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Los ladridos eran lo más persistentes en la estancia, un lugar donde el amor dulce sin igual en un hogar estaba presente, un tarareo dulce y amoroso que hacia un hombre de cabellos rizados, con esos gestos cansados enmarcados en la parte baja de sus ojos, a pesar de tener ese gesto de cansancio por la edad, se notaba con una sonrisa pura, alegre que nadie ha sido capaz de quitarse la.

El aceite friendo carne era lo que se escuchaba, junto el choque del cuchillo en la tabla de madera, donde a costado de ese alto hombre de cabellos rizados se encontraba un hombre de menor estatura, un cabello lacio pero peinado hacia atrás, con unas canas por igual saliendo, las arrugas de cansancio en su rostro, pero como igual con su esposo, la sonrisa prevalece.

De vez en cuando ese hombre volteaba atrás suyo para vigilar a su hijo, Saúl reía a cántaros, su dulce gesto inocente es lo que mantenía vivo esa pareja ahora, quien el argentino soltó un suspiro dulce en el momento que vio como su hijo estaba jugando con su vieja mascota Hulk, se notaban tan felices que simplemente él no sabia como logró criar a ese pequeño, pero aún faltaba tiempo para saber como su hijo evolucionaba.

Lo guiará para ser un hombre de bien, y quería darle todo lo que sea, que para él no es un problema.

Ama a su hijo sin dudas, es la luz de sus días, como a su costado, su esposo, son pedazos de su alma, que al voltear miro a Guillermo, ese dulce hombre de cual seguia enamorado como aquel partido donde se lo encontró por primera vez.

A pesar de que la edad les está pagando factura, para él, siempre será ese hermoso hombre enamorado, sigue igual de joven y con una energía enorme que le contagia.

Tienen mucho que ofrecer para criar a su hijo.

Quien el pequeño estaba estaba tratando de atrapar la cola peluda de su compañero de juegos; Hulk, la risa del pequeño hacia que el perro ladrara y también se persiguiera la cola, podrá ser un juego simple, pero para un niño es una aventura, porque la gran imaginación del pequeño es lo que se contagiaba. Los hermosos ojos amarronados del pequeño estaban cerrados, sus hoyuelos marcados porque la felicidad era cada día del niño.

—¡Jaja! ¡Hulki! ¡Hulk! ¡Espera! —trataba de decir ya que veía que el gran esfuerzo de su mascota era atrapar su cola, Saúl se levantó y fue por la pelota de su amigo, quien el perro al ver como su dueño buscaba un juguete suyo se detuvo, y mientras todo sucedía allí el pelirrojo con una sonrisa sostenía una pelota de tenis.

Eso emocionó a la mascota quien ya estaba listo para atraparla.

— ¿Estás listo Hulk? —habia dicho Saúl preparándose por igual, pero cuando ya tenía su cuerpo del lado derecho hacia atrás, y el brazo donde sostenía la pelota, lista para ser lanzada.

El timbre sonó.

Eso había hecho que el pequeño niño con parches se extrañará, elevó su rostro apreciando la puerta, en la ventana que estaba protegida y con textura, solo se notaban dos sombras, una muy alta que casi tocaba la esquina de la puerta, y otra un poco menos, parecían tener unas cajas, pensó que era el repartidor que siempre llevaba cosas a la casa, por lo que con una gran sonrisa plasmada el pequeño se dirigió a la puerta.

Y mientras eso sucedía, Messi se asomó por curiosidad, pero al ver como su hijo se dirigía sin preocupación a ella, el sí se asustó — Saúl, no te dirijas a la puerta, quédate con Hulk —a pesar de estar en su propia casa, se asustaba ya que aunque esté jubilado de su carrera, algunos periodistas eran tan locos e insistentes que saltaban su barda con tal de tomarse fotos o tener entrevistas, hasta tocaban a su puerta cuando pasaban la barda.

Pero con su hijo es otra cosa, el tenía que un extraño cualquiera le pudiera hacer daño, con una velocidad que aún poseía, dejo todo lo de la comida para dirigirse a la puerta, antes de que su hijo la abriera, sostuvo a su pequeño en sus brazos tomándolo desprevenido, tanto que el niño soltó unas risas llenas de sorpresa.

