Capítulo XLI

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Pasó pronto la primera semana del regreso, y entraron en la segunda, que era la última de la estancia del regimiento en Karanese. Las jóvenes de la localidad languidecían; la tristeza era casi general. Sólo las hijas mayores de los Ackerman eran capaces de comer, beber y dormir como si no pasara nada. Sasha y Mina les reprochaban a menudo su insensibilidad. Estaban muy abatidas y no podían comprender tal dureza de corazón en miembros de su propia familia.

—¡Dios mío! ¿Qué va a ser de nosotras? ¿Qué vamos a hacer? —exclamaban desoladas— ¿Cómo puedes sonreír de esa manera, Mikasa?

Su cariñosa madre compartía su pesar y se acordaba de lo que ella misma había sufrido por una ocasión semejante hacía veinticinco años.

—Recuerdo —decía— que lloré dos días seguidos cuando se fue el regimiento del coronel Miller, creí que se me iba a partir el corazón.

—El mío también se hará pedazos —dijo Mina.
—¡Si al menos pudiéramos ir a Brighton! —suspiró la señora Ackerman.

—¡Oh, sí! ¡Si al menos pudiéramos ir a Brighton! ¡Pero papá es tan poco complaciente!

—Unos baños de mar me dejarían como nueva.

—Y tía Kiyomi asegura que a mí también me sentarían muy bien —añadió Sasha.

Estas lamentaciones resonaban de continuo en la casa de Shingashina. Mikasa trataba de mantenerse aislada, pero no podía evitar la vergüenza. Reconocía de nuevo la justicia de las observaciones de Eren, y nunca se había sentido tan dispuesta a perdonarle por haberse opuesto a los planes de su amigo.

Pero la melancolía de Mina no tardó en disiparse, pues recibió una invitación de la señora Magath, la esposa del coronel del regimiento, para que la acompañase a Brighton. Esta inapreciable amiga de Mina era muy joven y hacía poco que se había casado. Como las dos eran igual de alegres y animadas, congeniaban perfectamente y a los tres meses de conocerse eran ya íntimas.

El entusiasmo de Mina y la adoración que le entró por la señora Magath, la satisfacción de la señora Ackerman, y la mortificación de Sasha, fueron casi indescriptibles. Sin preocuparse lo más mínimo por el disgusto de su hermana, Mina corrió por la casa completamente extasiada, pidiendo a todas que la felicitaran, riendo y hablando con más ímpetu que nunca, mientras la pobre Sasha continuaba en el salón lamentando su mala suerte en términos poco razonables y con un humor de perros.

—No veo por qué la señora Magath no me invita a mí también —decía—, aunque Mina sea su amiga particular. Tengo el mismo derecho que ella a que me invite, y más aún, porque yo soy mayor.

En vano procuró Mikasa que entrase en razón y en vano pretendió Annie que se resignase. La dichosa invitación despertó en Mikasa sentimientos bien distintos a los de Mina y su madre; comprendió claramente que ya no había ninguna esperanza de que la señora Ackerman diese alguna prueba de sentido común. No pudo menos que pedirle a su padre que no dejase a Mina ir a Brighton, pues semejante paso podía tener funestas consecuencias. Le hizo ver la inconveniencia de Mina, las escasas ventajas que podía reportarle su amistad con la señora Magath, y el peligro de que con aquella compañía redoblase la imprudencia de Mina en Brighton, donde las tentaciones serían mayores. El señor Ackerman escuchó con atención a su hija y le dijo:

—Mina no estará tranquila hasta que haga el ridículo en público en un sitio u otro, y nunca podremos esperar que lo haga con tan poco gasto y sacrificio para su familia como en esta ocasión.

—Si supieras —replicó Mikasa— los grandes daños que nos puede acarrear a todos lo que diga la gente del proceder inconveniente e indiscreto de Mina, y los que ya nos ha acarreado, estoy segura de que pensarías de modo muy distinto.

Orgullo y PrejuicioWhere stories live. Discover now