4. Adoración del cuerpo

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Cayeron en la cama entre besos, suspiros y risas. Por fin, después de seis meses pudieron tener un día sin niños a su alrededor demandando su atención, sin llantos o gritos por peleas por juguetes o los dibujos, por fin paz y tranquilidad.

Soledad para follar como dos conejos en celo.

Robert soltó una risilla cuando sintió los labios fríos de su esposo en su cuello, sus manos congeladas quitaban su camiseta desesperadamente y con deseo, abrió las piernas para el menor y este aprovechó el acto y comenzó a frotarse contra la entrepierna del rubio mayor, ambos gimieron por el intenso tacto, necesitados de ese placer como locos.

Compartieron un beso húmedo y desesperado antes de que el mayor fuera despojado de su ropa rápidamente, casi incluso arrancada por el morbo de Dio para con el cuerpo de Speedwagon. Al tenerlo como deseaba, desnudo debajo suyo, se relamió los labios con hambre. Speedwagon se sonrojó, ser observado tan directamente era un poco vergonzoso para él. Intentó cubrir su estómago, el cual tenía aún las estrias de su último embarazaso, tenía un pequeño complejo de verse desnudo ante su esposo por este mismo motivo aunque no debería, sabía que Dio lo deseaba como el primer día que estuvieron juntos pero el sentimiento de fealdad siempre lo superaba. 

El Brando notó el comportamiento tímido repentino de su amante, se acomodó y abrió las piernas lentamente de Robert. Este intentó negarse pero la mirada confiada del otro lo detuvo, los labios de su marido besaron sus muslo regordetes hasta llegar a sus ingles, besó su vientre un poco curvado y todas las estrías en su vientre bajo, todo sin romper la mirada fija en los ojos de Speedwagon.

—Sabes que no tienes que esconderte de mí. —susurró, besó cerca del ombligo de su esposo y mordió el pequeño exceso de grasa de su torso—. Me encantas de todas las formas. Yo, Dio, te amo con todo mi corazón, sabes lo que significa eso para mí.

Robert jadeó y asintió, habían tenido esta conversación todas las veces que tuvieron sexo después del nacimiento de cada uno de sus hijos y cada vez el sentimiento de amor y de devoción era tal que siempre lo abrumaba; además, Dio siempre era tierno en estas veces para no asustarlo, le hacia el amor con total cariño y pasión que le aseguraba la veracidad de todas aquellas palabras.

Le sonrió al más joven, abrazó su cuello y lo besó.

—Hazme el amor, Dio. —le susurró.

—Tus deseos son órdenes.

DioWagon Week 2023Where stories live. Discover now