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Los feriados pasaron demasiado rápido. Clara había acompañado a su padre al campo todos los días. Había una cabra a punto de dar a luz y no quería perdérselo. El campo que dirigía su padre era ganadero, tenía un casco del 1900 que conservaba detalles únicos de la época y los establos habían sido restaurados hacía pocos años otorgándole la mezcla perfecta de historia y modernidad. 
A Clara le encantaba aquella vida tanto como a su padre. No le importaba levantarse temprano o recorrer terrenos en ocasiones embarrados. Disfrutaba observando a su padre haciendo lo que más le gustaba y  muchas veces se aventuraban a ayudarlo. Había controlado el tambo, recogido huevos y cepillado varios caballos. Había acompañado a la veterinaria en su recorrida y cuando le anunció que el nacimiento del cabrito estaba próximo a suceder se ilusionó con la idea de verlo.
Regresaba por la noche con un agotamiento mayúsculo y terminaba quedándose dormida incluso con el cabello mojado al salir de la tan necesaria ducha. No quería admitirlo pero aquella rutina le quitaba el temor de cruzarse con Enzo, en su corazón se debatía la idea con resultados opuestos cada vez. Por un lado deseaba volver a encontrarse con esos ojos verdes con los que aún soñaba y por el otro el temor a confirmar que la había olvidado era tan abrumador que al menos conservar la duda parecía suficiente.  
Llegó el  domingo de Pascua y Clara tenía la intención de dormir unas horas más, pero el llamado de su padre la obligó a levantarse. Estaba por nacer el cabrito y no quería perdérselo. Se puso el enterito de jean, que era lo único limpio con lo que contaba y mientras viajaba en la vieja camioneta de su padre se trenzo el cabello como cuando era una niña, ya que fue lo único que se le ocurrió para intentar controlar aquella melena colorada que había elegido rebelarse luego de haber quedado aplastada y húmeda durante toda noche. 
El amanecer la sorprendió en aquel granero, disfrutando de aquel momento tan único como memorable. Había asistido a la veterinaria y ahora intentaba alimentar al recién nacido que por su bajo peso no llegaba a lograrlo de su madre. El entusiasmo por salvarlo la despertó y no claudicó en su tarea hasta conseguirlo. 
Horas más tarde el pequeño parecía haber reaccionado, succionaba con algo más de energía y al oír su propio estómago reclamar por algo de alimento, aceptó regresar junto a su padre al pueblo. 
-Creo que deberíamos ir directo a la casa de Sergio y Evangelina, no me gustaría que tengan que esperarnos.- le dijo Anselmo intentando limpiar el sudor de su frente con la manga de su camisa. 
Clara se miró a sí misma y cerró los ojos. Si había un atuendo que hubiese preferido no usar al volver a ver a Enzo era justamente aquel enterito pasado de moda, con tierra por cada rincón. 
Pero no quería decepcionar a su padre y como solía hacer siempre en la vida, aceptó sin quejarse. 
Al fin al cabo Enzo la conocía así, una chica de campo que poco tenía que ver con vestidos y faldas.  
Recordó sin poder evitar sonreír la primera vez que Evangelina la había ayudado a arreglarse. Era el cumpleaños de sus hijos y ella bajó con sus zapatos bajos en color carmín y un vestido hasta la rodilla en el mismo tono. El contraste con sus habituales atuendos había sido tan abrupto que tuvo que disimular el rubor de sus mejillas al sentir las miradas de todos los amigos de Enzo y Lucio que parecían querer devorarla. Ella tenía apenas 13 años, y si bien sentirse observada nunca le había gustado, en aquella ocasión, algo diferente se activó, se había sentido hermosa y eso sí le había gustado. Entonces recordó el malhumor de Enzo, había sido el único que no le había dicho nada y había pasado toda la fiesta sentado en un rincón. Nunca supo qué fue lo que le molestó tanto aquella vez y tampoco tuvo el valor de preguntarle. A lo mejor algún día obtendría su respuesta, o no. Pero eso formaba parte del pasado, uno que parecía irreal. Ahora debía ir a almorzar con los Clutter y hacer de cuenta que no iba vestida como una niña aventurera. 
Anselmo estacionó y Evangelina salió a la puerta a recibirlos. Les dio un abrazo a los dos y al ingresar el hombre le pidió disculpas por el horario y se retiró al baño, sentía que debía higienizarse al menos un poco. 
Clara lo vio alejarse algo decepcionada ya que debía enfrentar a la familia sola. Siguió a Evangelina, aunque conocía demasiado bien el camino y al salir al jardín vio la mesa prolijamente dispuesta a la sombra del enorme roble. 
Los primos y los tíos de Enzo ya estaban sentados, casi pudo reconocerlos a todos, la silla que solía ocupar su abuelo se encontraba vacía desde hacía varios años, pero al ver a Paula, una de las primas con un bebe en brazos supo que el ciclo de la vida era sabio. 
Sus ojos curiosos se desesperaron por verlo, pero sus intentos parecían inútiles. Se detuvo unos segundos al lado del ventanal de vidrio y sintió que alguien tomaba una de sus trenzas. 
-Así que mi hermanita regresó.- oyó en una voz que no podría olvidar aunque quisiera. 
Giró despacio e intentó disimular su sorpresa. Odiaba que la llamara “hermanita”, nunca se había sentido como una. A lo mejor sí de Lucio, pero con él había sido diferente desde el principio. Y ahora que había crecido menos aún. 
