Two.

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Ya cuando era un niño mis mejores tardes eran las que pasaba con el tío Bernard. Mientras mis compañeros de clase se juntaban para jugar al fútbol, escuchar música o ir a tirar de las trenzas a las niñas lindas, yo corría Rue Bonaparte abajo hasta que veía el Sena, giraba dos veces a la derecha, y entonces aparecía ante mí la pequeña calle en la que se encontraba la casa de mis sueños: el Cinéma Paradis.

El tío Bernard era algo así como la oveja negra de la familia Styles, en la que casi todos tenían profesiones relacionadas con el derecho y la administración. Pero un operador de un cinéma d'art, de un pequeño cinematógrafo, que no hacía otra cosa que ver y proyectar películas cuando todos sabían que las películas solo llenan la cabeza de pájaros a la gente... ¡no, eso no era nada respetable! Mis padres encontraban algo extraña mi amistad con ese tío tan poco convencional, que no estaba casado, que en 1968 se había manifestado en el Mayo francés contra el cierre de la Cinémathèque Française por parte del ministro de Cultura al lado de estudiantes furiosos y cineastas como el famoso François Truffaut, y que a veces pasaba la noche en el desgastado sofá rojo de su cabina de operador. - Pero como yo era un buen estudiante y no daba ningún problema, mis padres me dejaban hacer lo que quisiera. Confiaban en que el "capricho del cine" se me pasaría enseguida.

Yo, en cambio, esperaba que no fuera así. Encima de la vieja taquilla del Paradis colgaba un cartel con los rostros de los grandes directores y debajo ponía Le rêve est réalité. [el sueño se hace realidad]. Aquello me encantaba. Y también me parecía fascinante el hecho de que el inventor del cine hubiera sido un francés llamado Louis Lumière.

-¡Dios mío, tíos Bernard! - exclamaba al tiempo que daba palmaditas con infantil entusiasmo- ¡Ese hombre llevó la luz a la pantalla y se llamaba así, Lumière! ¡Es algo increíble!

El tío Bernard se reía y colocaba con cuidado uno de esos grandes rollos de película que había entonces en los cines y que cuando giraban en el proyector fundía miles de imágenes en un todo maravilloso... para mí, pura magia.

Yo estaba sumamente agradecido a monsieur Lumière por haber inventado el cinematógrafo, y creo que era el único de mi clase que sabía que la primera película, que se rodó en el año 1895 y duraba solo unos segundos, mostraba la entrada de un tren en la estación de Ciotat. Y que el cine francés es en esencia un cine profundamente impresionista, como me aseguraba el tío Bernard una y otra vez. Yo no tenía ni idea de lo que eso significaba, pero debía de ser algo maravilloso.

Cuando poco tiempo después nuestra clase fue con madame Baland, la profesora de arte, al Jeu de Paume, donde todavía colgaban cuadros de los pintores impresionistas antes de que los trasladaran a la vieja estación del Quai d'Orsay, descubrí entre los paisajes moteados y llenos de luz una locomotora negra que entraba en una estación expulsando humo blanco.

Me quedé un rato contemplando el cuadro y creí saber por fin por qué se decía que el cine francés era "impresionista". Tenía algo que ver con trenes que llegan.

El tío Bernard alzó las cejas con gesto divertido cuando le expliqué mi teoría, pero era demasiado bueno como para corregirme.

En vez de eso me enseñó cómo se maneja un proyector de cine y que siempre hay que tener mucho cuidado para que la cinta de celuloide no esté nunca demasiado tiempo delante del rayo de luz.

Una vez que vimos juntos la película Cinema Paradiso entendí por qué. Ese clásico italiano era una de las películas favoritas de mi tío, hasta le había dado nombre a su cine a pesar de no ser una película francesa de espíritu impresionista.

-No está mal para ser una película italiana, pas mal, hein? - murmuró con su tono gruñón y patriota, sin apenas poder contener la emoción- Sí, debo admitir que los italianos también entienden de esto.

Yo asentí, todavía conmovido por el trágico destino del viejo operador que se queda ciego a causa de un incendio en su cine. Me veía reflejado en el pequeñoTotò, si bien mi madre no me había pegado nunca por gastar el dinero en el cine ya que yo no necesitaba hacerlo, iba al cine gratis.

Volviendo para más cerca del presente un día por medio de una carta me enteré que había ocurrido algo que nadie hubiera creído posible. El tío Bernard, que entonces ya tenía setenta y tres años, había encontrado a la mujer de su vida y quería marcharse junto a ella a la Costa Azul, donde hace calor durante todo el año y el paisaje está bañado por una luz muy especial

Al leer que pensaba cerrar el Cinéma Paradis sentí una leve punzada en el corazón.

-"Desde que he conocido a Claudine tengo la sensación de que un proyector de cine se interpone todo el tiempo entre la vida y yo.Para mis últimos años quiero solo el papel protagonista. Pero me da mucha pena que el lugar en el que hemos pasado tantas tardes maravillosas se convierta en un restaurante u otra cosa.

Aunque ahora lleves una vida muy diferente, jovencito, eres el único a quien puedo imaginar como mi sucesor. Ya de niño sentías una verdadera locura por el cine y tenías un excelente olfato para las películas buenas."

Tuve que sonreír al pensar en los enfáticos discursos de tío Bernard en aquellos tiempos, luego mi mirada se deslizó por las últimas líneas de su carta, y mucho tiempo después de haberla leído seguía mirando fijamente el papel, que había empezado a temblar en mis manos y de pronto pareció abrirse como el espejo de Orfeo.

-"¿Te acuerdas, Harry, de que siempre me preguntabas por qué las películas te gustaban más que cualquier cosa? Pues hoy te lo voy a desvelar. El camino más corto lleva a través de los ojos el corazón. No lo olvides nunca jovencito".

Seis meses más tarde estaba en el andén de la Gare de Lyon de París del que salen todos los trenes en dirección al sur y despedía agitando la mano del tío Bernard, que se marchaba con el amor de su vida, una encantadora dama con el rostro arrugado de tanto sonreír.

Seguí agitando la mano hasta que solo pude ver el pañuelo blanco que flotaba en el aire. Luego tomé un taxi que me devolvió al lugar más importante de mi niñez, el Cinema Paradis, que ahora me pertenecía.

Abrigo rojo. - Larry StylinsonWhere stories live. Discover now