Capítulo 2

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—Vamos dentro, Kieran.

Lo contemplé. Traté de desentrañar mi actual situación.

—¿Dónde mierda estamos? —exclamé y tiré de mi brazo para recuperarlo. En cuanto vi la construcción en blanco y unas puertaventanas, me estremecí. Apenas leí Centro de desintoxicación mi corazón se detuvo—. ¿Dónde me trajiste?

¿Qué demonios hacía en ese lugar? Me esforcé por recordar algo de la noche pasada. Imágenes sueltas aquí y allá. Subirme al coche, que Paul me abrochara el cinturón de seguridad y... negro. Todo estaba negro. Mi cuerpo comenzó a temblar, a estremecerse... Necesito algo. Rebusqué en los bolsillos de mi pantalón. Nada. Alcé la mirada a la palabra «desintoxicación», me di media vuelta y me alejé. Caminaría hasta casa desde donde fuera que estuviera.

El tal Paul cerró los brazos a mi alrededor de improviso y comenzó a arrastrarme hacia las puertas vidriadas. Quedé paralizado como por dos segundos. Forcejeé, di patadas, cabezazos hacia atrás. Tiré la cabeza con todas mis fuerzas y le di en la mandíbula. Él gruñó, pero no aflojó su agarre de hierro.

—¡Suéltame! ¡Suéltame! —Mis gritos agudos taladraban en mi cerebro.

Planteé mis pies en el suelo, pero no había forma de que igualara la fuerza de Paul. Mis pies resbalaron en la grada.

—Mierda, Paul, ¿qué es esto? —preguntó un hombre con bata blanca que apareció en las puertas corredizas de vidrio. Otros profesionales de la salud vestidos en ambo celeste se habían detenido a ver el espectáculo.

—¡Agárrale los pies! —exclamó sin aire.

—¿Qué? Paul, estás loco.

—Elijah, ¡los pies!

—¡Auxilio! ¡Llamen a la policía! —grité a viva voz cuando el de la bata me aferró las piernas. Me serpenteaba con desesperación.

Me entraron a un recibidor amplio con un mostrador tras el que había dos mujeres que nos contemplaban con ojos espantados. Nadie, absolutamente nadie movió un dedo para ayudarme. Yo seguí gritando a viva voz.

—Vamos a tu despacho —le indicó Paul al señor bata—. Tranquilízate, Kieran —me susurró en el oído y yo le di un golpe en la barbilla con la cabeza.

Paul gruñó y bufó. Estaba enojado, pues bien, yo estaba cabreado.

—¡Y una mierda!

Clavé las uñas cortas en los antebrazos de Paul. Escuché su resoplido en mi oído, pero no me soltó. Es más, ciñó los brazos a mi alrededor con aún más energía. Tiré la cabeza hacia atrás y le mordí la oreja con fuerza.

El resoplido fue alto.

El hombre de la bata blanca abrió una puerta y Paul me arrastró dentro. Me arrojó sin miramientos sobre un sillón gris claro de tres cuerpos ubicado contra una pared. Grandes ventanales permitían que el despacho estuviera iluminado por luz natural. La claridad lastimaba mi vista. El follaje verde acaparaba el paisaje tras el cristal.

Me llevé las manos a las sienes. Me retumbaban como si un grupo de gorilas bailara un tango dentro de mi cerebro.

—Quédate ahí —me ordenó mientras se cubría la oreja con la palma.

Salteé sobre mis pies en medio segundo. Soñaba si pensaba que acataría sus órdenes. Lo miré con ferocidad. Los brazos tensos separados de mi cuerpo al estilo Wolverine, sin las garras de metal, claro.

Anoche estaba colocado, pero ahora eran las... ¿Qué hora era? Parecía que bastante entrada la mañana por el sol que entraba por las ventanas del despacho.

Desde las cenizasWhere stories live. Discover now