¡ 07 ; un mal día !

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Era un septiembre templado, pero Matthew se vió obligado a rescatar uno de sus grandes jerseys de cuello alto del fondo del armario. Aquella marca rojiza seguía ensuciando su piel aún cuando despertó creyendo que sólo había sido un sueño.

Por suerte para él, el cielo había amanecido encapotado, igual que su estado de ánimo. ¿Se estaba trastornando? Creía que ya había superado la etapa de obsesionarse con chicos que acababa de conocer.

La noche anterior apenas pudo descansar un par de horas y, cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Jiwoong devorando su cuello le impedía relajarse. La zona marcada permanecía caliente, y pensar en el sueño hacía su pulso acelerarse.

Sus párpados pesaban, y su cabeza no podía concentrarse en nada que no fuera el chico de cabellos negros. Nada tenía sentido, aquella marca se sentía pesada en su piel, recordándole a cada segundo lo surrealista de su aparición.

Aquel no sería un buen día.

Cuando llegó al instituto, el timbre había tocado hacía ya diez minutos.  Tuvo que correr desesperado por los vacíos pasillos hasta llegar al aula de biología. La señora Choi ya estaba al frente de la clase, con su usual expresión de odio hacia la humanidad, haciendo caso omiso de los adormecidos rostros de los estudiantes.

Tímidamente golpeó la madera, preparándose mentalmente para la reprimenda de la estricta mujer. La puerta se abrió, demasiado ruidosa para el gusto de Matthew, y la profesora fijó su vista en él por encima de las gafas con montura de mariposa.

— ¡Alabado sea el señor! Seok Matthew ha decidido honrarnos con su presencia... —hizo una pausa dramática para comprobar la hora en su reloj de imitación— sólo quince minutos tarde.

Matthew se resignó a agachar la cabeza y soportar la mirada de desagrado de la señora Choi. Aquella mujer parecía que acabara de pisar una cucaracha especialmente grande de manera permanente, con su rostro arrugado contraído en una eterna mueca de desprecio y suficiencia.

— Lo lamento, señora Choi, mi despertador se ha roto ¿Puedo pasar? —su voz sonó suave y tintada con todo el respeto que fue capaz de fingir.

— Yo creo que debería ir al despacho del director a contarle los motivos por los cuales ha interrumpido mi clase, quizá él pueda echarle una mano con su despertador averiado. Retírese.

Todos sabían que después de un retírese de parte de la condescendiente mujer, era inútil discutir. Tampoco se veía con fuerzas para hacerlo. Matthew suspiró y cerró la puerta de nuevo, y arrastrando los pies se dirigió al despacho del director.

Definitivamente, aquel no estaba siendo un buen día.

— ¡Ey, Mattchu, espérame!

Gyuvin, tan ruidoso como siempre, corría por el pasillo esquivando a los aburridos estudiantes para alcanzar a su amigo. Toda la población estudiantil ya estaba acostumbrada al enérgico chico y sus ruidosos modales. Aún chocó con un par de estudiantes antes de lograr alcanzar a Matthew.

— ¡Buenos días, Mattchu!

Gyuvin pasó su brazo sobre los hombros de Matthew, apoyando su peso en él. El chico le sacaba algo más de una cabeza, y sus pieles contrastaban a la perfección.

Habían sido amigos desde la infancia, Gyuvin se pegaba a él como una pequeña lapa y Matthew se encargaba de procurar que el alocado niño no se metiera en problemas. Sus vidas se entrelazaron y ya veían el estar juntos como algo natural, con sus juegos y sus personalidades complementarias.

Matthew siempre fue alguien tranquilo, tímido y amable. Era un chico dulce y cariñoso, que regalaba sonrisas allí donde fuera. Era como una suave brisa cálida, mientras que Gyuvin era... como un huracán ruidoso y destructivo. Había veces en las que Matthew pensaba que su mejor amigo se había quedado en los siete años, pero aún así lo adoraba.

— ¿Qué tal tu día, pequeñín?

— Gyu, soy sólo casi cinco meses menor que tú.

Aquella discusión estaba perdida.

— ¿Y bien?

Matthew suspiró. — Choi me ha mandado con el director.

Gyuvin rió.— Déjame adivinar, has vuelto a llegar tarde.

Matthew asintió pesadamente.

— ¡Ay, pequeño Matt! ¿Cuándo aprenderás? —fingió un tono de reprimenda— ¿Te han castigado?

— Tengo que limpiar el aula de biología el viernes a la salida.

Aquello sonaba peor que una sentencia de muerte, y, como si de eso se tratara, Gyuvin se separó de él y puso las manos en sus hombros.

— Lo siento, amigo —dijo seriamente.

Matthew suspiró.— Anda, vámonos a casa.

Gyuvin recuperó su actitud saltarina y los dos chicos caminaron entre risas hacia la salida del instituto.

El aparcamiento ya estaba a rebosar de alumnos deseando llegar lo antes posible a sus casas para empezar a disfrutar del fin de semana. Ni Matthew ni Gyuvin tenían coche, por lo que se limitaron a sortear la masa de gente hacia el exterior.

El humor de Matthew había mejorado con tan sólo una pequeña dosis de las estupideces de su amigo, y la expectativa de un fin de semana de sofá y manta era muy tentadora. La hermosa sonrisa volvió a endulzar sus facciones, como de costumbre.

— Matthew.

Las piernas y el corazón del chico se paralizaron simultáneamente cuando escuchó aquella profunda voz pronunciar su nombre.

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