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Los ninjas se encontraban en la sala de estar, todos tomados de las manos y formando un círculo

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Los ninjas se encontraban en la sala de estar, todos tomados de las manos y formando un círculo. Sonreían, llenos de regocijo, excitados por jugar una última vez.
Se limitaron a no hablar hasta comenzar a danzar y cantar, pues les sería imposible el no romper en llanto sabiendo que ese sería su último momento de diversión infantil siendo mayores de edad.

En asentimientos de cabeza que ejecutaron al mismo tiempo, contaron hasta tres y comenzaron a desplazarse en círculos hacia la derecha, iniciando con el cántico.

A la rueda, a la rueda de San Miguel.

Comenzaron con pesadez, para después ir aumentando el volumen y rapidez del juego. Los corazones de todos latían a un solo ritmo como una melodía que encajaba a la perfección junto a la letra de la canción.

De San Miguel.

Se miraban, sonrientes, como un grupo en el jardín de niños jugando en el patio durante el recreo, bajo la sombra de un frondoso árbol y con la brisa alborotando sus cabellos.

Todos traen su caja de miel.

El canto que ejecutaban lo hacían a gritos, entre risas y haciendo su mayor esfuerzo por que la voz no se les quebrara. Saltaban al tiempo que continuaban girando en círculos, jalándose los unos a los otros.

A lo maduro, a lo maduro.

Algunos se dirigieron miradas cómplices, acordando por telepatía a quién nombrarian a continuación.

Que se voltee...

—¡Kai de burro! —vociferaron al unisono los jóvenes a excepción del nombrado, quien solo hizo un puchero para darse la vuelta y continuar con el juego.

A la rueda, a la rueda de San Miguel
De San Miguel
Todos traen su caja de miel
A lo maduro, a lo maduro
Que se voltee...
¡Zane de Burro!

Continuaron jugando hasta que todos se voltearon, dándose la espalda; entonces se dejaron caer al suelo, sin soltarse de las manos ni importarles el dolor en su cuerpo al impactar contra el suelo. Rieron en sonoras carcajadas, deseando que el momento jamás terminase, anhelando el volver a ser niños pequeños que asistían al kinder  y podían pasar el día jugando. Mas, ahora, ya no eran infantes que se pasaban el día coloreando y jugando con bloques, sino que eran adultos con responsabilidades, la responsabilidad de salvar a todo Ninjago como lo habían hecho ya muchas veces; sin embargo, parecía que ésta vez ya no podría haber una siguiente ni otro momento para jugar a las rondas.

Solo podían disfrutar del momento hasta que la hora de la verdad llegara.

—¿Recuerdan la primera vez que salvamos Ninjago? —comentó Jay, elevando los brazos.

𝙱𝙴𝚂𝙾𝚂 | Lloyd Garmadon [ ✓ ]Where stories live. Discover now