Capitulo 6

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—Lucas, eres un aguafiestas —le dije, aunque a él no pareció preocuparle en absoluto.

Perdí la cuenta de las veces que se despertó y del número de pañales que cambié, pero me daba la sensación de que no conseguía dormir más de veinte minutos seguidos. Cuando me llamaron de recepción a las siete y media, ya que había pedido el servicio de despertador, salí de la cama a rastras y me fui al baño dando trompicones para lavarme los dientes y darme una ducha.

Una ducha de un cuarto de hora y dos tazas del café rancio de la minúscula cafetera eléctrica que había en la cocina consiguieron espabilarme un poco. Me puse unos chinos, una camisa azul claro de manga francesa y unas sandalias de tiras. Me pensé lo de utilizar o no el secador para secarme el pelo, por temor a que el ruido despertara a Lucas, pero al final llegué a la firme conclusión de que, si quería llorar, que llorase.

Apagué el secador en cuanto tuve el pelo liso y bien peinado.

Silencio.

¿Le habría pasado algo a Lucas? ¿Por qué estaba tan callado? Fui corriendo al dormitorio para echarle un vistazo. Estaba durmiendo a pierna suelta. Su pecho subía y bajaba con regularidad y tenía los mofletes sonrosados. Lo toqué para cerciorarme de que realmente estaba bien. Lucas bostezó y cerró con fuerza los ojos.

—Ahora quieres dormir, ¿no? —susurré.

Me senté a su lado y contemplé esa piel tan fina, las delicadas pestañas, su expresión relajada por el sueño. Las cejas apenas eran visibles, porque las tenía muy poco pobladas y además el vello era muy delicado. Se parecía a Eugenia. Tenían la misma nariz y la misma boca, aunque Lucas era moreno de pelo. «Como Peter Lanzani», pensé mientras le pasaba un dedo por la sedosa pelusilla.

Me levanté para ir en busca del celular, que se estaba cargando. Marqué el número de mi prima María y me contestó de inmediato.

—¿Diga?

—Soy Lali.

—¿Cómo está el bebé?

—Bien. ¿Sabes algo del paradero de Eugenia? Porque si no has averiguado nada...

—La he encontrado —me interrumpió ella con una nota triunfal en la voz.

Se me abrieron los ojos de par en par.

—¿Cómo? ¿Dónde está? ¿Has hablado con ella?

—Directamente no. Pero hay un hombre al que suele acudir a veces cuando está de bajón...

—¿Al que suele acudir? —le pregunté con recelo—. ¿Te refieres a que sale con él?

—No exactamente. Está casado. El caso es que pensé que Eugenia podría haberle pedido ayuda. Así que busqué su número de teléfono, le dejé un mensaje y ha acabado por llamarme. Dice que Eugenia está bien y que ha estado con él estos últimos días

—¿Y quién es ese hombre?

—No puedo decírtelo. Quiere quedarse al margen de todo esto.

—Claro, cómo no! María, quiero saber con pelos y señales cómo está mi hermana, dónde se encuentra y...

—Está en una clínica en Nuevo México.

Se me aceleró tanto el corazón que estuve a punto de marearme.

—¿Qué tipo de clínica? ¿De rehabilitación? ¿Tiene problemas con las drogas?

—No, no tiene nada que ver con eso. Creo que tiene una depresión o algo.

La palabra «depresión» me asustó e hizo que mi voz sonara un poco temblorosa al preguntar:

—¿Cómo se llama la clínica?

Tiempo de cambios Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang