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—No se meta por ahí, por favor... —un guardia intenta frenar al niño de diez años que intenta meterse a una zona llena de tierra y barro por doquier. —Esa clase de ropa no debe ensuciarse, señorito Ranpo.

El mencionado lo voltea a ver pero más pronto que tarde vuelve sobre sus pasos. ¡Pobre de este soldado que, cumpliendo con su deber, le salen canas verdes ante la hiperactividad del niño! Otros guardias no tienen que sufrir por esto.

El guardia de la señorita Akiko no necesita estar detrás de ella a este nivel, claro que se comporta impertinente en algunas ocasiones, pero no al nivel del joven Ranpo.

El que menos trabajo tiene, curiosamente es el cuidador del más pequeño de los tres. Es sorprendente que un niño de seis años no sea tan revoltoso sino tranquilo, como lo es Osamu. Lo preocupante es que ni siquiera lo intenta. Este a menudo se esfuerza por estar cerca de Ranpo y Akiko, pues ha tenido un fuerte apego a sus hermanos por un tiempo hasta acá. Aunque no siempre le es posible alcanzar los pasos del mayor, por esto mismo se rinde y pasa a irse con su hermana.

—Deberías hacerle caso a los soldados. —dice Osamu, intentando acercarse.

—No, no es necesario en realidad. —sonríe despreocupado, pero esto no le da risa al soldado que ha sido encargado de custodiar su seguridad. A los demás del grupo sí, pero a él no. —Muchos de ellos ni siquiera piensan que les afecta en verdad.

Ranpo es sincero con sus palabras, a lo largo de los años le han cambiado una infinidad de guardias, sea porque no pueden con él y renuncian o porque Ranpo hace que los despidan. No es que los odie, en realidad no haría eso sin una buena explicación. Muchos de los guardias intentan imponer sus edades y posiciones por sobre él y sus hermanos. Siendo que no deberían.

Ranpo haría que despidan a todos los trabajadores del palacio imperial si alguno osa hacerle daño a alguno de sus hermanos.

Le sobra la inteligencia y la capacidad para ello.

—Bien, entonces, ¿a dónde desean ir los jóvenes amos? —pregunta el guardia de Yosano.

Ranpo mira a sus hermanos para que decidan. Les da veinte segundos o él lo hará por ellos.

—¡A las joyerías! —exclama con dulzura la niña.

—¿Podemos pasar también por esa tienda de libros de la otra vez? —dice el menor con tanto júbilo que los dos hermanos asienten.

—¡Podemos ir a los dos! —propone Ranpo para que su salida del fin de semana sea de agrado de los dos.

Así, los guardias comienzan a escoltar sus dirección a esos sitios, no sin ser reconocidos por la gente del pueblo que los saluda con ternura y cariño, aunque bien, a Ranpo lo ven con temor de no interrumpir su cotidianidad, pues entre los puestos de comida se rumorea que el joven amo entra sin previo aviso y comienza a interrumpir sus labores. Su sincera curiosidad a veces es un clavo oxidado para algunas personas que solo van pasando por ahí. De todas formas, lo respetan y no lo tratan mal.

Es un buen chico, pero su deseo por saciar su curiosidad es tan grande que puede provocar destrozos en cualquier parte.

Como en sus guardias al notar que lo han perdido de vista.

Ranpo solo fue guiado por el increíble aroma de pan recién salido del horno. El olor era tan magnífico para sus fosas nasales que sentía que iba a perder la cabeza, su cerebro también se estaba satisfaciendo por dicho aroma descomunal.

Sin saber cómo, se separó de su familia y su guardia para acabar en la entrada de una panadería. Esta se veía algo vieja, construida al lado de una choza de madera corroída, era claro que pronto la repararán pues los equipos de construcción salen fácil a la vista.

| Soberanía De Amor | RanpoeWhere stories live. Discover now