1. Mafiosos

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—El almuerzo a que le lanza la engrapadora al rostro por olvidar las llaves del estante de las proformas

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—El almuerzo a que le lanza la engrapadora al rostro por olvidar las llaves del estante de las proformas.

—Cinco mil a que le grita en la cara que es un idiota por ser tan torpe y arruinarle la presentación.

—La mitad de mi quincena a que le lanza el café encima antes de que lleguen a la oficina.

—Yo apuesto la quincena completa a que le vuelve a tirar los papeles al suelo en cuanto se dé la vuelta para sentarse.

—Mi salario de tres meses a que follan dentro del almacén la próxima semana que les toca hacer el inventario.

Todos se voltearon a verlo cuando dijo aquello. Una apuesta tan grande era arriesgada y sobre todo fuera de lugar.

Una cosa era apostar a lo obvio con aquellos dos.

Uno era egocentrista hasta la médula y tenía un carácter que solo era comparable con el de las abuelas de antes, que te regañaban por absolutamente todo y también por absolutamente nada. El otro era un nerd en todo el sentido de la palabra, amante de los animales, el arte y las plantitas, pero condenadamente torpe y destructivo, aunque fuera de manera inconsciente.

Pero algo totalmente incomprensible era que apostaran porque llegaran a follar, si a leguas se notaba que no se toleraban ni en pintura.

Era viernes por la mañana y casi la mitad de los empleados de la empresa más famosa de delivery xpress esperaban en el ridículamente amplio lobby a que los ascensores abrieran sus puertas y poder ingresar para subir a sus respectivos pisos y comenzar a trabajar.

Casi al frente de toda la multitud estaba un par bastante singular. Más específicamente aquellos de los que cinco chicos hasta atrás del mar de gente estaban hablando y apostando sobre ellos y lo que pasaría.

Apo Nattawin y Mile Phakphum eran los supervisores de entregas de paquetería de los extremos sur y norte de la ciudad y para buena o mala fortuna, compartían un estrecho y tonto espacio de dos por dos en el sexto piso. Un cubículo tan pequeño como casi todos en ese edificio y que nada que ver tenía con el gran y extenso recibidor en la entrada de la inmensa edificación. Probablemente fuera para mala fortuna que esos dos compartieran el mismo espacio de trabajo.

Siendo Mile tan perfeccionista y meticuloso, sobre todo cuando de su propio aspecto se trataba y un poco más en su trabajo, era una tortura trabajar junto al tipo estúpido, de hoyuelos lindos y aspecto inocente, porque era solo eso, nada más aspecto.

Mile estaba seguro de que Apo hacía todo a propósito. Cada vez que tropezaba, derramaba, o rompía algo, lo hacía absolutamente adrede. Era imposible que una persona fuera tan torpe, sobre todo a esos extremos. El hombre debía odiarlo por una razón y por eso le hacía la vida imposible cometiendo tantas equivocaciones o "accidentes" como él le llamaba.

Pero el destino era así de odioso y los puso a los dos juntos por alguna razón.

Entonces, ahí estaban. A primera hora de un viernes esperando el ascensor para poder llegar a su estúpido cubículo diminuto y comenzar a trabajar. Siendo observados por el quinteto, desde un poco más atrás. Todos ellos, incluyendo a los dos primeros trabajaban en la misma área, en el mismo piso. Con la diferencia de que los cinco ponentes de las tontas apuestas eran algo así como asistentes administrativos, auxiliares contables y especialistas en estadísticas respectivamente.

ApuestaWhere stories live. Discover now