Capitulo 27

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No se movió en cuatro horas, ni siquiera las dos o tres veces que le unté crema hidratante en los labios ni cuando la enfermera entró para cambiarle el gotero y comprobar sus signos vitales. Me quedé todo el rato a su lado, sin quitarle la vista de encima por temor a estar soñando. Me pregunté cómo era posible que me hubiera enamorado tan completamente de un hombre en tan poco tiempo. Parecía que mi corazón iba al galope.

Cuando Peter se despertó, ya había noticias de su hermano y pude decirle que había salido del quirófano y que su situación era estable. Dada la edad y la buena forma física de Agustín, según el médico, tenía muchas probabilidades de recuperarse del todo.

Abrumado por el alivio, Peter guardó silencio, cosa rara en él, mientras le daban el alta, para lo cual tuvo que firmar un montón de impresos, tras lo cual le dieron una serie de instrucciones para tratarse las quemaduras y las recetas de los medicamentos pertinentes. Se unos pantalones y una camisa que Gastón le había llevado, y después Vico nos llevó de vuelta al 1800 de Main Street. Tras dejarnos allí, Vico volvería al hospital para estar con Cande, que quería quedarse en la UCI con Agustín más tiempo.

El silencio de Peter siguió mientras subíamos a su departamento. Aunque había dormido en el hospital, sabía que seguía exhausto. Eran más de las doce de la noche y el edificio estaba sumido en un completo silencio que sólo se veía interrumpido por el zumbido del ascensor.

Entramos en su departamento y cerré la puerta a mi espalda. Peter parecía descolocado mientras miraba a su alrededor, como si nunca hubiera estado allí. Ansiosa por reconfortarlo, me acerqué a él y lo abracé por la cintura.

—¿Qué puedo hacer? —le pregunté en voz baja.

Sentí el ritmo de su respiración, más acelerada de lo que había previsto. Tenía el cuerpo en tensión, con los músculos agarrotados.

Se volvió y me miró a los ojos. Hasta ese momento, nunca había visto a Peter, siempre tan seguro de sí mismo, tan perdido e inseguro. Guiada por esa necesidad de consolarlo, me puse de puntillas y lo besé en los labios. El beso fue un poco titubeante al principio, hasta que él me agarró la nuca con una mano y las caderas con la otra, amoldándome a su cuerpo. Me besó con voracidad, con deseo. Sabía a sal.

Se separó para cogerme de la mano y llevarme hasta el dormitorio a oscuras. Me quitó la ropa a tirones, jadeando y con una pasión que no había demostrado hasta el momento.

—Peter —dije, preocupada—, podemos esperar hasta...

—Ahora. —Tenía la voz ronca—. Te necesito ahora. —Se quitó a tirones la camisa y dio un respingo cuando se le trabó en el vendaje.

—Bueno, Ok. —Me daba miedo que se hiciera daño—. Pero con cuidado, Peter. Por favor...

—No puedo esperar —balbuceó al tiempo que buscaba los botones de mi pantalón. Las prisas entorpecían sus movimientos.

—Deja que lo haga yo —murmuré, pero me apartó las manos y me arrastró a la cama. Su autocontrol se había esfumado por el cansancio y el bombardeo de emociones.

Me quitó el pantalón y todo tipo de prenda la cual cubriera mi cuerpo las que acabaron en el suelo. Tras separarme los muslos con las rodillas, se colocó entre ellos. Levanté las caderas al instante, ofreciéndome a él, ya que los dos buscábamos lo mismo.

Me penetró hasta el fondo con un gemido. Enterró sus temblorosas manos en mi pelo y se apoderó de mi boca con un beso brutal. Sus movimientos eran fuertes, salvajes casi, y yo respondí con ternura, dejándole imponer el ritmo. Tome su cabeza con las manos y acerqué mis labios a su oído para susurrarle cuánto lo amaba, para decirle que lo quería más que a nada en la vida. Se tensó y jadeó mi nombre mientras su cuerpo se estremecía por la fuerza de su orgasmo.

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