CAPÍTULO 8

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Rose había estado planificando una fiesta de ballenas o algo así, eran dos cosas, tenía que hacer una pasarela de modas y una fiesta en los condominios de una chica en la costa de la ciudad. Así que no la veía por varios días, estaba concentradísima en ese tema, algo que no iba a molestar porque después de todo era su trabajo y necesitaba el dinero.

A veces pasaba por el taller para saludar, la encontraba tejiendo, pegando cosas, recortando, armando, cualquier cosa que tuviese que ver con crear adornos y decoraciones de fiestas.

No entendía muy bien los planos que tenía en la mesa mucho menos el que estaba empezando en la computadora, eran garabatos con palabras mal escritas. Lo que si sabía es que estaba más que interesante cada cosita que se dedicaba a diseñar.

Iba a dejarla a media noche a su casa, su padre esperaba para despedirse de mí y de paso lanzarme más cajas de condones a espaldas de su hija. Luego conducía devuelta a mi casa guardando la caja de no sé cuántos condones en el cofre del auto.

Las cosas iban bien, casi sentía que los problemas en casa desaparecían, que el simple hecho de desaparecer junto a mi novia me hacía cambiar de parecer con respecto a miles de cosas y tal vez quería que esto se quedara así por siempre, así de bien, así de bueno.

Pero una noche empuje la puerta de la casa, suspire metiendo mis cosas en el armario deportivo y luego me asome hacia el pasadizo de donde escuchaba unos ruidos de televisión, Kalani y mamá estaban en la sala viendo una serie de hombres lobos. Salude con la mano antes de irme a mi habitación.

Había encontrado el casete para Rose, me quedaba ponerle la última canción antes de dárselo. Me senté en frente de mi computadora para conectarla a la grabadora de casetes, según yo se hacía de ese modo, según Jules era un vejestorio sin sentido.

Suspiré al oír que abrían la puerta, vi de reojo que mi hermana se sentaba a un lado de mi cama repasando con los ojos mi arduo trabajo en frente de la pantalla del computador.

—¿Ya has terminado su casete?

—Aja, se lo dare mañana —gire mostrándole el resultado —. Iré a comer en su casa con Jules, Marie... sus padres estarán ahí. No sé qué celebran exactamente, pero asumo que son cosas de...familia ¿no?

La vi por un momento, ella asintió suspirando y me devolví a lo mío hasta que mi hermana carraspeo, la incomodidad abundaba en la habitación. Nosotros no sabíamos que eran "cosas de familia", apenas sabíamos que era una familia. Nuestra familia nunca había sido una, ni de pequeños, ni de grandes y dudaba mucho que alguna vez fuera de ese modo.

—Nunca te había visto tan emocionado por alguien —habló poniendo su mejor sonrisa —, creo que Rose hace de ti todo un cursi apestoso.

Baje la mirada sin poder ocultar mi sonrisa de tan solo pensar en Roselyn. Mi hermana puso los ojos en blanco moviendo sus pies en el aire. Suspire alzando la mirada y ella sonrió de lado notando que dejaba el casete sobre la cómoda al lado de la puerta.

—Me agrada.

—A mi igual —reí ladeando la cabeza —. Se supone que es mi novia, pero, si no lo fuera, igual me agradaría.

—Habéis sido un poquito...raros.

—No nos conocíamos cuando le pedí ser su novio. Solo habíamos hablado, éramos amigos —callo al recordar porque deje de verla —. Pero Jules ayudo.

Mi hermana pareció haberse dado cuenta, de todos modos, mi madre terminaba contándoselo. Y hubiera querido tener más conocimientos sobre Rose antes de arriesgarme a pedirle algo que nos está llevando tiempo, sin embargo, no me arrepiento.

El chico de la raqueta azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora