Capítulo 26

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Franco
Vislumbro entre la neblina una figura masculina que se acerca a paso decaído hacia mí. No sé cómo me encuentro; no distingo el atuendo que llevo puesto, ni siquiera puedo saberlo aunque intente autorecorrerme con la vista, pues mis ojos no se despegan de la silueta que atraviesa la humedad matutina.

No me rodea nada más, solo un campo vacío opacado por el aura grisácea del rocío ambiental.

Tampoco hay sonido.

Me desespero, la persona que se aproxima es torturantemente lenta y una inquietud me hace sentir acorralado. Porque realmente no me puedo mover.

Está llegando, solo a unos pasos... Casi puedo escuchar el sonido pesado de su respiración agitada, casi moribunda. Una tos, escucho una tos y la familiaridad de los quejidos que suelta a continuación logra que tema.

Fran —musita mi nombre. Sé de quién se trata de inmediato y doy un paso para poder verlo a la cara. Pero su mano en mi pecho me detiene. No entiendo cómo, pero su rostro no lo puedo ver—, no, quería decirte que... ¿Estás bien?

Su pregunta me hace dudar. «¿Qué si estoy bien? ¿Yo estoy bien? No lo sé... ¿Lo estoy?».

Un latido fuerte en mi pecho me hace pegar un brinco y cuando mis ojos se abren de golpe me alivio al ver las paredes de mi habitación.

«Ha Sido otra de mis pesadillas». Mi conciencia me dice y estrujo mi rostro con la palma de mis manos sentado sobre la cama.

Bajo la mirada a mi abdomen y persibo que la sábana que me cubre está empapada, al igual que gran parte de mi cuerpo.

Maldigo en voz baja y me levanto para ir a la ducha, pero antes, el recuerdo que me provoca las pesadillas me obliga a observar el tatuaje que me ata a él de por vida...

Trago en seco, suspiro profundamente y logro deshacer el nudo que se formó en mi garganta.

Tomo un baño, me visto con uno de mis deportivos de mono y chaqueta y salgo a correr. La mañana está fresca, el sol no pretende broncearme como las semanas anteriores y la brisa hoy está a mi favor.

Recorro las aceras de Central Parck y paso por una de las curvas que conducen a la Quinta Avenida, dónde se le ve a las señoras más ricas pasearse con sus mascotas finas y pulidas.

Tomo un descanso frente a una peluquería y bebo un poco de agua de mi botella. Limpio el sudor de mi frente y frunzo el entrecejo al ver a una joven cruzar la calle. Su cabello largo y el par de piernas hermosas que tiene me asegura la identidad de quién lo porta y sonrío con picardía.
No pienso dejar que se me escape.

Acelero mi trote y cruzo la carretera tras ella.

Estoy a pocos metros pero mantengo mi silencio. Disfruto unos segundos recorriendo su físico y muerdo mi labio inferior. Lleva puesto unos leggins blancos ajustados que marca su empinado y carnoso trasero, junto con un top negro y un bolso de mano que lleva colgando del brazo derecho. En la mano izquierda carga un par de bolsas con lo que supongo sea comida.

Decido que note mi presencia y logro llegar hasta su lado. Ella no parece darse cuenta y entonces le susurro: —Latina.

Se sorprende un poco y choca sus preciosos ojos con los míos. Abre la boca como para decir algo pero la vuelve a cerrar y sonríe juntando sus labios.
Hoy luce más linda que la última vez que la vi.

—Franco, ¿qué hace usted por aquí? —me cuestiona con una mueca de cara y me encojo de hombros.

—Ejercicio matutino, lo hago todos los sábados —contesto restándole importancia y ella eleva las cejas comprendiendo mis palabras.

💃Un baile para Franco🤑✅Where stories live. Discover now