1. Escapada

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1. Escapada.

Era un día estresante, demasiado papeleo y demasiados problemas a la vez. Sí, su fundación se dedicaba a la naturaleza y la vida marina, era de las cosas más sanas y normales pero para sus investigaciones requerían de un millón de permisos y trámites. El dinero no era importante, gracias al pretóleo, pero eso no quitaba lo primero. Sin dejar de leer la pila de papeles en su escritorio, estiró la mano y agarró la botella de agua de dos litros a su lado. Le dio un sorbo rápido y la dejó en su lugar tras cerrar la tapa con cuidado, ya sería mala suerte que se cayera y manchara todo su trabajo.

Estaba en medio de la lectura de un contrato de compra de un submarino para explorar las profundidades del mar del Norte cuando escuchó su puerta abrirse, no dijo nada pensando que sería alguno de sus empleados dejándole más trabajo. Esperó y no recibió nada, la habitacióon estaba en silencio cosa que lo confundio. Alzó la cabeza, descubriendo quién era el nuevo intruso en su oficina. Cabellos largos y rubios, ojos ámbar, piel pálida, enorme y alto, con tres lunares en su oreja; se trataba de nada más y nada menos que de su pareja y esposo Dio Brando. Tenía su tan característica mueca divertida, coon los brazos cruzados y su cabeza un poco ladeada la derecha. Estaba en silencio, esperando pacientemente por su atención. Speedwagon suspiró y quitó las gafas de lectura de su rostro, apenas rozaba los treinta y ya necesitaba de ayuda en los ojos, no quería imaginar cuando fuese un poco más mayor.

— ¿Qué sucede, Dio?

—Oh, ¿esa es forma de saludar a tu marido? —se rio.

Soltó un puchero, le hizo una señal con la mano y el Brando se acercó después de poner los ojos en blanco. Cuando estuvieron cerca, le dio un beso en los labios que el menor profundizó más de lo que debería en horario laboral pero Robert no se quejó, correspondiendo animosamente. Rodeó su cuello con ambos brazos, acercándolo a sí, gimiendo suavemente en los labios contrarios cuando las manos versadas de Dio tocaron su vientre hinchado de siete meses. Fue una sorpresa volver a quedar embarazado poco después de dar a luz a su tercer hijo Rikiel, este último Ungalo era el embarazo más díficil para él, sobretodo por las constantes patadas y los mareos que nunca desaparecían. Sus otros tres habían sido medianamente pasables, siempre fue ayudado por George Joestar, el padre adoptivo de Dio, que estaba increíblemente feliz por sus nietos recién nacidos. En esos tiempos apenas estaba comenzando con la Fundación Speedwagon, ahora que ya estaba más que fundada el papeleo se incrementaba por momentos y apenas tenía tiempo para sí mismo o para su vida en pareja. Por suerte, tenían a un joven amigo de su marido, Enrico Pucci, que cuidaba a sus hijos cuando no estaban en la iglesia por lo que cuando salía de la oficina, llegaba a una casa tranquila y con los niños ya comidos y relajados. 

Aún así, le gustaba pasar tiempo con los chicos. Eran su razón de vida, su infancia junto a la de Dio no fue de las mejores pero ahora, con su nueva vida acomodada, podía solucionar todos esos problemas y no hacer a sus pequeños por sus mismas experiencias. Sin embargo, para cuando llegaba la noche, se dormía nada más sentir las sábanas sobre él. Conocía a su marido más que a nadie, sabía que Dio era una persona muy activa sexualmente. Incluso cuando eran novios, constantemente estaban enredados en las mantas, incluso algunas citas que tuvieron en restaurantes acababan en los baños de dichos lugares. Sabía que desde que se embarazó, Dio había estado mucho más frustrado de lo normal, estando mucho más insoportable de lo que normalmente era con todo su orgullo y su superioridad. Robert lo sabía y de verdad intentaba solucionarlo pero el embarazo y el trabajo tanto en oficina como con los niños lo dejaba muerto. Él también echaba de menos tener tiempo para ellos, echaba de menos los orgamos intensos y los polvos lentos y mañaneros, la pasión de sus encuentros y sentir todo su cuerpo usado y manoseado por su esposo.

Se alejó de Dio cuando todo se sintió mucho para él, vio el brillo en los ojos del menor. Le acarició la mejilla.

—No creo que hayas venido solo a darme un beso, ¿no? —le sonrió, pero enseguida cambió a un rostro preocupado—. ¿Les pasó algo a los niños?

Dio ahora se había tomado una baja por paternidad cuando su hijo mayor, Giorno, se enfermó. Fue muy fuerte, con cuarenta de fiebre, tuvieron que llevarlo al hospital y luego tenerlo en observación por un tiempo. Fueron días estresantes pero con la ayuda de Pucci y de Erina, que era la enfermera de su hijo, no se sintió tan solo. Ahora estaba mejor, Giorno se encontraba en casa y mejoraba día a día. 

El Brando negó con la cabeza, apoyándose en el escritorio de su esposo.

—No, de hecho hoy se pudo levantar de la cama. Ha comido un poco del estofado que le cociné, está mejor. —lo tranquilizó—. Pensé que una visita a mi esposo vendría bien al resto de retrasados que tienes por empleados.

—No los llames así, son buena gente.

—Son exconvictos que estudiaron en la cárcel. 

—Como yo, en parte. —Robert acarició su vientre—. Y tú. Y ahora míranos, para ser un par de ladrones, no nos ha ido tan mal con las oportunidades que se nos han dado. Los mismo que hice con todos ellos.

—De todas formas, tienen que saber a quién perteneces. —se mofó—. No me gusta que te miren tanto o que te toquen.

Speedwagon sonrió, un poco divertido por la forma de mostrar celos del Brando. Hubo un momento de silencio, sabía que el rubio menor tenía más que decir, solo había que darle tiempo. Dio carraspeó y relamió sus labios.

—Además, pensé que sería bueno que ya que Enrico está con los niños, podríamos salir, no sé, a pasear o algo.

Robert miró por un segundo todo el trabajo que tenía por delante. Seguramente aunque llegara la noche, no habría terminado. Pero tampoco deseaba dejar al Brando a un lado, su vida juntos siempre fue dura desde sus años infantes, quería darse un relajo junto a su esposo y disfrutar de una buena tarde tranquila y sin niños corriendo de un lado a otro. Se lametaría después, demasiado, no obstante, lo valía.

—No teníamos una escapada desde aquella vez que te secuestre de tu trabajo. —recordó Speedwagon cuando Dio empezó como abogado y se metió de cabeza en eso, casi ni viniendo a casa, solo para dormir y comer—. Qué giros da la vida. —se rio mintras se levantaba de su silla con ayuda del menor.

—Bueno, no puedo decir que no me gustó ese día. —rodeó los hombros del más bajo y lo ayudó a andar—. Podemos ir a Central Park, luego al cine y cenar cualquier cosa por ahí. 

Robert lo meditó.

—Me gustaría ir a un lugar más... Apartado. —le guiñó un ojo—. Como... No sé, una habitación de hotel o algo parecido.

Sintió como las fuertes manos de Dio lo sujetaban con un poco más de fuerza, sintió su aliento en su oreja.

—Me parece una idea de puta madre.

Soltó una risa pequeña nerviosa. 

Esta sería una muy buena escapada.

DioWagon Week 2023Where stories live. Discover now