22. capítulo veintidós.

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Si algo odiaba el gran rey Jeon Jungkook, era perder su tiempo.

Normalmente le molestaban las responsabilidades que tenía como monarca, desde que las tuvo sobre sus hombros. Tomar decisiones difíciles, ordenar y mandar a todos esos inútiles que juraban servirle fielmente cuando hablaban mal a sus espaldas, tener que anticiparse a cada diminuta cosa antes de dar el siguiente paso, la tensión constante y la increíble hipocresía entre todos los nobles, las reuniones y eventos sociales completamente absurdos e innecesarios. Las sonrisas falsas, amenazas ácidas, veneno ambicioso. Desde que era un cachorro educándose para ser soberano en Évrea y se dio cuenta del estilo de vida que tendría, no pudo evitar repudiar a la corona en su cabeza.

Mientras crecía, de alguna forma se volvió más fácil. Aprendió a enfrentar todo eso con un semblante serio y tajante, y resulta que tenía bastante materia de político y monarca. Lo único que le mantenía con ánimo de esforzarse era la radiante sonrisa de Taehyung cuando Évrea fue recuperándose paso a paso de las consecuencias de la guerra. Jungkook quería ser bueno, quería ser fuerte, y quería que Taehyung continuara estando orgulloso de lo que estaba haciendo. Así que, se hacía el tiempo y paciencia para lo que, secretamente, odiaba.

Sin embargo, las cosas habían cambiado los últimos días. Pues, ahora el rey Jeon se negaba a tener tiempo y tacto para cualquier otra cosa que no estuviera enlazado con encontrar a su Taehyung.

No tenía tiempo para su reino, para ser rey. Todo su ser, en alma y cuerpo, estaba entregado por completo a recuperar a su Omega, a su reina.

Era por esa razón que se negó a cualquier tipo de reunión con el Concejo Real. La política y la moral le habían importada bien poco durante gran parte de su vida, y ahora le importaba todavía menos. Sabía que estaban nerviosos por su arrebato de invadir los otros reinos, por haber comenzado una guerra.

Tan simple como era, no le importaba. Ni las tropas que se preparaban para defenderse, ni los políticos de los demás reinos tratando desesperadamente de obtener respuestas por parte de él, del miedo y pánico que enfermaban a la gente de su pueblo. No le interesaba, su mente gritaba en cada rincón el nombre de su pequeño amor, recordándole sus preciosos gemidos, sus perfectas risas, sus dulces sonrisas, su embriagante aroma.

Cada segundo que vivía sin Taehyung, estaba matándolo. En silencio, lento y doloroso. No soportaba no tener el control sobre su Omega. No saber dónde estaba, cómo estaba, con quién estaba. Su lobo aullaba llamando a su pareja, tan débil que parecía ausente. Jungkook sólo lo sentía cuando se removía entre gruñidos y quejidos por el dolor tanto en su cuerpo como en su corazón, el lazo roto siendo una gruesa cadena de metal que los estaba asfixiando a ambos.

Jungkook encerró en sus aposentos. No comía, no dormía. Obligaba a sus soldados a trabajar noche y día en la búsqueda, e interrogaba a cada uno todos los días. Si creía que mentían, los mataba. Trajo a los más sabios de Évrea, la mayoría siendo ancianos Betas que eran allanados en su hogar y llevados al palacio en contra de su voluntad para pensar en posibles rutas de escape que haya seguido el Omega del rey, en posibles paraderos. Si no lo lograban, eran asesinados.

Cualquiera que no resultara útil, que le cuestionara, que le diera una noticia que no le agradara; era torturado y empalado.

Luego de días en ese sangriento ciclo de ira y sufrimiento, Jungkook no pudo continuar negándose a una asamblea. Entre gruñidos y feroces rugidos, sin siquiera cuidar de sí mismo, con un aspecto moribundo y aterrador, aceptó a los ministros de los otros tres reinos y a los suyos en una reunión que estaba destinada a decidir si estallaría una guerra o no por los recientes actos del rey de Évrea.

El imponente Alfa apareció en la sala, sus feromonas tan agrias y territoriales que hasta los más poderosos bajaron la cabeza ante su presencia. Con el pelo oscuro revuelto y maltratado, los colmillos asomándose en advertencia entre sus labios agrietados, la piel reseca y tan pálida que sus iris rojas parecían estar en llamas. Traía marcas de rasguños profundos producto de sus propias garras tanto en su rostro como en sus brazos, debido a su frustración palpable por no haber logrado nada en todo ese tiempo. El Hanbok negro con bordados dorados yacía arrugado y la tela rasgada en algunas partes. Iba descalzo y con las manos hechas puños a los lados, la mandíbula tensa con las venas hinchadas en su cuello.

youngblood ¡ kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora