Glenn

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Una semana después volvía a estar frente a los escalones que llevaban al DJ BAT, una de las muchas discotecas humanas subterráneas que había en el extrarradio de la ciudad.

Y, en todo ese tiempo transcurrido, habían cambiado muchas cosas.

Demasiadas.

La primera de ellas era que Zara había venido con nosotros. Ahora que los vampiros sabían dónde nos escondíamos, no podía arriesgarme a dejarla sola. En un primer momento, pensé en dejarla con Carter, Derek y Lehanna, pero pronto cambié de parecer. No podíamos dividirnos. Mi manada era demasiado pequeña y, si nos separábamos, era muy posible que no pudiéramos reunirnos nunca más. De ser así, si hoy iba a ser el día de mi muerte y el de los míos, al menos dejaríamos este mundo juntos.

La segunda era que yo no tenía la sartén por el mango. Cuando bajara esas escaleras y entrara en el local, sería Mikhail Morozov quien llevaría la voz cantante y el que pondría sobre la mesa sus demandas y condiciones.

Habían pasado dos días desde que me dio su mensaje a través de Liam. Un Liam y un Josh que no habían regresado solos. Cuando olimos a los vampiros todos se pusieron nerviosos. Incluso yo. Algo había fallado en mis cálculos. No pensé que los vampiros saltarían a la ofensiva después de mi muestra de buena voluntad. Tampoco es que esperara que mi gesto hiciera saltar de alegría al Exterminador, pero al menos una dosis de mi sangre lo alimentaría por unos días. Días en los que yo esperaría que se calmaran las aguas antes de volver a actuar.

Pero él se me había adelantado y debería haberlo previsto.

Sabiendo que sería inútil que alguien se quedara atrás, acudimos todos a la destartalada y sucia recepción del hotel en el momento en que Liam y Josh entraban acompañados de tres vampiros del aquelarre de Misha. Los tres, el rubio, el de la cola alta caoba y la vampira de piel ónice, habían acompañado al Exterminador el día en que nos conocimos. A ella, que aferraba el hombro derecho de Josh, le dediqué una mirada de advertencia que ella ignoró.

Sentí una especie de vibración en el aire y fijé mis irises dorados en el rostro compungido de Liam. La rabia, la frustración y la impotencia eran perfectamente visibles en su rostro. Ni él ni yo pensamos que esto podría ocurrir. Había cometido un error de cachorro desesperado, error que permitía que Mikhail se comiera una de mis torres y pusiera a mis caballos y alfiles contra las cuerdas. Pero mi reina y mi rey estaban libres. Todavía podía mantenerme en el tablero unos turnos más.

―Vaya, no esperaba tener visitas ― dije descendiendo el tramo de escalera que me faltaba desde el primer descansillo hasta la planta baja ―. De ser así, habría intentado adecentar el lugar y hacer un buen té acompañado de galletas.

El vampiro rubio sonrió. En esa sonrisa había muchas emociones contenidas pero, como si fuera marca de la casa, la sensualidad mezclada con peligrosidad era una de ellas. ¿Sería algo característico de su especie? Muy posible, sobre todo para hacer caer en sus redes a los humanos, porque los lobos eran inmunes a ese magnetismo que emanaban por cada poro de su piel. Siempre y cuando no fueras un mestizo.

― Preferiríamos unas cuantas bolsas de AB negativo, pero somos seres educados, muy educados ―enfatizó ―, y aceparíamos ese té y esas galletas si los tuvierais, Gleen Linheart. Lo de la limpieza puede pasarse por alto. Es lo que tiene ser un prófugo.

Ironía. Mucha. Interesante. Llevaba años batallando dialécticamente con los de su calaña.

― ¿Tu nombre es?

― Dimitri Petrov.

Sonreí. Me hacía cierta gracia que los vampiros no purasangre llevaran como apellido el del vampiro que los había convertido. También que, cuando dejaban de ser humanos y pasaban a ser neófitos, abandonaran el nombre por el cual habían sido conocidos siendo humanos y aceptaran uno nuevo.

Alfa. Seducción peligrosaWhere stories live. Discover now