Capítulo 13 Colisionando desde lo alto

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Valentía. La fuerza de voluntad que conduce a una persona a través de momentos de necesidad, es la cualidad que, como seres vivos nos hace enfrentar el peligro con la cara en alto. Y es aquel valor lo que Kattara trataba de encontrar en ella mientras seguía la oscuridad del túnel, la desconfianza en si misma volvía en cada paso, sus decisiones anteriores fueron más impulsivas que valientes, pero, a punto de llegar al castillo era mejor pensar que actuar y buscar el coraje de no regresar por donde vino. 

La luz de la antorcha casi se extinguía cuando llegó al final del túnel, entonces ahí, frente a la pared de roca sólida, Kattara cayó en cuenta de que nunca preguntó como encontrar la salida o algún truco para buscarla. Recorrió con la poca luz que quedaba su alrededor tratando de encontrar alguna grieta o agujero que le indicara por donde salir; pero, así como los enanos construyeron las puertas que se perdían a la vista, era lógico pensar que la salida al palacio estaría oculta de la misma manera. El tiempo y la luminosidad se le agotaban al igual que el aire, no tenía opción de regresar y preguntar donde estaba la puerta, le tomó dos horas atravesar el túnel y le tomaría quizá el triple ir y regresar, por lo tanto, quedaba en sus manos resolver el problema. Puso la antorcha en el suelo y con sus puños comenzó a golpear la tierra sobre su cabeza. A los primeros golpes solo caía arena sobre su cabello, avanzó centímetro por centímetro pegando hasta que una parte se alzó. Sintió el aire en sus manos y empujó un poco más separando un cuadro de piedra del resto, con las dos manos lo empujó a un lado en el suelo de la superficie; dio un brinco ágil para sostenerse del borde, impulsándose, logrando sacar todo su cuerpo. Por último, volvió a colocar el recuadro para proteger el secreto de los pasadizos y se puso de pie. Finalmente se encontraba en el castillo Kalat en el reino de Nóvety.

Estaba en la bodega que le indicó Belladona, un cuarto pequeño y oscuro con una pequeña rejilla en el extremo superior de la pared frontal a la puerta, por donde entraba una leve brisa de aire, no había velas ni antorchas viejas que pudiera encender y apenas podía distinguir una baldosa de piedra forzando su vista. Sostuvo su mano izquierda en lo alto y pronunció a modo de susurro Matismal lorquinli— al mismo tiempo con el dedo índice de su mano derecha dibujaba al aire una runa de invocación. De su palma brotó una luz amarilla que alumbró el espacio e hizo que la puerta apareciera ante sus ojos. 

Las runas de invocación fueron creadas por Oco para alcanzar ciertas habilidades que no funcionaban solamente con conjurar hechizos, permitiéndole a las congregaciones manejar la magia cerca de su totalidad. Los magos entrenados concentraban una cuarta parte de su energía en la mano receptora, y el resto la concentraban en la punta del dedo invocador logrando llamar al poder. Kattara había logrado perfeccionar el control sobre su energía cuando se trataba de runas. Y fueron solo las runas benéficas las que Oco le enseñó, pues no cualquiera accedía a las runas prohibidas, aún se tratase de un mago superior.  

Kattara trató de abrir la puerta lentamente, tomó la manija que chillaba al moverla y la giró, un sonido que apenas se escuchaba, pero que para el oído agudizado de los vampiros quizá si fuera perceptible. Se asomó poco a poco sin percibir ninguna presencia cerca, por lo que, segura de encontrarse sola salió por completo. 

Ahora andaba por un pasillo amplio todavía oscuro que salía a una gran cámara, ampliamente construida, en donde casi cabría un gigante en ella. Aquella se encontraba ya iluminada por faroles que colgaban del techo, sostenidos de cuerdas con las que los enanos podían bajarlos cuando fuera necesario. Kattara apagó la luminosidad de su mano y avanzó en conjunto al total silencio del lugar, de frente a ella estaba la entrada a unas escaleras que ascendían y a su derecha había una puerta entre abierta. Fue hacia ella como primer impulso, notando un horripilante hedor a podrido conforme se acercaba; al llegar y abrir por completo se encontró con el horror. Una pila de cadáveres de enanos, arrojados a ese rincón como si no importaran, algunos en huesos, otros en medio proceso de descomposición y otros notoriamente recientes. Kattara volteó la cara ante tal crueldad y derramó un par de lágrimas por ellos, volviendo a cerrar la puerta; recargó sus manos y su frente en la madera, diciendo— Leg din hodel soltelde mil due noltte quil tombel, fore du arrivel lea slutten av din vialio (Recuesta tu dulce cabeza en esta noche que cae, pues has llegado al final de tu viaje) —. Esa frase era propia de los elfos cuando una vida llegaba a su fin, y fue lo único que pudo hacer y decir por los enanos caídos. 

Gott Bellum: Guerra de dioses [En edición]Where stories live. Discover now