Intentó superar su sorpresa, Enzo ya no era el joven de cabello castaño que caía a los lados de su frente, parecía mucho más alto, llevaba casi todo su cuerpo tatuado y su cabeza rapada, con apenas un crecimiento ínfimo de lo que había sido un castaño claro en el pasado. Sin embargo sus ojos parecían aún más hermosos. 
-Nunca fui tu hermanita.- le respondió luego de tomar aire para controlar el torbellino que se había gestado en su vientre al volver  a escucharlo. 
-Tus trenzas no dicen lo mismo.- le respondió volviendo a tomar una entre sus dedos. 
-Vengo del campo, no tuve tiempo de...- comenzó a explicarle, pero al ver su sonrisa sarcástica y un dejo de superación en su mirada recordó que no debía explicarle nada. 
-¿Cómo estás después de tanto tiempo?- le preguntó sacando su propia trenzas de las manos de Enzo y tomando un poco de distancia para intentar ganar seguridad. 
-Normal.- le respondió Enzo alzando un poco los hombros como si odiara aquella pregunta. 
Clara volvió a mirarlo a los ojos y sus miradas se encontraron. No fue incómodo, fue demasiado intenso. Llevaban años sin verse y Clara creyó sentir que a él también le había caído el pasado encima. Era como si no quisieran dejar de mirarla, pero al mismo tiempo necesitará salir de allí. 
En ese momento Clara creyó que no la había olvidado, pero entonces él pareció no resistir. 
-Seguís siendo mi hermanita...- le dijo y antes de que Clara pudiera responder continuó caminando hacia el jardín. 
Clara se quedó tan abrumada como indignada. No era su hermanita y estaba dispuesta a demostrarlo, sólo tenía que encontrar el valor y otro atuendo, pensó con ironía.  Pero cuando iba a intentar volver a su casa a cambiarse su padre la tomó de brazo con cariño. 
-Ya debe estar listo el almuerzo, ¿Vamos?- le sugirió y ella no encontró la forma de contradecirlo. 
Clara saludó a cada uno de los integrantes de aquella familia que intentaba recuperar la alegría de la que siempre había sido dueña. El almuerzo fue ganando entusiasmo y los comensales regaron de anécdotas y sonrisas la mesa. Todos menos Enzo, que desde una de las cabeceras se había dedicado a estudiar a Clara sin disimulo, logrando que sus mejillas se ruborizaran en más de una ocasión. 
Seguía siendo tan hermosa como la recordaba, con su mirada expresiva y su inocencia intacta. Verla de nuevo supuso un baño del pasado que creía sepultado. Una fuerte punzada en su corazón lo llevó a la única vez que había bajado las barreras y se sintió mal.  Clara era de Lucio, nunca debió llegar tan lejos. Se había alejado, no había respondido sus mensajes creyendo que así la olvidaría y sin embargo, aquello nunca había ocurrido. Y al volver a verla… Había estado a punto de abrazarla cuando lo miró con tanta dulzura. Pero no debía. ¿En qué estaba pensando? Que Lucio ya no estuviera lo hacía aún más incorrecto. 
Sin poder aguantar más sus propios pensamientos decidió retirarse. Sin explicaciones, cómo solía hacer todo en su vida, dejó la mesa, sin que nadie se sorprendiera. Nadie excepto Clara, que al cabo de unos segundos se excusó en necesitar un baño y decidió terminar la conversación que había quedado inconclusa horas antes.
Entró a la casa y lo vio de espaldas en la cocina. Llevaba una remera sin mangas que mostraba todos esos tatuajes que vestían su piel, sin dejar prácticamente ni un espacio libre. Su espalda ancha y su gran altura lo hacían imponente. Por un segundo recordó sus abrazos y deseó volver a sentirlos ahora.  Sacudió su cabeza para ordenarse y por fin habló. 
-No soy ni tu hermanita, ni Clarita, ni Ginger.- dijo logrando que casi se le vuelque el vaso que llevaba en las manos. 
Enzo giró, mientras recordaba aquel último apodo que él mismo le había puesto en el pasado y sonrió de costado mientras se apoyaba en la mesada algo engreído.
-Ginger...- dijo casi en un susurro sin poder evitar sonreír. Era tan personal que no podía creer no recordarlo hasta que ella lo nombró. 
Clara aún más indignada se acercó hasta que sus ojos volvieron a enfrentarse y un perfume nuevo, demasiado sexy la alcanzó. 
-¿Se puede saber de qué te reís?- le preguntó alzando un poco el mentón, si bien ella era alta, Enzo aún la superaba.
-Me había olvidado que te llamábamos Ginger.- le confesó sin siquiera pensarlo. No quería entablar una conversación, temía no poder manejarlo. 
-¿Me llamaban? Si mal no recuerdo vos solo me llamabas así…- le respondió ella bajando la vista al final de la frase, como si recordar la primera vez que se lo había dicho la avergonzara. 
-Eso ya no importa. Seguís siendo una nena, Clara. Volvé a tu vida.- le dijo intentando apartarse, a pesar de sentirse atrapado entre la mesada y ella. 
Entonces Clara emitió una carcajada que lo sorprendió. 
-No soy una nena, ¿Acaso para ser grande hay que llevar tatuajes?- le dijo aventurándose a tocar uno de los múltiples dibujos que llevaba en su brazo. 
Enzo se quedó inmóvil, si verla había sido abrumador que lo tocara era irresistible. 
-Es mejor que me vaya.- se limitó a decir y apartando su brazo abandonó la cocina sin mirar atrás. 
No podía volver atrás. 
No debía.  

Todos los días que te esperéWhere stories live. Discover now