La secretaria

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Desde que me contrató como su secretaria, siempre hemos mantenido cierta tensión sexual entre nosotros dos. Nunca lo habíamos hablado, hasta el último día en la oficina que hubo un momento en el que estuvimos muy cerca uno del otro y cuando me incliné para besarlo, él se apartó y me dejó bastante claro que yo era simplemente su secretaria.

Uno de estos días, cuando estábamos tonteando, comentó cuánto le gustaba cuando las tías llevábamos vestidos rojos y ajustados. Yo siempre vestía colores oscuros, por normas de etiqueta de la empresa, pero después del último día, no iba a dejar pasar la oportunidad de ponerlo nervioso y porqué no, ponerlo cachondo también. Hoy me había vestido con un precioso vestido rojo ceñido que se ajustaba a la perfección a mis curvas.

Desde la parte de adelante no se veía nada inapropiado, sin embargo, la guinda del pastel se encontraba en la parte trasera del vestido. Tenía una preciosa abertura a toda mi espalda que llegaba casi hasta la parte alta de mi culo. No llevaba sujetador para que no se viera en el vestido y creo que fue eso lo que le sorprendió cuando esta mañana le llevé el café.

Él estaba de espaldas a la puerta, hablando por teléfono mientras observaba por la ventana cómo la ciudad se despertaba. Cuando escuchó la puerta, se giró de inmediato para saber quién había interrumpido su conversación. Yo no le presté atención y dejé su desayuno en la mesa. Mientras lo hacía, por el rabillo del ojo ví como revisaba mi vestido de arriba a abajo. Yo simplemente sonreí y me fuí.

Durante el resto de la jornada, estuvo solicitándome para ir al despacho justificándolo con pequeñas excusas.

Yo siempre era de las últimas en irme de la empresa, pero antes de poder irme, él me llamó para que le entregara unos últimos informes que él debía revisar. Cuando entré a su despacho me acerqué hasta la mesa y se los dejé encima de otra pila de archivos y comencé a irme.

—¿Te he dicho que podías irte?
—Pensé que no necesitabas nada más de mí —dije girándome de nuevo sobre mi propio eje para enfrentarlo.
—Ponte delante de mi mesa —me ordenó.

Durante todo el día llevaba dándome órdenes directas y cortas, sin palabras bonitas ni agradecimientos como de costumbre. Supuse que quería dejarme claro que no había nada entre los dos, simplemente una relación coloquial entre un jefe y su secretaria.

Me acerqué hasta su escritorio y espere a que continuara. Él no se había movido de su silla, estaba reclinado en ella de forma despreocupada sin mantener las formas. El pelo lo tenía revuelto después de la jornada laboral, ya no llevaba la americana que tenía puesta a las ocho de la mañana y la corbata estaba aflojada alrededor de su cuello. Sus ojos recorrían sin vergüenza ni reparo mi cuerpo. De arriba a abajo y de vuelta arriba.

—No recuerdo que el rojo fuese un color apropiado para trabajar aquí — su voz era ronca.
—No recuerdo que eso le haya molestado durante el día de hoy, señor.

Una sonrisa ladina apareció en su rostro y de pronto se levantó de su silla. Lo seguí con la cabeza mientras rodeaba su escritorio y se colocaba a mi espalda.

—¿Lo has hecho a propósito?
—¿El qué?

Sus manos rozaron la tela de mi vestido en la zona de mis caderas de forma delicada y lenta. Contuve la respiración. Sus manos llegaron a las mías despacio y, de pronto, agarró mis muñecas. No era capaz de hacer responder a mi cuerpo, era como si todos mis circuitos nerviosos se hubieran congelado.

Con delicadeza movió mis manos hasta colocarlas en mi espalda. Retiró una de las gomas para pelo que yo tenía puesta en la muñeca y soltó mis manos, sin embargo, no las moví. Sus dedos subieron hasta mis hombros y se enredaron en mi pelo. Una de las cosas que más me gustan en el mundo es cuando alguien toca o acaricia mi pelo, así que cuando sus dedos comenzaron a peinar las puntas de mi melena y después pasaron a hundirse en mi cuero cabelludo, perdí el poco control que tenía en mi cuerpo. Mis manos ya no se encontraban en mi espalda y ahora se agarraban al borde de la mesa como si fuera a perder el equilibrio al no hacerlo. Sin quererlo realmente, mis ojos se cerraron ante su contacto. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero seguía siendo agradable el contacto de sus dedos en mi pelo.

Cuentos para dormir para adultos [+18]Where stories live. Discover now