8. Yo nunca, nunca

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MARATÓN 3 de 3

Annalía:

Llevo la mano a mi pecho como si de esa forma pudiese disminuir el ritmo acelerado de mi corazón y, cuando el timbre vuelve a sonar, sacudo mi cabeza y corro hacia la puerta. Es Sebas y una chica, no, decirle chica sería menospreciarla, es una mujer. Una muy, pero muy hermosa, con una sonrisa de dientes blancos perfectos capaz de encandilar a cualquiera.

—No cierres, el resto viene subiendo —dice Sebas entrando como Pedro por su casa en dirección a la cocina—. Traje cerveza y Lucas, una botella de vino de las de su abuelo. Te aviso desde ya que es adictivo y antes de que te des cuenta estás borracho.

—Sí recuerdas la parte de que soy menor de edad y Zack los matará si me dan algo de alcohol, ¿verdad? —pregunto, divertida ante su desparpajo, aun desde la puerta con su acompañante a mi lado.

Él asoma la cabeza por la entrada de la cocina.

—Por eso Linse y Susy traen refresco de naranja. Tu favorito, según Zack.

Mi mirada se dirige a la puerta del susodicho mientras algo en mi interior baila la Macarena por el simple hecho de que ha recordado mi bebida favorita. No soy tan tonta, ¿vale? Leo muchísimo y sé lo que significan las reacciones que mi cuerpo ha estado experimentando durante el día, pero no quiero darles nombre. Me aterran, pues Zack es la última persona a la que debo ver de esa forma. Él es familia.

Sebas vuelve a perderse dentro de la cocina y no tardamos en escuchar las puertas de la alacena abrirse y cerrarse.

—Soy Sofía, por cierto, la esposa del borracho.

—Annalía, la…

—Protegida de Zack Bolt. —Me interrumpe y da la sensación de que su sonrisa divertida esconde algo—. Cuando Sebastián me lo contó, no podía creerlo.

Ja. Tenía razón. Es Sebastián.

—Somos como familia.

—Lucas no cree lo mismo.

—¿Eh?

En ese momento, Zack sale de su habitación enfundado en una bermuda mezclilla y una camiseta ancha de color negro; su cabello, seco, siguen igual de rebelde que siempre.

—Joder, ¡Zack! —grita Sebas desde el interior de la cocina y el aludido, que se acercaba a nosotras, se detiene en el centro de la sala—. ¿Dónde carajos tienes el wiski que compraste la semana pasada?

—¡Me lo tomé! —responde a gritos mientras reanuda la marcha.

—No has tenido tiempo y… ¡Ajá! ¡Lo encontré!

Zack rueda los ojos con diversión.

—No sé cómo lo soportas todos los días, mujer. Deberían darte una medalla —le dice a la chica antes de atraerla a un abrazo.

—Tiene su encanto.

Antes de que pueda decir algo más, el resto de los amigos de Zack entran al apartamento y llámenme picúa si quieren, pero desde que la tal Cristal y Ara, su perrito faldero, ingresan, la sala se siente más pequeña. En mi humilde opinión, sobran en este lugar y si me lo permitieran, yo les daba una patadita en el trasero para que regresaran por donde mismo vinieron.

—Voy a darme un baño —le digo a Zack cuando sus amigos parlotean uno encima del otro sobre cómo haremos las cosas.

—Puse una toalla limpia en el baño y ponle pestillo a la puerta. Estos idiotas no tienden a pedir permiso antes de entrar.

Asiento con la cabeza y tomando mis cosas, me encierro en el baño. Luego de una ducha rápida, me pongo un pantalón mezclilla, una sudadera gris corta que deja al descubierto mi ombligo y dudo varias veces si ponerme los tenis. Es decir, estaremos en casa, ¿por qué tendría que ponérmelos? Zack anda descalzo.

Contigo, en todos los idiomasWhere stories live. Discover now