Capítulo 15

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Último capítulo, pero no entréis en pánico, pequeños saltamontes... todavía queda un epílogo ;)


Vale, esta vez no iba a romper una ventana.

Eso.

Como ya había anochecido, no tuve que preocuparme de que nadie me viera salir de casa y cruzar hasta llegar a la de Víctor. Me detuve en el lateral, donde solo veía la ventana del salón y, justo encima, la de su habitación.

Recogí una piedrecita inofensiva. Hora de ser suave.

Hice un primer intento y, aunque conseguí darle al cristal, no se oyó demasiado. Mierda. Volví a intentarlo, y le di a la pared. Mierda otra vez. Hice un último intento y di un pequeño salto cuando, de pronto, la luz de la habitación se encendió.

Objetivo: cumplido.

Víctor abrió la ventana y se asomó, frotándose los ojos.

—Pero ¿qué haces ahí? —preguntó con voz adormilada.

—¿No está claro?

—Lo único que tengo claro es que son las tres de la mañana.

—Estoy en medio de una crisis existencial.

Él suspiró, como intentando serenarse.

—¿Quieres que baje?

—Puedo subir yo.

—¿Sin matarte?

—Preferiblemente.

Víctor consideró sus posibilidades y, entonces, se apartó un poco para dejarme espacio.

Apoyé torpemente un pie en la ventana del salón y me agarré con fuerza al saliente de la otra. Después, me impulsé hacia arriba. El destino fue bueno conmigo e hizo que consiguiera agarrarme a la ventana de Víctor, que tiró de mi mano libre para ayudarme a subir. Tuvo la suficiente fuerza como para dejarme sentada en el alféizar.

—Uf, vale. —Ya estaba hiperventilando cuando soplé un mechón de pelo lejos de mi cara—. Podrías haber bajado tú, maleducado.

—¡Si te lo he ofrecido!

Pasé las piernas por encima del alféizar y aterricé al otro lado de la ventana. En su habitación, concretamente.

A ver, había estado ahí dentro alguna vez. La única diferencia era que antes éramos pequeños y no sabíamos cuál era la implicación de estar a solas en un dormitorio. Ahora ya habíamos crecido, pero aun así no hice ningún comentario. Me limité a carraspear para librarme del nudo de nervios que se me había formado en la garganta.

Víctor contaba con una cama individual bastante grande, una pared con una estantería y un escritorio, y un montón de ropa sin ordenar en el sillón del fondo. Por lo demás, había algún que otro poster sobre equipos de baloncesto que le gustaban. Nunca le había entusiasmado eso de decorar.

—Bonita habitación —comenté.

—Bonito pijama.

No entendí a qué se refería hasta que me di cuenta de que estaba conteniendo una sonrisa. Mi súper pijama, que consistía en unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, destacaba por sus ilustraciones de unicornios en patines.

—Lo tengo desde hace varios años, ¿vale? No me juzgues.

—He dicho que es bonito.

Solté un sonidito de desaprobación y, con toda la confianza del mundo, fui a sentarme en su cama. Crucé las piernas y empecé a balancearlas. Pensé que él se uniría a mí, pero se quedó un poco parado al verme. En lugar de acercarse, se metió las manos en los bolsillos y carraspeó.

Las luces de febrero #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora