Masaje

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El doctor le indicó tres semanas de reposo y sin hacer ni un solo esfuerzo a Leonardo, por lo que hemos pasado los días viendo películas, jugando en su consola, haciendo mis deberes del instituto en el que me inscribió y fortaleciendo mi inglés. No es que lo domine a la perfección, pues para eso necesito más tiempo y dedicación, pero al menos he aprendido a decir y comprender algunas oraciones con su ayuda y la de Marlene.

Aunque estemos en casa todo el día, no nos aburrimos ni un solo segundo. ¿Y quién podría aburrirse cuando las palabras sobran y los besos no? Su boca se ha convertido en mi nueva adicción, siempre deseando mucho más de ella. No desaprovechamos momento alguno para besarnos y permanecer abrazados en su cama, en la mía o en el sofá del sótano.

Es domingo y no hemos hecho nada durante el día, pues hemos estado muy ocupados dándonos besos y caricias. Mi piel arde y la suya no está mejor, pero por más que tengamos que controlar esas ganas, no podemos dejar de brindarnos cariños. Somos como dos imanes, que lo único que buscan es hacer contacto con su otro extremo.

—¿Quieres ver una película? —inquirió, acariciando mi espalda con mucha suavidad.

—Ya como que nos hemos visto todas las películas de Netflix —levanté mi cabeza de su pecho, para mirarlo a los ojos—. ¿Y si jugamos billar?

Una sonrisa divertida surcó en su rostro.

—¿Quieres perder de nuevo conmigo?

—¿Y qué tal si esta vez gano yo?

—Bien, si es lo que quieres, entonces juguemos.

—Yo las acomodo.

Me levanté del sofá y me incliné en la mesa de billar para acomodar las bolas en el centro, pero no contaba con que se atrevería a provocarme en pleno verano.

Deslizó su mano por mi muslo en dirección a mi cadera y me estremecí, girando mi cabeza para verlo detrás de mí, viendo con atención y deseos mi trasero. Se mordió los labios y mi corazón palpitó más de lo que se encontraba por sus previos y candentes besos. El roce de su erección en mi trasero me sacó un fino gemido.

«Por más que lo desee, no voy a caer con tremenda Tentación».

—Manten tus garritas muy quietas, Leoncito.

—Es imposible quedarme quieto cuando te ves tan provocativa con esos pantalones tan cortos que usas —dejó un firme apretón en mi nalga derecha—. Ya me di cuenta de que lo haces a propósito.

Soy una débil, pero es imposible no caer en sus garras cuando me toca y me mira así.

—Mejor juguemos, ¿sí?

—Sí, juguemos.

Todo me lo esperaba, menos que fuera a levantar mi cuerpo sobre la mesa de billar, obligándome a poner las manos sobre la mesa para no quedar completamente acostada sobre ella.

—¡Leonardo, recuerda que no puedes levantarme!

—No pesas nada, gatita —abrió mis piernas, dejando mis pies en cada punta de la mesa—. Además, vamos a jugar un rato, ¿no?

—¿Qué haces? ¿Estás loco? Te puedes lastimar y recuerda lo que te dijo el doctor.

—No voy a usar la pierna, al menos no esa —soltó una risita traviesa y rodeó la mesa—. Acuéstate.

Lo miré por unos segundos, buscando la broma en sus palabras, pero sus ojos brillaban cargados de deseos y su sonrisa me dejó en claro que no estaba bromeando en lo absoluto.

Quitó las bolas y el triángulo de la mesa y me acosté por completo en ella, quedando en forma de equis, con las piernas abiertas de par en par y las brazos por igual. No sé qué es lo que tiene en mente, pero miento al decir que no es excitante todo lo que por la mía está cruzando ahora mismo.

—Leo, de verdad te puedes lastimar —murmuré en un hilo de voz, luchando para no dejarme vencer por sus encantos y su fiera mirada.

—Pero no voy a hacer ningún esfuerzo, bizcocho —acarició mis brazos con suavidad y tragué saliva al tener muy cerca de mi rostro su prominente erección—. Has hecho mucho por mí en estos días, por lo que darte un rico masaje es como único puedo pagarte. Estás muy tensa, cierra los ojos y relájate —besó mi cabeza y suspiré—. Traeré un poco de crema, ya regreso.

