24. capítulo veinticuatro.

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notita: no duden en marcarme con un comentario cualquier error que encuentren x ahí, lo agradecería demasiado. <33

Jungkook había odiado muchas cosas a lo largo de su vida. La sopa de calabaza, los días calurosos, las sequías, a sus padres, a su puesto de rey, el licor dulce, a la gente del pueblo, a sí mismo. Sin embargo, lo que le ganaba a todas esas cosas, el puesto número uno en la montaña de emociones negativas que albergaba en su pecho; las pesadillas.

Pesadillas que le perseguían tanto en la noche como en el día. Escenas que se repetían sin fin, sin abandonarle hasta haberlo jodido a profundidad. Que calaban en su alma. Sentía que aquellos malos sueños eran sus verdugos, cazándole sin descanso hasta tenerlo tendido en el piso con una afilada daga atravesando su garganta.

Pesadillas que le quitaban el sueño, el descanso, el consuelo, la esperanza. Que no le permitían cerrar los ojos.

Esa noche, semanas después del incidente que reavivó su apetito de sangre y que mantenía a su lobo imposible de tratar, había soñado con sus padres. Soñó con esa noche. La noche en que obtuvo el primer espejo real frente a su rostro ensangrentado, cuando se conoció a sí mismo por primera vez.

"Mami.. y-yo no.. no quería hacerlo, n-no sé cómo p-pasó e.. est-.. ¡perdóname!"

"¡Mamá, tengo miedo! ¡Ayúdame, mami!"

"¿Por qué me está pasando esto, mamá? M-Me asusta.. "

Mientras caminaba por los desolados pasillos de su enorme palacio, apretó sus ojos cansados e irritados por el recuerdo de su propia voz infantil y llorosa retumbando en su ajetreada cabeza.

La mañana estaba nublada y fría, carente de luz. Llevaba despierto desde que se puso el sol, y no había conseguido ni un poco de tranquilidad en todas esas horas. Por suerte, el lugar estaba completamente vacío. Había ordenado que todos se fueran de vuelta al pueblo, por su seguridad. No debía matar a más personas, aunque quería. Sabía que debía luchar un poco más con aquel impulso.

Las ojeras bajo sus ojos no quisieron abandonarle. Tenía los labios resecos, la piel agrietada, el cabello sucio y los lagrimales irritados. Había llorado y gritado tanto, que su garganta ardía. Sentía que no le quedaban más lágrimas, así que; no entendía cómo es que seguía derramándolas. No se había cambiado de ropa desde hace días, y las prendas rasgadas y sucias colgaban de su cuerpo fornido sin gracia alguna. La bata continuaba abierta en su torso, helándole el torso y haciendo arder las marcas de rasguños y moretones frescos.

No había nada más cansador que luchar contra sí mismo.

Caminaba como un alma perdida. Sus rodillas no tenían fuerzas, así que se tambaleaba. Con suerte logró bajar las interminables escaleras hacia el salón real sin matarse de un golpe en la cabeza. Una vez estuvo en la cocina, tropezó con toda la vajilla posible lastimándose los pies con los pedazos afilados tirados en el piso. Dejó un rastro de sangre carmín hacia la bodega, y salió de allí con dos botellas del licor más añejo que encontró. Sonrió sin gracia al notar que era el preferido de su padre.

Sus pies ensangrentados continuaron manchando el piso por todos los pasillos que deambuló, bebiendo el contenido de ambas botellas en amargos tragos. Quería olvidar. Necesitaba olvidar la dulce sonrisa en las adorables mejillas de aquel cachorro que conoció de niño, quien se robó su alma y corazón, a quien le prometió tantas cosas.. y no había cumplido ni una sola.

Lo odiaba. Odiaba a Taehyung. Odiaba su risa especial y derrochante en miel. Sus pequeños ojos brillosos que contaban hermosos poemas de amor hacia su persona. Sus labios pomposos y perfectos como la más fresca cosecha de cerezas. Su piel tersa y salpicada en diminutas pecas que ni él sabía que existían, y odiaba todavía más el hecho de haberlas contado todas y cada una mientras su Omega dormía entre sus brazos luego de haberle hecho el amor con tanto ímpetu y pasión, deseando que con aquel íntimo acto Taehyung fuera suyo un poco más. Odiaba sus caderas estrechas y sus suaves danzas en su regazo. La expresión casi prohibida que tenía al alcanzar la cúspide del placer, esa cara iluminada que le enamoraba. Su preciosa sonrisa de cachorro en cada uno de los bailes que tuvieron juntos, cómo bufaba pequeñas risas cuando le daba vueltas o lo alzaba en el aire. Odiaba el tacto de sus manos cuando estas se sujetaban en situaciones difíciles; al subir al altar de niños, cuando les coronaron, al anudarle, incluso cuando paseaban por los jardines contándose historias y correteándose.

youngblood ¡ kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora