Capítulo 11: Estoy dentro

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—Muñ... eca. —sorprendido de verla ahí, se tambaleaba casi sin oxígeno.

Producto de su estado, Santiago también se impresionó.

—¿Pero qué te pasó? ¿Qué te hicieron? —corrió a sujetarlo por la cintura, mientras él se apoyaba con su brazo en ella.

—Fueron tu papá y sus matones.

—Luciano, pasa y siéntate. Ahorita mismo voy a buscar algo para curarte. —tras recibir un asentimiento dolorido suyo, el castaño los dejó solos.

—¿Armando te pegó así? —con los ojos cristalizados, le acarició la cara.

Leonardo asintió y, caminando con dificultad, se dejó caer en un banquillo. Ni bien asentar su trasero ahí, apretó los ojos, pues hasta eso le había dolido.

—Es la última vez que alguien nos pone la mano encima así. La última, Leo.

—¿Y tú a qué viniste para acá? ¿Qué hacías con el curita? —respiraba agitadamente.

—Me salí de mi casa y... este fue el primer lugar al que se me ocurrió venir. Estaba aterrorizada.

—¿Pero... justo para acá? ¿Con él? ¿Cómo así no fuiste a buscarme a mí?

—Ya te dije: fue el primer lugar que se me vino a la mente. El Padre solo estaba tratando de hacer que me sienta mejor... pero mira nada más cómo te dejaron, Dios.

—No me duele tanto. Tranquila. —con los ojos cerrados, le acarició el cachete y se inclinó a unir su frente con la de su novia.

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—Sí. Ya nos vimos un par de veces... y es peor de lo que nos imaginábamos.

—No pensé que se pudiera.

—Pues, sí se puede. ¿Y sabes qué? Estoy dentro... A Armando Balvanera, le vamos a dar por donde más le duele y vamos a dejarlo hecho pedazos.

—Qué satisfacción escucharte hablar así, hermanito. —sonrió, complacido, del otro lado del teléfono.

—Solamente tengo una condición.

—¿Cuál?

—Sus hijos y su esposa necesitan quedar afuera de todo esto. Cuando esté hundido, Balvanera va a ser todo tuyo; te lo entrego y cosa tuya lo que hagas con él... pero no te vas a meter con los hermanos Balvanera.

—Dime una cosa: ¿te importan los chicos y su mujer... o Camilita Riggs?

Santiago tragó grueso.
Por eso el día que se escapó del hospital, junto con Ángeles y la pelirroja, se la había presentado a Maximiliano con su segundo nombre y su apellido materno.
Sin embargo, considerando todos los años que su hermano había estado investigando y preparándose para vengarse de Balvanera, sabía que era cuestión de tiempo que descubriera que ella era una de sus descendientes.

—Me importa que todos ellos son inocentes. A ellos, no los vas a perjudicar, ¿me estás escuchando?

—A...

—Ahora me voy a ir. Estoy ocupado. —sin más, colgó y fue a buscar el botiquín de primeros auxilios adentro de la Sacristía.

Acto seguido, salió con este en mano.

—Acá está. —rápidamente, se sentó a su lado. —Voltea hacia mí... Dios mío. —negó con la cabeza mientras buscaba todo lo que necesitaría, en el botiquín. —Te advierto que te va a arder igual.

Con solo escuchar eso, María Camila notó cómo el rostro del pelinegro se contorsionaba, por lo que le agarró la mano y le dio un apretón.

—Va a pasar. Hay que hacerlo, Leo. —dijo, acariciándole la cara. —¿Cómo pensaste en venir aquí?

Por Nuestros PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora