IX

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Entre los árboles y la maleza, una chica con un vestido sucio y herida corría tratando de encontrar el camino correcto para llegar al pueblo, estaba cansada, perdida y triste por la reciente pérdida de su madre, se detuvo un momento para poder descansar y tomar aire.

Una presencia maligna la estaba mirando desde la lejanía, observando como aquella chica con rasguños en sus brazos y piernas se recostaba en el árbol rendida, el sol estaba por esconderse y no estaba ni cerca de llegar al pueblo, y tampoco encontraba el camino de regreso a su casa, estaba estancada en el medio de la nada.

Un ruido hizo que la chica de larga cabellera y desordenada se pusiera alerta, si ya tenía miedo suficiente al estar perdida en un bosque sola, ahora teniendo a un posible animal cerca deseando consumirla era el colmo.

Su mirada se posó ante la silueta de un hombre trajeado, bastante alto y ojos verdes, que se le acercaba lentamente — ¿Estás perdida niña? —Su voz calmada por alguna razón no le dio buena espina, y si algo le había dejado en claro su madre, era que no debía hablar e irse con desconocidos.

Por lo que decidió permanecer en silencio como respuesta, reincorporándose para poder tomar distancia —No pienso hacerte daño, solo quiero ayudarte, esta por anochecer y no creo que quieras quedarte acá afuera tú sola —Sus ojos viajaron a aquel raspón que tenía en sus rodillas —Vamos, te llevaré a mi casa para limpiarte —Le extendió la mano mientras se acercaba.

La pelinegra, dudosa terminó por tomar la mano de aquél hombre, no tenía otra opción, era o irse con él, o quedarse afuera arriesgándose a morir por un animal salvaje.

Comenzó a caminar de la mano con aquel extraño —Soy Fergal por cierto —Dijo bajando la mirada para toparse con aquellos ojos avellana de la chica.

La morena solo lo miró en silencio, Fergal comenzaba a creer que era muda o tal vez era demasiado tímida, y no podía juzgarla, él era un completo desconocido y lo más probable es que estaba muerta de miedo.

Para cuando el sol había desaparecido, llegaron a una casa grande, bastante linda que dejó sorprendida a la pelinegra, una vez en el interior, unas lámparas con velas iluminaban vagamente aquel inmenso espacio, por lo que no pudo apreciar bien las pinturas que estaban colgadas en las paredes junto algunas repisas —Te llevaré a una habitación con baño para que te limpies ese sucio de tus heridas —La chica tímidamente asintió, comenzando a subir unas escaleras de madera, llegando a un largo pasillo iluminado con velas y daba paso a varias habitaciones, el gran hombre la llevó hasta la última habitación del pasillo, abriendo la puerta y mostrando una gran cama y unos cuantos muebles.

—Aquella puerta es el baño —Apuntó a una puerta que estaba a su derecha —Iré a buscarte algo de ropa y algo para curar esos raspones —Le sonrió soltando su mano y dejando sola a aquella chica.

Aventurándose con pasos cortos en la gran habitación amoblada con estantes llenos de libros y un escritorio, decidió ir al baño, había una gran tina, un espejo enorme sobre un lavamanos, sin duda aquel hombre era adinerado.

Comenzó a llenar la tina con agua para tomar un baño, la puerta fue tocada con suavidad para luego ser abierta lentamente por Fergal —Dejé algo de ropa en la cama, una vez terminar puedes bajar para comer algo —Le entregó algunas vendas junto con algodones y alcohol para desinfectar sus heridas —Cualquier cosa estaré en la cocina —Le sonrió y cerró la puerta para darle su espacio, una vez la tina estuvo llena con agua decidió bañarse, con temor a que apareciera Fergal, retiró lentamente el vestido mientras miraba a la puerta.

Una vez dentro de la tina comenzó a restregar el jabón sobre su maltratada piel, haciendo muecas de dolor al sentir el característico ardor en las heridas que todavía no podía entender cómo es que las había hecho, lo último que recordaba era haber visto a su madre tirada en el suelo con un charco de sangre y una figura enorme de un hombre acercándose a ella.

Succubus |Rhea Ripley|Where stories live. Discover now