.

El amor de una institutriz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora