Capítulo 18: Difamaciones

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—Serias denuncias a la Fundación Vamos Hacia Adelante, presidida por el Padre Santiago Horton Allende. Se reporta malversación de fondos, que van destinados a la construcción de centros educativos, hospitales, refugios para mujeres maltratadas, refugios para mascotas en situación de calle y viviendas en barrios de bajos recursos. El dinero no se está viendo reflejado en ningún lado, los trabajadores no están recibiendo respuesta económica alguna por sus largas jornadas...—afuera del Convento Santamaría, un periodista relataba el caso.

A la par, una multitud gritaba todo tipo de groserías e insultos mientras sostenían carteles llenos de “amor” hacia la Fundación y su presidente.

Afortunadamente, habían podido cerrar a tiempo cada esquina del lugar. Y es que parecía que se encontraban en plena Revolución Francesa. Poco faltaba para que empezaran a arrojar objetos hacia el “Palacio de Versailles” y lo destrozaran.

—No. —entre dientes, Eliza lo sujetó, evitando que saliera. —No se le ocurra salir, Padre, deje que la justicia se encargue de estas personas.

—Madre, en situaciones como esta, hay que agarrar al toro por los cuernos y dar la cara.

—Ellos no están siendo capaces de escuchar razones. Donde usted llegue a salir, lo van a agarrar, pero a trancazos. Mejor quédese acá quietecito. —ahí, volteó hacia la tía de la pelirroja. —La policía, Azucena. Anda y llama al Detective D'Alessandro.

—No, no me pida eso después del ridículo que acabo de hacer. —aún estaba temblorosa.

—¿Pero cuál ridículo ni ridículo? —angustiada. —¿Qué, tú no ibas a encontrarte con él hoy para conversar sobre el temita aquel?

—¡Es que no pudimos conversar! —apretó los ojos. —Ahí está el asunto: NO PUDE decirle nada.

—¿Por qué?

—Porque cuando llegó a la cafetería, estuve dispuesta a dejar los rodeos, casi que lo senté yo misma y, justo cuando se lo iba a contar TODO, se le ocurrió decirme ahí nomás que el mensaje que le mandé lo vio Manuela, su esposa. Además, malentendió todo porque tal parece que asumió que quería seguir “cuestionándolo” sobre Mateo. En ese momento, la señora entró y se sentó con nosotros, pensando lo mismo. Comprenderá que quedé tiesa y me tocó seguirles el juego e inventarles todo un cuento de que había explotado una tubería acá, nos inundó los salones y no teníamos dónde conversar sobre su hijo.

—Oye, pero de alguna manera, necesitamos sacar al Padre sano y salvo de aquí.

—Es a mí a quien están buscando. —soltó, parado frente a las rejas del Convento.

Azucena y Eliza voltearon a verlo de golpe, pues no se dieron cuenta del momento en que salió.

Mordiéndose las uñas con miedo, María Camila permanecía apoyada en la puerta principal del sagrado lugar, viendo todo.

—Mi nombre es Santiago Horton Allende, soy cura y presidente de la Fundación Vamos Hacia Adelante; vine a darles la cara porque no tengo absolutamente nada que esconder.

—Entonces esclarezca este asunto, Padre. —a través del espacio entre las rejas, el mismo periodista que relató el caso extendió su micrófono hacia él.

—Lo voy a hacer. —intentó decir, asintiendo. —Voy a responder todo lo que sea preciso. Solo necesito que nos calmemos para poder conversar. Así no se puede.

—Padre, le dije que no saliera. Métase ahora mismo. —ordenó la Madre Superiora.

—Pero...

—¡Que se meta! —lo agarró del brazo y lo condujo de vuelta adentro.

Por Nuestros PecadosWhere stories live. Discover now