DEMONIOS

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Diez minutos. Diez minutos y su Zahira aún no ha salido para darle el permiso de pasar. Por mucho que quiera alargar la conversación con su padre, no puede tardar tanto.

Ya empieza a oscurecer y hace frío. Además de que ese horrible presentimiento en su pecho, que pretende avisarle de que algo no va bien, vuelve a doler de nuevo.

Nervioso y sin poder aguantar más tiempo ahí fuera, el Dios se acerca a la puerta y llama con fuerza. Por desgracia no recibe respuesta, lo que incrementa su miedo.

- ¡Zahira!- Vuelve a llamar aún más preocupado si es posible.- Zahira, amor, ¿está todo bien?

De nuevo nada. O eso cree él hasta que un horrible sonido le pone los pelos de punta. Un agudo grito que reconocería en cualquier lado. Acallado inmediatamente, seguido de un forcejeo y algo rompiéndose ruidoso contra el suelo en miles de pedazos.

No lo piensa dos veces. Temiéndose lo peor, hace aparecer la espada en su mano, casi por instinto. Esa oscura espada de filo curvo que tantas vidas a segado y que no dudará en utilizar si su Zahira está en problemas.

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No se suponía que la mortal debiera darles tantas molestias. No hay nada más sencillo que deshacerse de la vida de una de esas frágiles criaturas. Sin embargo ahí está. Tratando de forcejear con piernas y brazos para deshacerse del fuerte agarre de uno de esos hombres. O cosas.

Zahira abre los ojos aún más angustiada cuando comprende que hay otro a su espalda. Dos pálidos y altos espectros que, está segura, que no son humanos.

No lo pueden ser. Con sus largos y desproporcionados brazos, sus dedos fríos y escurridizos y sus rostros grises y sin expresión. En el que no se puede distinguir ni sus ojos. Son como fantasmas.

No comprende la situación. Pero no hace falta ser muy lista como para saber que, si no se deshace de ellos va a terminar mal, muy mal.

La sombra sisea cuando Zahira entierra sus uñas en uno de sus brazos y consigue ganar un poco de espacio. Con la desagradable mano lejos de su rostro puede gritar por ayuda, antes de volver a ser silenciada.

Patea de nuevo pero solo consigue alcanzar la encimera de la cocina de donde se cae una vasija que se rompe contra el suelo.

- ¡Cállate!- Cree distinguir que dice el fantasma. Aunque solo son susurros parecidos al viento de una tormenta.- ¡Ya detente! Relájate.

Las palabras comienzan a hacer efecto en ella. Esa voz que parece un canto de cuna. Que la balancea de un lado a otro adormilándola.

Sin embargo no son las palabras, si no la afilada uña de uno de ellos, que se clava en su pierna, rasgando su vestido y su piel debajo de esta. Haciendo que un pequeño hilo de sangre resbale hasta el suelo.

Clavándole un líquido del color del carbón que sustituye su sangre. Un veneno que la duerme poco a poco.

Sin embargo, el estruendo de la puerta principal siendo tirada de una patada la despierta de nuevo. Haciendo que vuelva a forcejear a pesar de que pierde las fuerzas. Luchar solo un poco más.

Sus ojos grises conectan con los oscuros de Bastián aunque casi no puede reconocerlo.

Su pelo oscuro casi ondea a su alrededor desordenado, como si la fuerza de su cuerpo fuese tanta que lo hace levitar. Sus ojos parecen llamas a punto de destruirlo todo y sus puños se cierran entorno a la empuñadura de la espada más extraña y brillante que ha visto en su vida.

¿Es un sueño? ¿Tanto le ha afectado el veneno que ya cree ver a los Dioses del otro lado?

Bastián no puede pensar en nada más. No cuando ve el veneno de esas criaturas entrando en el cuerpo de su pequeña mortal. Con los dientes apretados siente la traición de los Dioses, cuando reconoce a los dos espectros frente a él como los demonios de las sombras.

Demonios enviados por los todo poderosos para hacer sus trabajos más sucios en la tierra. Demonios que incluso él ha utilizado alguna vez.

- ¡Soltarla!- En cuanto su voz grave y enfadada resuena por toda la pequeña casa, las dos figuras giran su rostro impasible hacia el Dios. Sintiendo el poder de sus mandatos. Dejando de sisear al viento.

- ¡Bastián!- Parece recuperar su voz la chica, temiendo por él.- No te acerques. ¡No son...! ¡No son humanos!- Trata de advertirle.

Pero él ya lo sabe. Y sabe que en cuanto ejerza su poder, para salvarla, ella descubrirá que él tampoco lo es.

- Tenemos ordenes.- Susurran las voces gélidas de los demonios de las sombras.- Matar a la Zahira.

La piel de ambos se pone de gallina al oír las frías palabras. Sobre todo la de la castaña cuyos ojos se llenan rápidamente de lágrimas mientras trata de patear de nuevo.

Sin embargo Bastián no parece rendirse. Corriendo hacia ella, con la espada sobre su cabeza, al ver que de nuevo una de esas uñas pretende clavarse, ahora en su cuello, se lanza contra el brazo de uno de las sombras que sisea con dolor retrocediendo.

La mortal aprovecha. Se escurre entre sus brazos gateando hasta quedar debajo de la oscura mesa y tiembla, tratando de comprender que está ocurriendo.

De entender por qué el brazo no sangra, si no que parece regenerarse.

Sus cabezas sin rostro se giran en dirección al Dios y, no lo piensan dos veces antes de lanzarse hacia él. Zahira grita asustada pero Bastián está completamente preparado para el ataque.

Con movimientos perfeccionados y ágiles, perfora el cuerpo de esos demonios una y otra vez, dejando una estela de humo negro tras los cortes de la espada. Del mismo color que su veneno.

- ¡Cuidado!- Es todo lo que es capaz de gritar Zahira cuando ve a una de las sombras atacarlo por detrás.

Demasiado tarde. Grita horrorizada cuando una de las alargadas y tétricas manos de esos monstruos atraviesan el pecho del hombre de pelo castaño que abre los ojos por la impresión.

Zahira se teme lo peor.

"Ha muerto" "Se muere" Se repite a si misma cuando ve a la persona de la que tan rápidamente se ha enamorado cerrar los ojos con fuerza. Como si le doliese.

Sin embargo lo inesperado ocurre. Una luz comienza a emerger de Bastián. Casi como un aura brillante a su alrededor.

Las bestias se tapan los ojos completamente cegados y hasta ella tiene que hacerlo por el resplandor que emite. La espada parece moverse sin la fuerza de sus brazos. Como podeída, y en cuanto su hoja toca a esos demonios gritan ardiendo en llamas.

Y desaparecen. Desaparecen sin más. Como si nunca hubiesen estado.

Zahira creería que ha sido solo un mal sueño de no ser por los ojos negros que se clavan en ella. Con una mezcla de emociones.

Enfado, alivio, duda y, sobre todo, arrepentimiento.

Así duelen las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora