Capítulo XIV

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El señor Ackerman apenas habló durante la cena; pero cuando ya se habían retirado los criados, creyó que había llegado el momento oportuno para conversar con su huésped. Comenzó con un tema que creía sería de su agrado, y le dijo que había tenido mucha suerte con su patrona. La atención de lady Dina Fritz a sus deseos y su preocupación por su bienestar eran extraordinarios. El señor Ackerman no pudo haber elegido nada mejor. El señor Levi Ackerman hizo el elogio de lady Dina con gran elocuencia. El tema elevó la solemnidad usual de sus maneras, y, dándose mucha importancia, afirmó que nunca había visto un comportamiento como el suyo en una persona de su alcurnia ni tal afabilidad y condescendencia. Se había dignado dar su aprobación a los dos sermones que ya había tenido el honor de pronunciar en su presencia; le había invitado a comer dos veces en Rosings, y el mismo sábado anterior mandó a buscarle para que completase su partida de cuatrillo durante la velada. Conocía a muchas personas que tenían a lady Dina por orgullosa, pero él no había visto nunca en ella más que afabilidad. Siempre le habló como lo haría a cualquier otro caballero; no se oponía a que frecuentase a las personas de la vecindad, ni a que abandonase por una o dos semanas la parroquia a fin de ir a ver a sus parientes. Siempre tuvo a bien recomendarle que se casara cuanto antes con tal de que eligiese con prudencia, y le había ido a visitar a su humilde casa, donde aprobó todos los cambios que él había hecho, llegando hasta sugerirle alguno ella misma, como, por ejemplo, poner algunas repisas en los armarios de las habitaciones de arriba.

— Todo eso está muy bien y es muy cortés por su parte — comentó la señora Ackerman— Debe ser una mujer muy agradable. Es una pena que las grandes damas en general no se parezcan mucho a ella. ¿Vive cerca de usted?

— Rosings Park, residencia de Su Señoría, está sólo separado por un camino de la finca en la que está ubicada mi humilde casa.

— Creo que dijo usted que era viuda. ¿Tiene familia?

— No tiene más que una hija, la heredera de Rosings y de otras propiedades extensísimas.

— ¡Ay! — suspiró la señora Ackerman moviendo la cabeza — Está en mejor situación que muchas otras jóvenes. ¿Qué clase de muchacha es? ¿Es guapa?

— Es realmente una joven encantadora. La misma lady Dina dice que, haciendo honor a la verdad, en cuanto a belleza se refiere, supera con mucho a las más hermosas de su sexo; porque hay en sus facciones ese algo que revela en una mujer su distinguida cuna. Por desgracia es de constitución enfermiza, lo cual le ha impedido progresar en ciertos aspectos de su educación que, a no ser por eso, serían muy notables, según me ha informado la señora que dirigió su enseñanza y que aún vive con ellas. Pero es muy amable y a menudo tiene la bondad de pasar por mi humilde residencia con su pequeño faetón y sus jacas.

— ¿Ha sido ya presentada en sociedad? No recuerdo haber oído su nombre entre las damas de la corte.

— El mal estado de su salud no le ha permitido, desafortunadamente, ir a la capital, y por ello, como le dije un día a lady Dina, ha privado a la corte británica de su ornato más radiante. Su Señoría pareció muy halagada con esta apreciación; y ya pueden ustedes comprender que me complazco en dirigirles, siempre que tengo ocasión, estos pequeños y delicados cumplidos que suelen ser gratos a las damas. Más de una vez le he hecho observar a lady Dina que su encantadora hija parecía haber nacido para duquesa y que el más elevado rango, en vez de darle importancia, quedaría enaltecido por ella. Esta clase de cosillas son las que agradan a Su Señoría y me considero especialmente obligado a tener con ella tales atenciones.

— Juzga usted muy bien — dijo el señor Ackerman— , y es una suerte que tenga el talento de saber adular con delicadeza. ¿Puedo preguntarle si esos gratos cumplidos se le ocurren espontáneamente o si son el resultado de un estudio previo?

— Normalmente me salen en el momento, y aunque a veces me entretengo en meditar y preparar estos pequeños y elegantes cumplidos para poder adaptarlos en las ocasiones que se me presenten, siempre procuro darles un tono lo menos estudiado posible.

Las suposiciones del señor Ackerman se habían confirmado. Su primo era tan absurdo como él creía. Le escuchaba con intenso placer, conservando, no obstante, la más perfecta compostura; y, a no ser por alguna mirada que le lanzaba de vez en cuando a Mikasa, no necesitaba que nadie más fuese partícipe de su gozo.

Sin embargo, a la hora del té ya había tenido bastante, y el señor Ackerman tuvo el placer de llevar a su huésped de nuevo al salón. Cuando el té hubo terminado, le invitó a que leyese algo en voz alta a las señoras. Levi Ackerman accedió al punto y trajeron un libro; pero en cuanto lo vio — se notaba enseguida que era de una biblioteca circulante — se detuvo, pidió que le perdonaran y dijo que jamás leía novelas. Sasha le miró con extrañeza y a Mina se le escapó una exclamación. Le trajeron otros volúmenes y tras algunas dudas eligió los sermones de Fordyce. No hizo más que abrir el libro y ya Mina empezó a bostezar, y antes de que Levi Ackerman, con monótona solemnidad, hubiese leído tres páginas, la muchacha le interrumpió diciendo:

— ¿Sabes, mamá, que el tío Azumabito habla de despedir a Richard? Y si lo hace, lo contratará el coronel Magath. Me lo dijo la tía el sábado. Iré mañana a Karanese para enterarme de más y para preguntar cuándo viene de la ciudad el señor Marco.

Las dos hermanas mayores le rogaron a Mina que se callase, pero Levi Ackerman, muy ofendido, dejó el libro y exclamó:

— Con frecuencia he observado lo poco que les interesan a las jóvenes los libros de temas serios, a pesar de que fueron escritos por su bien. Confieso que me asombra, pues no puede haber nada tan ventajoso para ellas como la instrucción. Pero no quiero seguir importunando a mi primita.

Se dirigió al señor Ackerman y le propuso una partida de backgammon. El señor Ackerman aceptó el desafío y encontró que obraba muy sabiamente al dejar que las muchachas se divirtiesen con sus frivolidades. La señora Ackerman y sus hijas se deshicieron en disculpas por la interrupción de Mina y le prometieron que ya no volvería a suceder si quería seguir leyendo.

Pero Levi Ackerman les aseguró que no estaba enojado con su prima y que nunca podría interpretar lo que había hecho como una ofensa; y, sentándose en otra mesa con el señor Ackerman, se dispuso a jugar al backgammon. 

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