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50: Somos libres al fin.




Esa misma madrugada, cerca del amanecer me encontraba rumbo a ese destino incierto con la persona que menos sospechaba me sacaría de este lugar. Ninguno de los dos nos dirigimos la palabra durante el camino, él estaba molesto conmigo y yo estaba el doble de molesto y herido como para aguantar una charla que posiblemente se convertiría en discusión y otro dolor de cabeza.

En aquel momento apenas pude pensar en lo que estaba dejando atrás, pero si sentí un alivio junto a un vacío que sabía que se trataba de él. No lloré hasta después de una semana que volví a discutir con mi padre cuando nos encontramos absorbidos por nuestros pensamientos y emociones. Durante todo esos días sólo nos habíamos hablado lo suficiente para comunicarnos para saber si seguíamos vivos o no.

Durante la comida, tanto él como yo nos desconocimos y me encontré nuevamente con un fuerte moretón en mi pómulo y él con una herida interior cuando le dije más cosas que me hartaba de él como padre y como ser humano.

Después de eso, otra vez ninguno se dirigió la palabra durante un tiempo y lo encontraba correcto aunque me dolía confesarlo.

Dejé de ser un Kim, dejé de ser su hijo y estaba empezando a perderme a mí mismo en la soledad de ese pequeño cuarto que tenía para dormir.

Fue en ese momento que me encontré viviendo el miedo que una vez creí sería lo peor del mundo. El estar completamente solo, pero no fue lo más terrible, lo cruel llegó al mes después cuando me encontraba transitando por la ciudad, estábamos muy cerca de la capital y había tanta gente en las calles siendo un contraste a mi antiguo hogar, pero aquí nadie le interesaba alguien como yo.

Nadie miraba a mi dirección y ese momento descubrí algo que no me había dado cuenta al haber estado centrado en las discusiones con mi padre. Aquí nadie sabía nada de mí. Aquí era libre.

Y justo en ese momento pensé en él. En Jungkook y mi corazón se detuvo al instante.

Corrí como un loco hacía un lugar alejado para sostenerme de las paredes sucias y retomar mi aire. Pero el aire se escapó junto a las lágrimas retenidas y lo extrañé como si con ello fuera a volver encontrar paz en sus brazos. Al cabo era libre, pero estaba solo y no encontraba motivos para seguir adelante si estaba solo. Desde ese momento y cada noche soñaba con él en un viejo almacén, con sus brazos rodeando mis hombros mientras hablábamos de libertad.

Creía que sería pasajero, que pronto estos sentimientos de angustia y tristeza desaparecerían para cuando volviera a pensar en él sólo me sintiera más fuerte como él me dijo que debía ser. Pero no era el caso, más débil me sentía. Y el dolor también se unía a la rabia cuando menos lo pensaba por no saber luchar.

Internamente seguía teniendo las heridas abiertas y traté de hacer todo lo posible para no derrumbarme. Pero la paz nunca parecía ser una opción.

Tuve que buscar un trabajo cuando una de las tantas discusiones con mi padre vi que estaba dispuesto también de deshacerse de mí cuando nos dimos cuenta que nos rendimos y solo buscábamos destruirnos mutuamente

Trabajé en un pequeño local donde vendían instrumentos musicales, cada noche antes de cerrar me sentaba en un sillín frente a un gran piano de cola negro. Elegante y majestuoso. Ahí, tocaba todas las canciones que una vez toqué con él,los recuerdos pesaron a más no poder y difícilmente escapaba de ellos.

Cuando pasó el año, logré sonreír verdaderamente cuando un niño que le estaba enseñando a tocar piano me mostró su avance. Aunque no era un maestro o un profesional, una pareja de padres jóvenes me escucharon tocar y su hijo de 8 años rogó con ojos de cordero que le enseñara.

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