V. SOMBRAS

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El cuervo se fundió con la oscuridad y las sombras luego de posarse sobre el cartel de la taberna, desapareció de la vista y Lyzanthir bajó la mirada para evitar ojos curiosos sobre él

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El cuervo se fundió con la oscuridad y las sombras luego de posarse sobre el cartel de la taberna, desapareció de la vista y Lyzanthir bajó la mirada para evitar ojos curiosos sobre él. No había sospechas sobre su persona, pero...la gente hablaría si reconocían a un Enneiros en la zona baja y pobre de los puertos de la ciudad. El aire se sentía salado, estaban muy cerca del mar, a pocos metros se encontraban las playas que el pueblo llano usaba para recrearse y el puerto improvisado que los bajos recursos podían costearse.

Era la zona que el rey nunca quería mostrar.

Quería suponer que tabernas como esas solían estar así de llenas todo el tiempo. Algún músico tocaba sobre una mesa y las cervezas se repartían sin descanso. Lyzanthir observó de reojo al capitán a su lado, quien para su sorpresa había tenido sumo cuidado al moverse por las calles de la capital, siempre entre las sombras, oculto detrás del cuello de su abrigo, intentando pasar desapercibido. Eso tenía que concedérselo.

El Vhert Morta señaló al fondo del establecimiento, entre las personas, los bailes, los borrachos y las canciones sobre los dioses, y si había algo que ver Lyzanthir no fue capaz de hacerlo. Solo comensales pasándola bien. Así que esperó a que fuese él quien avanzase primero, prefería tenerlo a la vista.

Además a Lyzanthir no le gustaba caminar con él detrás. La presencia a sus espaldas le hacía estremecer, como si la muerte que ya le acompañaba ahora también tuviera sus ojos sobre él, esperando el momento oportuno para llevárselo.

Azryeran cruzó la taberna para acercarse a las mesas ocultas en el fondo, las más apartadas y privadas. El rubio no supo qué dirección tomaría hasta que notó las intenciones al arrimase a una mesa en concreto ocupada por dos mujeres, una de ellas debía ser una prostituta por su vestido desarreglado, el labial rojo corrido y la actitud seductora sobre la otra, que tenía la piel oscura. Las miradas del capitán y la mujer conectaron durante un momento al ella levantar los ojos y despegarlos de su cerveza; estaba sentada de forma desgarbada, de piernas abiertas y un brazo extendido sobre los hombros de su acompañante.

Se veía peligrosa. Su mirada felina no se apartó del Vhert Morta, siguió sus movimientos como una pantera a su presa, impávida, mientras la mujer a su lado deslizaba los labios por la piel expuesta de su cuello, dejaba marcas carmín ahí por dónde pasaba y solo los dioses sabían que estaba ocurriendo bajo la mesa.

Y con la misma agilidad que un felino, clavó un cuchillo entre los dedos del Vhert Morta cuando éste se sentó sin previo aviso en la silla frente a ella y colocó las manos sobre la mesa. La prostituta se sobresaltó con un chillido que murió en sus labios, fue callada con la mano llena de anillos de la mujer en su boca.

Azryeran silbó, mirando de reojo como la hoja afilada del cuchillo estuvo a pocas pulgadas de acabar con alguno de sus dedos.

—Esa no es forma de recibir a tu capitán, preciosa.

—Largo. —rugió la mujer.

Lyzanthir creyó que se dirigió a su capitán, ya que no había dejado de verle ni un segundo. Pero fue la prostituta la que se levantó con rapidez cuando su boca fue liberada, se recogió las faldas arrugadas y se alejó de la mesa a tropezones, acomodándose el escote pronunciado. Y luego, la mujer clavó esos filosos ojos color ámbar sobre él.

La condena de los malditos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora