MIENTEME

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El corazón de Bastián aporrea contra su pecho. Errático. Tanto que casi lo puede escuchar sobre el repentino silencio que se ha formado en el cuarto. En ese viejo salón solo iluminado por el resto de su propia luz de Dios que se apaga lentamente.

No puede apartar la vista de esos ojos grises. Tratando de estudiar su reacción. Con el miedo que aprieta su pecho ante la idea de que huya de él por ocultarle la verdad. Deja caer la espada de su mano, pero esta no hace ruido contra el suelo de piedra, si no que desaparece antes de terminar de caer.

Zahira sigue el movimiento de esa extraña arma anonadada antes de volver a mirarlo a los ojos.

Mentiras. ¿Le mintió todo este tiempo?

Técnicamente no. Más bien, ella nunca le preguntó, así que solamente se le ocultó la verdad. Pero, ¿Qué se supone que tendría que haberle preguntado en la primera cita? "Oye Bastián, ¿Eres algún tipo de ser sobrenatural por casualidad?" No.

El hombre de ojos oscuros es el primero en reaccionar tras unos minutos de incertidumbre, acercándose dos pasos a ella. Sin embargo Zahira retrocede asustada ocultándose de nuevo bajo la mesa. Movimiento que duele al Dios peor que cualquier puñalada.

- Zahira... Yo...- Trata de acercarse de nuevo.

Esta vez la mujer no retrocede sintiendo el desespero en sus palabras. Sobre todo por el cansancio que se apodera de su cuerpo después de la adrenalina. Como una losa que pesa sobre su espalda.

Bastián se arrodilla a su lado y sujeta su rostro con delicadeza entre sus manos. Ella niega cerrando los ojos. Como si quisiese despertar de un mal sueño. De una horrible pesadilla en la que es atacada por unos espectros que quieren matarla, por alguna razón que desconoce, y donde su novio lo salva. Si. Pero utilizando una especie de poderes mágicos de luz.

- ¿Quien..?¿Qué eres?- Tartamudea abriendo los ojos de nuevo y sintiendo esa presión en el estomago cuando se topa con la desesperación de Bastián. 

Los ojos del hombre con el que se iba a casar. Ese hombre al que le ha dado todo y que le ha enseñado tantas cosas nuevas. Que hace temblar sus piernas y saltar su pecho. Que tanto adora.

Bastián duda. Pensando en que palabras utilizar para contarle la verdad que tanto tiempo lleva evitando.

- Soy un Dios, Zahira.- Decide confesarle con el rostro completamente serio.

Ella pestañea un par de veces, sin saber si creerle. Si lanzarse a reír o a llorar. 

Aunque podría serlo. Muchas de las cosas de las que han hablado hacen clic en su mente.

Está a punto de pedir más explicaciones cuando se deja recostar contra las palmas del hombre que la sostiene. Repentinamente, de nuevo siente ese frío sueño que la envuelve. Se siente tan cansada que hasta vocalizar le cuesta esfuerzo. Como estando en un limbo entre el mundo real y el de los sueños.

- Tengo sueño, Bastián. Muchos sueño.

- Lo se, amor. Todo está bien.- Susurra él del mismo modo mientras la acoge entre sus brazos donde Zahira se tumba gustosa.- Pasará. Lo prometo.

Porque sabe que el veneno de esos demonios de las sombras es muy peligroso. Capaz de ponerte en un sueño eterno. De mandarte el mundo de los muertos con su asqueroso tóxico negro.

Por suerte, la dosis inyectada en su pierna no es mortal. Dos segundos más y otro gallo cantaría.

Bastián la acurruca contra su pecho esperando que se recupere con ese sueño. Que su cuerpo consiga eliminar todas esas toxinas en pocas horas.

Cuando despierte tendrá que darle explicaciones. Muchas explicaciones.

******************************

El lugar era soleado, pero frío. Aunque no un frío de esos que te quema las manos y te pica en la nariz. No. Más bien un frío agradable. Como la brisa a la orilla del mar que te eriza la piel.

Pero ahí no hay mar. A pesar de que es azul y tranquilo.

Zahira pasea desorientada por lo que parece un perfecto y arreglado jardín verde, lejos, muy lejos de la Tierra que ella conoce. ¿Dónde está? ¿Cómo ha llegado hasta ahí?

Una gran mansión se extiende a sus espaldas que, a pesar de no haberla visto nunca, se le hace conocida. Como si en un mundo paralelo fuese su mismísimo hogar. Aunque jamás podría soñar con algo así. Altas columnas de mármol y ventanales más grandes que su propia casa.

Camina hacia ella aún preguntándose que es lo que hace allí, cuando un grito y unas risas llegan a sus oídos. Son agudas e infantiles. Y cuando se da la vuelta ve a un pequeño niño, de apenas tres o cuatro años, corriendo hacia ella con pasos torpes.

- ¡Mamá!- Ríe cuando llega hasta sus pies, alzando sus manitas para que lo coja en brazos.- ¡Papá me quiere hacer cosquillas!

Zahira lo mira contrariada, con un sentimiento irracional de amor hacia esa pequeña criatura que ni siquiera sabe quien es. Sin embargo no se resiste a cogerlo en brazos y apretarlo contra su pecho oyendo su corazón acelerado cuando el niño, de rizos oscuros y ojos muy conocidos, esconde su pequeña cabeza en su hombro.

- ¿Papá?- Es lo único que consigue preguntar cuando ve a alguien más correr hacia ellos.

A él si que lo reconoce. A Bastián. 

Quizá con la barba un poco más crecida, pero sigue siendo él.  Con esa mirada en ella que todavía la hace temblar. Que se clava en lo más profundo de su alma. Los mismos ojos que eres pequeño niño.

Se acerca con esa sonrisa cómplice y, cuando llega a su lado, deja un beso en su frente que se siente demasiado real para ser un simple ilusión creada por su imaginación.

- ¡Eso es trampa!- Finge estar ofendido el hombre, tratando de hacer cosquillas al pequeño bebé que se presiona más contra el vestido de... ¿su madre?

La escena se le hace tan extraña, pero a la vez tan hogareña y reconfortante que no puede evitar sonreír al final aún desconcertada. Sintiéndose cómoda en este especie de sueño extraño.

- ¿Te ocurre algo, mi Zahira?- Pregunta al fin el Dios pasando un brazo por su cintura. Formando una hermosa postal de una familia feliz.

- Bastián... ¡Nosotros no tenemos hijos!¡Ni una casa!- Se atreve a recalcarle totalmente confundida. - ¿Qué hacemos aquí?¿Qué es todo esto?¿Dónde estamos?- Pregunta contrariada tratando de buscar una explicación a por que lo último que recuerda es ser atacada por unos demonios y luego... luego esto.

¿A caso está muerta? ¿Acaso esto es el cielo?

El hombre a su lado le sonríe tan tiernamente, como si ella fuese un cachorro perdido, que se siente una niña a la que hay que explicarle todo. Una sonrisa linda que termina con un suave beso en sus labios tras el que se puede oír un "Iuuugh" infantil.

- En casa. Estamos en casa, amor.

"Amor". Parece que esa palabra hace eco en su cabeza. Hasta que se hace demasiado real. Mira a Bastián, pues es su voz la que la llama, pero él no está vocalizando. Si no que solo la observa sonriente.

- Amor- Vuelve a escuchar esta vez más nítidamente.

Busca a su alrededor, mientras el sol desaparece, más rápido de lo que debería por el horizonte.

- ¡Amor!- Es lo último que escucha antes de que todo se vuelva negro de nuevo y deje de sentir el peso de ese pequeño niño entre sus brazos.

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora