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No era la primera vez que salía de su tierra. Había pasado por todos los colegios privados y públicos, repitiendo siempre el mismo curso en cualquier lado, hasta que se quedó flotando en un limbo de desamor. No es porque fuera tonto solo que en sus depresiones y algunos arranques perdía su progreso.

La primera visión de una ciudad distinta siempre le llenaba de emoción y mas si podía conducir su nuevo auto ahí; los bloques de casas cenicientas con las luces encendidas a pleno día, los árboles pelados, el mar distante, todo le iba aumentando un sentimiento de desamparo que se esforzaba por mantener al margen del corazón. Le suele pasar seguido, vagar de una emoción a otra en instantes. Una maldición sin cura como el le llamaba era mas dramático que el diagnostico del psicólogo y mas tarde el psiquiatra. Sin embargo, poco después cayó sin darse cuenta en la primera trampa del olvido. Se había precipitado una tormenta instantánea y silenciosa, la primera de la estación, y cuando salieron de la casa del embajador después del almuerzo para emprender el viaje hacia Francia, encontraron la ciudad cubierta de una nieve radiante. Beelzebub Ecrón entonces del coche, y en presencia de todos, dando gritos de júbilo y echándose puñados de polvo de nieve en la cabeza se revolcó en mitad de la calle con el abrigo puesto.

Nikola Tesla se dio cuenta por primera vez de que el dedo estaba sangrando, cuando abandonaron a Madrid en una tarde que se había vuelto diáfana después de la tormenta. Se sorprendió, porque había estado arreglando un poco uno de los aparatos electrónicos de la casa del embajador, y apenas si notó la molestia en el anular. Después, mientras le iba indicando a su marido las rutas más cortas hacia la frontera, se chupaba el dedo de un modo inconsciente cada vez que le sangraba, y sólo cuando llegaron a los Pirineos se le ocurrió buscar una farmacia. Luego sucumbió a los sueños atrasados de los últimos días, y cuando despertó de pronto con la impresión de pesadilla de que el coche andaba por el agua, no se acordó más durante un largo rato del pañuelo amarrado en el dedo. Vio en el reloj luminoso del tablero que eran más de las tres, hizo sus cálculos mentales, y sólo entonces comprendió que habían seguido de largo por Burdeos, y también por Angulema y Poitiers y estaban pasando por el dique de Loira inundado por la creciente. El fulgor de la luna se filtraba a través de la neblina, y las siluetas de los castillos entre los pinos parecían de cuentos de fantasmas. El castaño, que conocía la región de memoria, calculó que estaban ya a unas tres horas de París, y el pelinegro continuaba impávido en el volante.

-Eres un salvaje - le dijo - Llevas más de once horas manejando sin comer nada - Estaba todavía sostenido en vilo por la embriaguez del coche nuevo. A pesar de que en el avión había dormido poco y mal, se sentía despabilado y con fuerzas de sobra para llegar a París al amanecer -

-Todavía me dura el almuerzo de la embajada -respondió. Y agregó sin ninguna lógica - Al fin y al cabo, en Nueva York debe ser temprano -

Con todo Nikola temía que él se durmiera conduciendo. Abrió una caja de entre los tantos regalos que les habían hecho en Madrid, y trató de meterle en la boca un pedazo de naranja azucarada. Pero él la esquivó.

-Los machos no comen dulces - sentenció. La mirada apagada de su esposo le hizo algo de ruido pero no quería darle importancia - Niko - abrió la boca en señal de que le diera la naranja cosa que recibió mas gustoso - Esta decente.... - comento -

Poco antes de Orleáns se desvaneció la bruma, y una luna muy grande iluminó las sementeras nevadas, pero el tráfico se hizo más difícil por la confluencia de los enormes camiones de legumbres y cisternas de vinos que se dirigían a París. Tesla hubiera querido ayudar mas a su marido en el volante, pero ni siquiera se atrevió a insinuarlo, porque él le había advertido desde la primera vez en que salieron juntos que nunca lo iba a dejar conducir uno de sus caros coches esto porque piensa que no le tendrá el cuidado a sus lujosas maquinas, un insulto muy estúpido para el inventor.

- Déjalo, que se sienta fuerte - pensaba el ojiazul -

Se sentía lúcido después de casi cinco horas de buen sueño, y estaba además contento de no haber parado en un hotel de la provincia de Francia, que conocía desde muy niño en numerosos viajes con su familia.

- No hay paisajes más bellos en el mundo - decía su padre - pero uno puede morirse de sed sin encontrar a nadie que le dé gratis un vaso de agua -

Tan convencido estaba, que a última hora había metido un jabón y un rollo de papel higiénico en el maletín de mano, porque en los hoteles de Francia nunca había jabón, y el papel de los retretes eran los periódicos de la semana anterior cortados en cuadritos y colgados de un gancho. Lo único que lamentaba en aquel momento era haber desperdiciado una noche entera sin amor. La réplica de su marido fue inmediata.

-Ahora mismo estaba pensando que debe ser del carajo follar en la nieve - dijo - Aquí mismo, si quieres -

El ojiazul lo pensó en serio. Al borde de la carretera, la nieve bajo la luna tenía un aspecto mullido y cálido, pero a medida que se acercaban a los suburbios de París el tráfico era más intenso, y había núcleos de fábricas iluminadas y numerosos obreros en bicicleta. De no haber sido invierno, estarían ya en pleno día.

- Ya será mejor esperar hasta París - dijo Nikola - Bien calientitos y en una cama con sábanas limpias, como la gente casada -

- Es la primera vez que me fallas - masculló el azabache -

-Claro - replicó el - Es la primera vez que somos casados -

;;- ᴛᴜ ʀᴀꜱᴛʀᴏ ᴇɴ ʟᴀ ɴɪᴇᴠᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora