1.- El pálido punto azul

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USA terminó de comer su sándwich justo en el instante en que el auto se detuvo delante del hotel donde se estaría hospedando los siguientes meses

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USA terminó de comer su sándwich justo en el instante en que el auto se detuvo delante del hotel donde se estaría hospedando los siguientes meses. Guardó la envoltura en su pantalón y dio un largo suspiro.

No estaba mentalmente preparado para lo que seguía. Aún así, se armó de valor y abrió la puerta para salir, pero antes de siquiera dar un paso afuera, volvió a cerrarla con rapidez al vislumbrar a México charlando animadamente con Canadá en la entrada.

Ordenó al chofer que lo llevara hasta el estacionamiento para bajar desde ahí y no llamar tanto la atención. ¡Por el Dios en el que no creía! Se había vuelto tan apático desde la última reunión. ¿Cómo es que no se había atrevido a bajar ahí? El USA de cinco años atrás estaría tan decepcionado.

Pero eso no importaba en ese instante. Ya tendría tiempo para resolver su repentina timidez. Por lo menos ahora no tendría que lidiar con nadie.

Su plan era simple: salir del auto y subir por el ascensor de la parte trasera, encontrar su habitación y esconderse ahí hasta que fuera la reunión.

Si tan sólo las cosas fueran tan fáciles.

Mon petit monstre!

Maldita sea, pensó USA al reconocer la voz de Francia desde afuera del coche. Parecía que estaban estacionados uno al lado del otro, y ambos habían pensado hacer lo mismo para evitar la atención innecesaria.

USA talló su rostro con inquietud y se recargó con pesadez contra el asiento. Su chofer lo vio por el retrovisor y ambos soltaron una risa.

—Creo que no tiene suerte, Señor.

—No me sorprendería que me cayera un rayo ahora mismo.

—¿Y eso es mala suerte? Creí que no quería asistir a la reunión.

La representación negó con la cabeza, medianamente divertido y salió tras despedirse. Tomó su mochila y se la colgó sin levantar la mirada del suelo. Tal vez así Francia entendería la indirecta y se iría en lugar de hablarle.

—¡Meri! —lo llamó el francés mientras se acercaba a él. Lo sostuvo por los antebrazos para que no escapara y plantó sus típicos besos de saludo que tanto sabía que el norteamericano detestaba.

—Francia —soltó con desánimo. En realidad, no tenía ganas de tratar con nadie y su "padre" era de aquellas personas que poseían mucha energía y de las cuales USA necesitaba esforzarse mucho para seguir el ritmo.

—¿Cómo has estado, Mon ver de terre? —inquirió mientras pasaba un brazo por sus hombros y le daba indicaciones a su propio chofer para dejar sus maletas en su habitación al entregarle la llave.

USA resopló menos angustiado ante ese apodo. Llevaba tiempo sin oírlo y aunque decía odiarlo, en ese momento era reconfortante de cierta forma.

—Creí que no vendrías —siguió hablando—. Ya sabes, incluso tuve que llamar a tu padre para-

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