Capítulo XXIII

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Llamada insistente

—¡Escúchame, maldita puta! ¡Te quedas y es una orden! ¿Acaso crees que no me di cuenta de que te estás mostrando como una prostituta en las redes sociales? —mencionó, tensando su mandíbula con visible molestia.

              No sucumbiría ante su arrogancia y no permitiría que me agrediera a su antojo. ¿Rendirle tributo? ¿Para qué? Ella siempre se creyó la dueña absoluta, como si en este mundo no existiera el concepto de libertad. Todos merecemos dignidad ante cualquier tormenta que se avecine.

              —¿Es esto cierto, Laila? —me inquirió Kendall.

              —Tú y yo podemos conversar en privado, hay asuntos que necesito explicarte —respondí con aprensión, temiendo que malinterpretara la situación.

              Intenté acercarme para llevarla a mi alcoba, pero ella me dio la espalda.

              —¡Das asco! ¡Lo sabía! No es casualidad que te llamara marrana —espetó Teresa.

              Desafié el desdén de Teresa y anhelé explicarle la verdad a mi querida hermana:

              —Kendall, permíteme explicarte.

              Ella continuaba evitando mi mirada. Con determinación, me dirigí hacia donde se encontraba Teresa y, erguida, decidí defenderme una vez más:

              —Teresa, agradezco que me haya dado la vida, pero quien ya no está con Roberto soy yo, quien envió esas fotos fui yo y, por último, soy yo quien decide marcharse. Por tanto, no me interesa que trate de moldear mi pensamiento a su antojo.

              —¿Qué? ¿Entonces sí lo hiciste? —preguntó Kendall, totalmente sorprendida y decepcionada.

              —Las cosas no son como parecen, Kendall —expliqué.

              —Tu hermana es una puta —le respondió Teresa a ella—. Es por esa razón que Roberto decidió poner fin a la relación.

              Mi hermana inclinó la mirada, como en un lamento silencioso, resignándose a negarme su palabra una vez más. Se desvaneció en los recovecos de su habitación, alejándose en la penumbra de nuestros lazos fracturados. El silencio se adueñó de nuestros espacios compartidos, llevándose consigo la complicidad y los suspiros que una vez nos unieron.

              Mi teléfono vibró en la habitación e interrumpió el eco de nuestras desavenencias. Al levantar la mirada, miré otra vez en la pantalla un número desconocido que desafiaba mi curiosidad.

             Ignoré la llamada, pues ¿por qué habría de responder a un número desconocido? Mientras tanto, Teresa continuaba enfadada, desplazándose de un lado a otro por la sala.

              —Ojalá te mueras cuando llegues a ese departamento —deseó con un amargo resentimiento.

              Observé mi habitación, entonces casi vacía, y los muebles dispersos dejaban entre sí un espacio desolado, como un cajón vacío. «Has dado un gran paso, Laila», susurré suavemente, dejando que las palabras germinaran de mi boca.

              Con la alegría enturbiada al pensar en mi hermana, me dirigí a la mesa de la sala, donde encontré un lápiz y un papel, y comencé a escribir una carta para ella que decía:

              Quiero que sepas que, aunque hoy no me creas, siempre hay una razón detrás de las acciones que las personas llevan a cabo, incluso si parecen inaceptables a los ojos de los demás. Nunca fue mi intención compartir mis fotos íntimas en internet. Simplemente le confié esas imágenes a él, creyendo que nunca las divulgaría, pero la palabra "confianza" es algo que ciertas personas no practican, y mucho menos la palabra "respeto". Siempre fui cuidadosa con ese tipo de cosas, y sabes muy bien que Roberto es capaz de todo con tal de verme destrozada. Espero que lo reflexiones. Si necesitas algo, no dudes en llamarme. Te quiero mucho, hermana.

              Deslicé la carta debajo de la puerta de su dormitorio, dejando que las escrituras fueran el puente entre nuestros corazones distantes.

              Una vez más, el mismo número desconocido me llamaba persistentemente. Su código de país coincidía con el mío. Dudé en contestar, pero ante la insistencia, decidí atender la llamada.

              —¿Con quién hablo? —pregunté con cautela.

              —Buenas tardes. Eres Laila, ¿verdad? Ya sé que conoces a Roberto —me interpeló una voz femenina con seriedad.

              Me sorprendió que conociera mi nombre.

              —Sí, soy yo —confirmé.

              —Entiendo... Supongo que él te habrá mencionado que tiene otra familia, que debe cumplir con ciertas responsabilidades, como la manutención de nuestro bebé —dijo con resolución.

              Me quedé perpleja por sus palabras. ¿Qué tenía que ver yo con todo aquello?

              Tras un breve instante, ella se preparó para revelarme los detalles.

              —Verás, creé una cuenta en Inkav Space, aunque soy bastante torpe con la tecnología. Roberto no me la recomendaba en absoluto, pero la curiosidad pudo más y, justo al momento de instalarla, tu perfil apareció como recomendados. Entré a ver tus fotos porque me pareciste muy bonita. Investigué especialmente las más antiguas de hace cinco años, y ahí estaba él, dándote un beso en los labios. Quedé en estado de shock, no tenía idea de que eras su amante. Nosotros llevamos diez años en una relación, a veces hermosa y otras problemática, y no tengo suficiente dinero para seguir pagando la casa —confesó.

              —No, espere, está equivocada: yo no era su amante, era su novia —respondí tratando de aclarar la situación.

              —Y yo era su prometida —añadió con ligereza, seguido de una breve pausa.

              —Pero ¿por qué me llamó? Y ¿cómo consiguió mi número? —pregunté con desconcierto.

              —En tu propio perfil vi tu número de celular, así que aproveché para llamarte y preguntarte dónde está él, ya que nadie que lo conozca ha querido decírmelo. Ha desaparecido y eso me causa un estrés total, ya que él tiene responsabilidades que debe cumplir por ley —se lamentó con total frustración.

              —Está en la cárcel —solté esas palabras con profunda pena por ella—. Lamento mucho tener que decírtelo. Te recomendaría buscar ayuda y orientación de inmediato.

              Me preguntaba cómo nunca había visto las conversaciones de su esposa en su celular, cómo nunca supe que estaba casado. Fue entonces cuando recordé que llevaba tres celulares: uno para el trabajo, otro para uso personal y otro "por si acaso".

              Le expliqué las razones por las cuales Roberto se encontraba en prisión, y su incredulidad era evidente. Ambas habíamos sido víctimas de su estafa cuando éramos pareja.

              Sin más alternativa que emprender mi partida, sostuve firmemente mis maletas y me encaminé hacia la salida. Tan pronto Teresa notó mi marcha y vio que tomé un taxi, se apresuró en subirse a su automóvil. Los crujidos del motor retumbaron en el aire mientras aceleraba, persiguiéndome por las calles que recorría, como un eco persistente que se aferraba a mi estela.

 Los crujidos del motor retumbaron en el aire mientras aceleraba, persiguiéndome por las calles que recorría, como un eco persistente que se aferraba a mi estela

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El arrebato de mi inocencia [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora