Six.

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Llegamos hasta La Palette casi sin enterarnos. A nuestro alrededor la gente hablaba, reía y bebía, pero yo no la veía. Solo tenía ojos para el hombre que estaba sentado en mi mesa, y ni un terremoto habría podido apartarme de él.

Jamás había deseado tanto que acabara una película como aquella noche. No paré de mirar la sala por la pequeña ventanita para saber por donde iba la película. La había visto tantas veces que casi me sabía los diálogos de memoria. Y cuando la solitaria Delphine había descubierto por fin el rayo verde- ese curioso fenómeno que se supone trae la felicidad y que solo se puede ver durante unos segundos, aunque no siempre cuando el sol se hunde en el mar- y estaba segura de poder iniciar la aventura de amor, abrí las puertas de la sala para que los espectadores pudieran seguir con sus vidas.

Él fue uno de los primeros en salir por la puerta, y se apartó un poco para dejar pasar al resto de los espectadores, que se movían despacio y con gesto soñador por el vestíbulo y pestañeaban al enfrentarse de nuevo a la luz antes de volver de nuevo a la realidad y dirigirse hacia la salida charlando y riendo.

-Un momento, enseguida estoy listo- dije, y él se paseo por el vestíbulo estudiando con detalle los carteles de las películas colgados de las paredes.

-¿Existirá de verdad ese rayo verde?- oí que preguntaba una estudiante.

Su amigo se encogió de hombros.

-No sé, pero deberíamos averiguarlo- contestó y le pasó el brazo por los hombros con cariño.

Vi salir al profesor. Se apoyó un instante en su bastón y sus ojos me lanzaron una mirada interrogante bajo las cejas plateadas. Yo asentí y con un gesto casi imperceptible le señalé un lado del vestíbulo, donde el chico del abrigo rojo seguía observando los carteles.

El afecto y- ¿era solo mi imaginación?- una especie de amable reconocimiento se reflejaron en la cara del anciano cuando me guiñó el ojo y salió a la calle.

Luego nos quedamos solos por fin. En la sala se oía a madame Clément, quien, como cada tarde, recorría las filas de butacas para ver si alguien había dejado algo.

-Bonne nuit - grité a François, que asomó la cabeza un momento por la puerta de proyección. Luego me puse la chaqueta, pregunté "¿Nos vamos?" y seguí al joven del abrigo rojo hasta la salida.

Nos sonreímos y recorrimos en silencio algunos metros por la calle poco iluminada. Fue un momento curiosamente íntimo... esa repentina proximidad, el silencio de la calle, el suave pisoteo de sus zapatos en el viejo adoquinado.

Yo iba a su lado y no quería estropear ese momento con palabras, aunque, naturalmente, tendría que decirle algo.

Justo estaba buscando una frase adecuada, cuando él me miró y se volvió a rascar la nuca.

-Tiene usted unas orejas realmente maravillosas- me oí decir y en es mismo instante me maldije a mi mismo. ¿Qué era yo? ¿Un fetichista? - Quiero decir... todo en usted es maravilloso- me apresuré a añadir-. No sabe lo mucho que me alegro de que haya aceptado a mi invitación. Sabe, hace tiempo que me había fijado en usted.

Sonrió.

-Yo también me había fijado en usted- dijo- por cierto, me llamo Louis.

-Louis... ¡Qué nombre tan bonito!- dije.

-Gracias- dijo luego de sonrojarse.

-¿Sabe usted?, se parece a Tim Pocock

-¿Usted cree?- Pareció gustarle.

-¡Sí, si... sin duda!- Habíamos roto el hielo y me sentía desbordado de alegría.- Pero, en cualquier caso sus ojos son mucho más bonitos.

Él sonrió halagado.

-¿Y usted?- preguntó luego.

Debo admitir que hasta entonces no había pensado demasiado en mis ojos. Eran verdes y bastante normales, me parecía.

-Mis ojos no importan- dije.

-Quiero decir que... ¿usted como se llama?

-¡Oh! ¡Vaya! Me llamo Harry.

-Harry. Le pega mucho- ladeó un poco la cabeza y miró con curiosidad- por sus rizos.

-Es la mentira más amable que he escuchado nunca- dije, y me detuve delante de La Palette, un agradable bistró que está muy cerca de mi casa. Sin haberlo pensado demasiado, mi sistema de navegación interno me había llevado hasta la Rue de Seine, como muchas otras noches cuando iba a tomar allí algo después de la ultima sesión. Abrí la puerta y entramos.

Abrigo rojo. - Larry StylinsonWhere stories live. Discover now