Capitulo 4

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Lanzani se lo pensó mientras me observaba con detenimiento. De repente, reparé en las contradicciones que percibía en él. La ropa cara, su fantástica apariencia física, la sensación de que bajo esa sofisticación había cierta falta de refinamiento... La innegable masculinidad que exudaba sugería que o le entrabas con buen pie o ya podías salir echando leches.

No pude evitar compararlo con Pablo y su atractivo, su pelo rubio y su barba de dos días. El atractivo de Pablo siempre me había resultado cercano y relajante. No había nada relajante en Peter Lanzani. Salvo esa voz tan ronca y rica que parecía miel.

—Depende —me contestó sin más—. ¿Va a intentar venderme algo?

—No, es un tema personal.

La respuesta pareció hacerle gracia, a juzgar por la expresión de sus labios.

—Normalmente suelo dejar los temas personales para después del trabajo.

—No puedo esperar tanto. —Respiré profundamente antes de añadir con osadía—: Y le advierto que, como no me atienda ahora, tendrá que hacerlo más tarde. Soy muy perseverante.

El asomo de una sonrisa apareció en sus labios cuando se giró hacia sus dos acompañantes.

—¿Les importaría esperarme en el bar del séptimo piso?

—Encantados —contestó uno de los hombres con acento británico—. Nos encanta esperar en los bares. ¿Te pido algo, Lanzani?

—Sí, supongo que esto no me llevará mucho. Una cerveza con media rodaja de limón. Sin vaso.

Cuando los hombres se marcharon, Peter Lanzani se giró hacia mí. Su altura me hizo sentir más baja aún.

—En mi oficina. —Me hizo un gesto para que lo siguiera—. La última puerta a la derecha.

Con Lucas en brazos, caminé hasta la oficina, un lugar situado en una esquina del edificio. A través de los enormes ventanales se disfrutaba de una magnífica vista de la ciudad, cuyos rascacielos brillaban por el reflejo del sol en los cristales. Al contrario que la sencilla zona de recepción, la oficina estaba cómodamente amueblada con sillones de cuero, montones de libros y archivadores, y fotografías familiares en marcos negros.

Tras indicarme una silla para que me sentara, Lanzani se apoyó en su escritorio, frente a mí. Tenía unas facciones muy definidas: nariz recta y grande, mentón cuadrado y tan preciso que parecía cortado a cuchilla.

—Vamos a abreviar el tema, Mariana de Austin —dijo—. Estoy a punto de cerrar un trato y no me gustaría que esos hombres tuvieran que esperarme demasiado.

—¿Va a encargarse de alguna de sus propiedades?

—De una cadena de hoteles. —Su mirada se posó en Lucas—. Debería inclinar más el biberón. La niña está tragando aire.

Fruncí el ceño e incliné más el biberón.

—Es un niño. ¿Por qué todo el mundo lo toma por una niña?

—Porque lleva calcetines de Hello Kitty —contestó con evidente desaprobación.

—Eran los únicos que había de su talla —señalé.

—No puede ponerle calcetines rosas a un niño.

—Sólo tiene una semana. ¿Ya tengo que preocuparme por los prejuicios sexistas?

—Está claro que es de Austin —soltó él con sequedad—. ¿En qué puedo ayudarla, Mariana?

La tarea de explicárselo todo me pareció tan monumental que ni siquiera supe por dónde empezar.

Tiempo de cambios Where stories live. Discover now