Good Girl

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Sobre la cama se encontraba ella de rodillas. Ella estaba desnuda, mientras que yo seguía con mi camisa negra y mis pantalones aún puestos. A ella le ponía esta diferencia de poder, le gustaba estar totalmente disponible para mí y a mi me gustaba que lo estuviera.

Me acerqué al borde de la cama y le coloqué las manos detrás de su espalda. Después empujé sus hombros sobre las sábanas de la cama y le levanté el culo. Mientras que con una mano sujetaba las suyas, la otra acariciaba la piel de sus muslos y de su culo. No tardé en llevar mis dedos hasta su coño y empezar a acariciar toda su entrepierna. Ella de forma inconsciente separó sus piernas y levantó más su culo para que tuviera más acceso para introducir mis dedos en su coño. Decidí meter mi índice mientras comencé a dejar besos húmedos por la parte baja de su espalda. Solté sus manos y ella inmediatamente las entrelazo entre sí.

Mientras metía y sacaba el índice, empecé besando su culo. Varios gemidos salían de su boca, pero quería escucharla gritar. Ella tenía las piernas lo suficientemente abiertas como para que mi mano jugara tranquilamente con su coño, así que aproveché esa ventaja y sin meter ningún dedo, simplemente frotando, ella comenzó a mover sus caderas simulando unas investidas. Hasta que noté como se estaba tocando al mismo tiempo que yo lo hacía. Y ella sabía perfectamente las normas.

—Daddy no dijo que podías tocarte, ¿no? —dije al tiempo que le azotaba un par de veces en el culo. No muy fuerte, lo suficiente para que devolviera su mano a su lugar.

—No daddy, lo siento —dijo ella riendo.

Por su tono de voz, deduje que lo había hecho a propósito con el objetivo de que le azotara. Y eso me calentaba demasiado. Seguí dándole azotes intercambiando los lados de su trasero hasta llegar a la piel de sus muslos. Entre maldiciones ahogadas en las sabanas de la cama, lo único que se escuchaba eran gemidos. Y eso me confirmaba que había incumplido las normas aposta. 

—Daddy tendrá que castigarte, ¿no? —pregunté mientras me quitaba el cinturón.

—Sí, daddy.

Doblé el cinturón por la mitad para tener mayor control sobre los golpes. Y empecé a repartirlos por ambas mejillas de forma suave pero constante. La piel blanca se volvía poco a poco más roja y por aliviar un poco la zona, decidí pasar los azotes a su coño. En esa zona iba con más delicadeza y esperaba a que se recuperara por cada uno que le daba. Sus gemidos seguían siendo lo único que se escuchaba en la habitación y me ponía tanto que tuve que controlarme para no follarla en ese mismo instante. 

—No te vuelvas a tocar sin mi permiso —dije intercalando mis palabras con los azotes.

—Sí, daddy.

Con una mano en su abdomen, la deja boca arriba sobre la cama. Cogí del mueble de atrás las esposas negras acolchadas y se las coloqué.

—La derecha — inmediatamente me levantó su mano derecha y le abroché la esposa—, la izquierda —pedí. Y como debía, levantó la mano izquierda.

Se veía increíble. Su larga melena extendida por la cama. Ella abierta de piernas lo suficiente como para dejarme espacio entre ellas. Y en su rostro una sonrisa de excitación, de erotismo y de ganas de sentirse bien obedeciendo cada orden que yo le diera. Porque ella lo sabía, yo le daría todo, pero a su debido tiempo.

Mientras yo le ataba las esposas por encima de su cabeza ella levantó un pie para empezar a frotarlo contra mi erección que se intentaba esconder tras la tela del pantalón. Yo ya estaba duro y eso no era un misterio ni para mí, ni para ella. Sin embargo, yo quería que esto durara más, así que volví a desabrocharle las esposas para pasar sus piernas entre ellas y atar sus manos por detrás de sus rodillas. De esa forma la dejaba inmóvil de manos y de piernas y además me dejaba a gran disposición su coño. Después de cerrar las esposas, besé la piel de sus muslos y seguí bajando mis labios hasta su entrepierna. Saqué la lengua y dibujé con mi saliva el contorno de la entrepierna, cada labio y cada entrada, hasta llegar al clítoris. 

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