«Santa cachucha, así no se puede pensar con la cabeza».

Regresó varios minutos después y sentí la frialdad de la crema en uno de mis pies, abarcando con sus manos cada centímetro de el hasta mis dedos.

Separó cada uno de mis dedos y los estiró con suma suavidad, llevando sus manos hasta la parte del talón y regresando hasta los dedos sin dejar de presionar el centro de mi pie con sus pulgares.

Realizó el mismo proceso por varios minutos y con mi otro pie, relajándome a más no poder. Sus manos son sensacionales, me brindan una calma y un calor inigualable.

Cuando mis pies se relajaron lo suficiente y los sentía menos pesados, prosiguió con sus masajes en mis piernas, presionando y apretando mi carne con precisión y suavidad. Sus manos se sienten muy bien, en realidad, sí que me hacía falta un rico masaje como este.

Mantenía los ojos cerrados mientras él masajeaba con ímpetu mis piernas. Cuando sus manos subieron a mis muslos, me estremecí. Esa sensación fría de la crema y tibia de sus manos es maravillosa y traía consigo muchas corrientes por mi piel.

Masajeó mis muslos con las palmas abiertas, por lo que sus dedos rozaron el medio de mi trasero y me mordí los labios, pues realizó el mismo movimiento varias veces seguidas sin llegar a tocar más allá, pero dejándome con una sensación de hormigueo en mis adentros.

—¿Te gusta? —inquirió con voz ronca y muy profunda, agudizando esa corriente en mi interior.

—Me encanta...

Volvió a realizar el mismo movimiento, pero esta vez sus manos pararon en mi trasero y apretó mis nalgas, masajeándolas con suavidad. No pude controlar el gemido y el temblor que ese acto provocó. Está jugando con mi mente y eso no es justo, no cuando estoy tan sensitiva percibiendo sus delicadas caricias.

—Así no puedo ponerte la crema —iba a preguntarle a qué se refería, pero mi pregunta quedó en el aire cuando bajó con suavidad mi cachetero—. Así que realmente no traías nada más por debajo, ¿eh? Qué descarada eres al andar así por la casa.

—¿Te molesta?

—En lo absoluto —me quitó el cachetero y esperé ansiosa su siguiente movida—. No me pongo bravo si decides pasar el día en casa desnuda.

—Eres un leoncito muy pervertido.

Vertió la crema directamente en mis nalgas y la esparció con sus manos hacia los lados, abriendo mi trasero y haciéndome sentir vergüenza por su acto.

Pensé que me tocaría directamente en el corazón palpitante, pero guio sus manos a mi espalda baja, donde realizó círculos con sus pulgares ejerciendo algo más de fuerza y presión.

Me quitó la blusa y el sostén y untó más crema por mi espalda, ateniendo mis hombros con algo más de rudeza debido a la tensión en ellos. Sus manos me sumergieron en un mar de sensaciones, donde solo podía captar sus suaves y grandes manos.

Me sentía muy relajada y a la vez demasiado excitada, pues debo confesar que tengo muchas ganas de que sus dedos se deslicen por mis labios menores y mermen esas palpitaciones que me tenían ardiendo de deseos.

Vertió otro poco más de crema en mi espalda y bordeó mi espina dorsal con sus pulgares hasta terminar en el inicio de mi trasero y devolverse por el mismo camino. Al hacer lo mismo, pero hacia abajo, sus manos siguieron hasta mis nalgas y las apretó entre ellas, rozando con suma maldad mi zona más latente.

Dejé escapar un gemido y oí su risita traviesa.

—¿Por qué juegas conmigo? No me digas que le tienes miedo.

—Sí, tengo miedo de que me capture y me deje preso quién sabe por cuánto tiempo.

No sabía si lo decía en broma, en doble sentido o muy en serio. La calentura no me permite pensar con claridad y atacarlo como se lo merece. Además, no voy a echar a perder este momento tan íntimo y especial que nació de él. Su rico masaje era todo lo que necesitaba, pero como cualquier adicta, necesito mucho más de él.

Condena[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora