Capítulo Dieciseis

2K 187 53
                                    

Meghan


Bloqueo la pantalla de mi teléfono cuando las puertas del ascensor se abren, cruzo la solitaria sala percatándome del inusual silencio. En las últimas semanas, ha sido normal llegar al ático para encontrar a la pelirroja viendo la televisión o, mayormente, preparando algún platillo en la cocina, la actividad varía depende de mi hora de llegada y/o su estado de ánimo. Así que la falta de ruido blanco del televisor o el traquetear de utensilio resulta llamativo, pero no necesariamente preocupante pues, algo también usual, es verla aparecer con el rostro hinchado, ojos adormilados y marcas de almohada en sus mejillas.

Subo al segundo piso, deseando sumergirme en un burbujeante y revitalizante baño. Una copa de vino también suena bien. Sin embargo, mis pensamientos toman otra dirección cuando me percato que la puerta de la habitación de mi cohabitante se encuentra ligeramente entreabierta.

Pese a mi curiosidad, y lo fácil que sería empujar la puerta y echar un vistazo, me decanto por dejar un par de golpes en aviso. Escucho el frufrú de sábanas y, segundos después, ligeros pasos acercándose, una mano se posa en el borde de la puerta, mas todavía no hay respuesta verbal. Estoy a punto de preguntar si está bien cuando oigo un suave sorbido de nariz, y mi rápida conjetura a la posible razón se confirmar cuando su figura aparece ante mis ojos.

―¿Qué ocurre?

Ella hace una mueca. Incluso cuando justo ahora no hay lágrimas cayendo, su mirada vidriosa y nariz rojiza son pruebas fehacientes de que estuvo llorando instantes atrás.

―No es nada. Solo tuve una discusión con mi madre ―explica, su tesitura presentando un audible ronquez―. Yo... Ni siquiera sé para qué le conteste ―prosigue, sacudiendo su cabeza con semblante molesto y triste―. Siempre es lo mismo. Siempre. Yo solo no entiendo... ―su voz se rompe y las lágrimas contenidas reaparecen.

Un sollozo y luego está entre mis brazos. Sus hombros vibran por el llanto ahogado mientras la sostengo contra mí, su cuerpo enterrado en el mío pidiendo consuelo entre respiraciones entrecortadas que rozan mi clavícula.

Recomponiéndome del toque inesperado, froto suavemente su espalda de arriba abajo, y arrullo:

―Está bien, está bien, te tengo.

―Lo-lo siento. Son las hor-hormonas ―hipea en un murmullo.

―Está bien ―tranquilizo―. ¿Quieres hablar de ello?

Desenterrado su cara de mi cuello, sacude repetidamente su cabeza para después limpiar de manera desordenada las huellas de lágrimas en sus mejillas.

―No. No hay nada que valga repartir de esa conversación.

―De acuerdo.

―Siento haberte saltando encima, y ensuciado también ―musita, cabizbaja.

―Está bien.

―Yo solo... Es tonto. Me digo que ya nada de lo que diga puede afectarme, pero ella parece tener la habilidad para pinchar siempre en el lugar correcto.

Permanezco en mutismo pues no sé qué responder a eso. La observo soltar un profundo suspiro y reanudar su tarea de limpiar su rostro con movimientos bruscos que me hacen de detenerla, sus ojos se clavan en los míos mientras proceso a bajar sus manos. Bajo su mirada de sorpresa, deslizo mis dedos con delicadez por su piel para borrar los rastros de su llanto. Incluso cuando termino, continúo acunando su rostro sonrosado.

Aprovechando la cercanía, detallo sus delicadas facciones, quedando embelesada ante la nueva expresión que, para mi alegría y temor, reconozco bien. Parpados entornados, pupilas dilatadas, labios entreabiertos. La representación del deseo. Y dicha suposición queda respaldaba al ver el momento exacto en que sus ojos bajan a mi boca.

Fuera Del PlanOù les histoires vivent. Découvrez maintenant