25. Vacaciones de fin de año

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ANTES DE COMENZAR...

Lamento el retraso, sé que han pasado más de 20 días desde la última actualización, pero he tenido un bloqueo infernal, lo que empeoró cuando mi abuela comenzó con dengue y tuvimos que ingresarla en el hospital muy malita; luego le tocó a mi madre. Gracias a Dios, ahora las dos están bien.

Espero que este pequeño maratón compense tanta espera...

MARATÓN 1 de 3

Zack:

La despedida con Erick fue dura. Honestamente, jamás pensé que me fuera a encariñar con ese mocoso alemán, pero tengo que admitir que pasar tiempo con él, aunque al principio lo hacía por Annalía, terminó convirtiéndose en una de las mejores partes de mi día.

Es un niño muy divertido, súper inteligente y demasiado observador para solo tener seis años. Sin que nadie le dijese nada, supo que Lía me gustaba y me incitó a declararme, incluso me dijo, en un alemán muy enojón, que era un idiota por perder el tiempo. Por supuesto, inicialmente no le entendí, así que tuvo que ponerlo en el traductor. Juro que en ese entonces no supe si reír o darle un coscorrón, jugando, no me malentiendan.

Creo que, a partir de ese día, nuestra relación comenzó a estrecharse y gracias a él, sé algunas palabras en su idioma, algo que jamás pensé que pasaría.

El punto es que, con el paso del tiempo, se metió en mi mente y sí, en mi corazón, porque puedo admitir con total seguridad, que quiero a ese pequeño diablillo que, cuando sonríe, me alegra el día.

Feliz por verlo recuperado, triste por saber que no podré compartir tanto tiempo con él, lo vi alejarse en el auto de la asistente social mientras la opresión en mi pecho amenazaba con asfixiarme. Ni hablar de Lía, ella sí estaba totalmente destrozada.

Han pasado trece días desde entonces y de ellos, lo hemos visto personalmente ocho y el resto hemos hablado por videollamada, algo que le encanta. En navidad pasamos toda la mañana y una buena parte de la tarde en el orfanato con todos los pequeños a los que les llevamos regalos. Está de más decir, el rostro de felicidad que tenían, fundamentalmente Erick, que no se aparató ni un momento de nosotros.

Verlo tan contento, vivaracho y ser receptor de sus muestras de afecto, sus besos, abrazos, sus intentos de hacernos cosquillas, el cómo le encantaba sostenernos las manos o cómo buscaba estar en contacto con nosotros cada segundo, me hizo tomar una decisión. La más importante de toda mi vida y una que había estado evaluando desde incluso antes de que saliera del hospital.

Adoptarlo.

Sí, lo que escucharon.

Quiero adoptarlo y no, no me he vuelto loco. Es una decisión que he tomado luego de pensarlo mucho, pues sé que será un cambio radical en mi vida, pero creo que estoy listo para enfrentarlo. Tengo veinticinco años, soy un hombre hecho y derecho, responsable, con un trabajo estable y mucho cariño para dar.

¿Soy fiestero? Sí, lo normal para alguien de mi edad, supongo; pero, a diferencia de lo que podrían pensar muchos, adoptarlo no frustrará mi juventud ni nada por el estilo. Tengo una familia numerosa que estará más que dispuesta a cuidarlo por una noche, además, no es que el hospital me deje mucho tiempo libre. Erick es un niño tranquilo e independiente, lo que me facilitará mucho las cosas y creo que puedo hacerlo funcionar.

Y si se lo preguntan, no lo estoy haciendo por Annalía.

Ella ha dejado claro en varias ocasiones que desearía que alguien de la familia lo adoptara, pero pueden vivir convencidos de que jamás tomaría una decisión tan importante solo por eso. Quiero adoptarlo porque ese pequeño se adueñó de mi corazón, montó una base de campaña en él y no tiene intenciones de salir, tampoco quiero que lo haga.

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