—¡Papá! Iba a ver quién es, creo que es cheto, el siempre viene aquí a dejar el paquete —volteo a su costado dandole una hermosa sonrisa a su padre, quien Lionel solo vió aquello, más sonrió aliviado, pero no por ello su preocupación bajo

—nene, Papá o Papi son los que se encargan de abrir puertas, si es cheto no tienes aunque abrirla, mejor tienes que decirnos, ¿Si? Sabes que es muy peligroso aunque estemos en casa, no quiero que nada te pase mi vida —le dió un beso corto en la cabeza y mejilla al pequeño, Saúl al ser muy inteligente comprendió, no necesita de decirle ahora dos veces, solo se avergonzó y asintio con vergüenza.

El repartidor le había dado el gracioso apodo de "cheto" porque cada que dejaba un paquete ese hombre, tenía la Sabrita llamadas chetos en mano, aquello a Saúl le daba gracias y algunas veces hablaba con ese hombre, creía que sería el pero al ser reprendido amablemente por su padre no lo volverá hacer.

— ahora veamos quienes son —volvio a decir Messi al escuchar los toques insistentes.

Por parte del pequeño Saúl, vio como su Papi se asomaba desde la cocina con curiosidad, ya había escuchado todo lo que pasó con su hijo y no mencionó nada porque Lionel se encargó de ello.

Pero por extraña razón, se sentía emocionado de saber quiénes eran los de la puerta.

Que al momento que Lionel estaba abriéndola, el tiempo comenzó a pasar en lentitud, sus ojos de por sí abiertos, se abrieron mucho más, la sonrisa de su rostro se transformó en grata sorpresa, en un estado impasible, y el agarre inconsciente de su hijo se hizo más firme pero no a tal punto de lastimarlo.

Sus piernas flaquearon, y estaba seguro que Guillermo había reaccionado igual, sin saber que su esposo también estaba con una alegría rebosante, y pequeñas lágrimas colocadas en sus ojos.

Esas dos personas en la puerta se mostraron tan diferentes a ellos, pero allí estaban de pie frente a Lionel.

El más alto dió una sonrisa tranquila, una serenidad nunca antes vista, junto a unos ojos cansados y barba creciente.

—...ha, pasado tiempo... Lío.

Mientras que el otro que estaba a costado de el más alto, se había dejado crecer el cabello y un poco la barba, pero el aura de ambos no cambió, era sereno, era tranquilo, una paz enorme. Solo sonrió, característica suya.

— sonrían, que nos veamos así no significa que seamos pelotudos.

Trato de bromear, pero era la realidad, ese hombre de cabello largo estaba más nervioso que nada al estar frente a su ex-capitán y amigo.

Guillermo fue quien se acercó en abrazarlos, con rapidez había apagado la estufa, casi lanzándose en ellos entre lágrimas, tantos años de no verlos le había dolido pero saber que ellos se encontraban bien, esa herida era de soledad simplemente, desde que Antonela les dijo que solo trataban de buscar su propia paz de algo que les daño muy profundo, los habían dejado en soledad.

Pero allí estaban.

Su abrazo era firme, con sus ojos cerrados los abrazaba como si no quisiera que se separaran, pensando que si los soltaba ellos se esfumaran, su boca tembló levemente-- Enzo... Damián... Dios, tanto tiempo sin verlos... No... N-no puedo creer que estén aquí frente a mi —se separó soltando aún sus lágrimas, pero ahora su sonrisa estaba plasmada.

Lágrimas de alegría al ver que sus amigos se encontraba sanos y salvos.

Pero algo que notaron Damián y Enzo, fue el pequeño que cargaba Messi.

Por accidente, Enzo dejo caer la caja que tenía en manos, absorto de no haberlo notado.

Un mirar cálido y dulce, penetrante en la inocencia.

Junto al suyo, un mirar sereno que ha dejado fluir longevidad en su destino, pero detrás de las persianas, el furor de lo inexistente palpante.

Ambas miradas encontradas.

Dónde Damián también se había quedado absorto ante eso, sintiendo que su labio se estremecia.


















Little Things [MESSI X OCHOA] #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora