Parte 3

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El enorme cuerpo de Vaghar dió sombra a la mitad de Kings Landing mientras sobrevoló la capital, tanto que pocos repararon Arrax también volaba cerca y terninaron en pozo dragón.

Aemond había decidido colocar un parche sobre su marca, en donde debería estar su ojo izquierdo, frustrado con las miradas indiscretas que recibió de camino a la fortaleza roja. Nunca quiso gritar como en ese momento, maldiciendo otra vez el dolor fantasma de su herida cicatrizando alrededor de su zafiro volviera a causarle sufrimiento. Pero se negó a demostrarlo abiertamente.

Al menos tenía a Lucerys cerca, con quien podía descargar su ira mientras no estuviera cerca Rhaenyra y Daemon dándole órdenes como si se tratara de un sirviente más. Rhaena también se creía con derecho decirle qué hacer y cómo comportarse, enfurecida por la ida de su hermana, pero de ella Aemond prefería la ley los siete lo castiguen por falta de sumisión en alguno de sus infiernos antes que obedecerla.

-Su alteza, es el príncipe Lucerys y su omega- Escuchó avisaba un guardia en dirección a la sala del consejo privado.

Aemond apretó los dientes. Ni siquiera usaba los colores de la casa Targaryen, se negó a hacerlo hasta ver si Baela y Jacaerys ya hacían lo propio. Eso le hizo recibir regaños en Dragonstone, pero Lucerys apoyaba vistiera como le diera la gana, quizás sin entender del todo por su edad la importancia de que su omega usara los colores de la casa de su alfa. O eso quería creer, se negaba rotundamente a aceptar lo defendía siempre desinteresadamente sabiendo lo perjudicial que podía ser frente a otros no tuviera a su omega sometido.

-¡Y Aemond Targaryen, el príncipe!- Corrigió Lucerys al guardia, aunque el otro no cambió la presentación.

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Por alguna razón, Alicent conversó primero con Daemon, Rhaenyra y Lucerys antes de ver a su hijo. El omega esperó sentado en la aie era su antigua habitación, mientras veía alrededor, y olfateaba las paredes concordando debía llevarse los libros. Dudaba Lucerys no lo aprobara.

Si bien nunca fué tan agradable su hogar, en especial por las burlas constantes de los dos bastardos, ahí tenía a su familia y todo lo que conoció desde que tenía memoria. Registró cada detalle, dispuesto recordar todo lo posible, como si fuera a llevarse una parte cusndo volviera a Dragonstone.

Las paredes de Dragonstone era grises y sombrías, si bien intentaron no se diera cuenta dándole una de las pocas habitaciones con vista al mar, era obvia la diferencia comparado con la fortaleza roja.

-Aemond- Alicent entró, extendiendo sus brazos.

-¡Mamá, te extrañé!- El omega abrazó a su madre, gimoteando en su pecho. Volver a oler su feromomas fue un gran consuelo en su tormento emocional.

-¿Cómo te han tratado en Dragonstone? Sé sincero- Alicent inclinó su cara, rompiendo el abrazo para verlo directamente al rostro.

-Él ha sido bueno conmigo- Admitió asperamente, refiriéndose a Lucerys. Y no era mentira, aunque suponía el hecho llevara todavía sus antiguas ropas eran una pista de su veracidad. No necesitaba incluir más detalles y preocuparla. No es como si pudiera hacer algo, según la ley sólo su alfa podía darle libertad y su antigua familia no podía intervenir, y quien se opusiera a su unión merecía ejecución.

Al menos tenía más libertad que otros omegas reclamados, los cuales básicamente estaban encerrados y obligados obedecer cada regla o recibían latigazos, hasta tener un celo fértil. Suponía el hecho Rhaenyra no quería ver a su hijo sufriendo ese destino impidió le dieran ese trato.

-¿Y los demás también?

-Estoy bien, mamá- El regalo de Helaena, la serpiente, salió del cuello de su ropa siseando, como si lo apoyara- ¿Y mis hermanos?

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