Capítulo 5

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El bata blanca se sentó detrás del escritorio. Suspiró profundo y se frotó las cejas. Luego, alzó la mirada hacia mí.

¿Si yo me senté? No, no podía parar. Caminaba de un lado al otro. Me hormigueaban las piernas, los brazos, el cuerpo entero. Era como si me hubieran dado pequeñas descargas en todas las terminaciones nerviosas y tuviera cada fibra electrificada. Mis manos temblaban con descontrol. Me palmeaba los muslos, me revolvía el cabello, mis ojos parpadeaban como las alas de un colibrí. Dolía, cada musculo me dolía. Pinchazos, miles de agujas se me metían en la piel y no estaba en una sesión de acupuntura.

No conseguía detenerme y, al mismo tiempo, estaba exhausto. ¿Cómo sucedía tal paradoja?

—Ray me contó que trataste de escapar. —No desvié la mirada, la fijé en él. No hablé, tampoco me detuve en mi andar—. Kieran...

—Estoy secuestrado —balbuceé con mi boca pastosa.

Mi paciencia había llegado a un límite inusitado. Un solo pensamiento coherente me restaba: escapar. Todo el resto de mi mente estaba ocupada por las ansias de consumir, de meterme algo en el cuerpo.

Aquel psiquiatra endemoniado soltó el aire. Se acomodó en su sillón de director de aquella clínica de lunáticos y no me refería a los pacientes.

—No, no es así.

—¿No estoy secuestrado? —exclamé al tiempo que me frenaba—. ¿Puedo irme?

—No... —Lo vi vacilar, buscar las palabras en su cerebro—. Solo por el momento.

Ulrich quería volverme loco, si es que ya no lo había conseguido.

—¿Por el momento? —pregunté, sardónico.

Una risita explotó en mí. Huyó por mis labios. Me volvía loco. Aquel encierro. Las ansias me rasguñaban por dentro.

—¡Maldito Paul y en los problemas que me mete! —masculló Ulrich entre dientes.

Se lo veía exasperado, poco me importaba. Yo estaba cabreado. Necesitaba irme.

«Vámonos, Kieran». ¡Mierda! Me agarré el cabello y gruñí. Mi cuerpo doblado hacia delante. La voz tan real como si estuviera a mi lado. ¡Enloquecía! Mis ojos se colmaron de lágrimas. Tantos años. Tanto tiempo sin ella. Tanto tiempo solo.

—¿Dónde está él? —escupí con rabia, con frustración y con apetito de hacer daño.

—Eso mismo me gustaría saber. —Su expresión se suavizó y lo odié aún más. Lo odié por ese manto de compasión que se plasmó en su mirada cálida—. Mira... Quisiera explicarte algo, pero poco sé.

—Qué conveniente, ¿cierto, doctor Ulrich Metz?

Ulrich frunció el ceño y enlazó los dedos de sus manos sobre el escritorio repleto de papeles.

—Soy Ethan Black.

Solté una carcajada. ¡Cómo si me importara! Retomé mi andar de gato enjaulado con rabia, la boca repleta de espuma, los ojos rojos. No podía detenerme, sentía que alguien hacía picadillo mis brazos y mis piernas. El hormigueo había llegado a un nivel desesperante.

—Prefiero, Ulrich. Va más contigo. Un psiquiatra loco que intenta llevar al paciente al borde del suicidio.

La expresión de espanto de Ulrich fue única. Hubiera lanzado otra carcajada, sino sintiera que mi cabeza explotaría en cualquier momento. Las ansias eran acuciantes. Necesitaba ya un Molly, una pitada de Mary Jane, un vodka puro para no pensar en una maldita línea de coca.

Desde las cenizasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora