Capítulo XIV

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Conducía por la autopista como si se tratase de un robot. Mikey iba al volante, pero su mente estaba en una incertidumbre constante.

¿Cómo pudo ser posible que llegase a suceder lo que pasó con Hanagaki? ¿Cómo pudo caer ante la pasión desenfrenada que lo llevó a actuar sin control? ¿Cómo pudo traicionar el juramento de amor que firmó el día que se casó? ¿Cómo pudo engañar a un buen hombre que lo amaba con devoción?

¡¿Cómo fue posible que pensara que un sentimiento tan profundo murió, cuando él sabía que estaba atrapado en el fondo de su corazón?! ¡¿Cómo?! ¡Maldita sea! ¡¿Cómo pudo engañarse a él mismo?!

Sano salió de la carretera y se estacionó, antes de que sus pensamientos le nublaran la poca cordura que le quedaba y se saliera de control. Poniendo su vida en riesgo al provocar un accidente que, claramente, podía evitar. El arquitecto puso las luces de emergencia y respiró; recostándose sobre el timón, mientras observaba sus manos temblar sin razón. Bueno, sí había una explicación, un motivo de fuerza mayor que lo hizo frenar la acción de conducir hasta llegar a su hogar.

«Mi hogar... ¿Cómo podré ahora llamarlo mi hogar?» pensó, golpeando levemente una y otra vez la frente contra el timón.

Manjirō se sintió fatal. Sintió que la cabeza le iba a explotar. ¿Cómo iba a llegar a su casa e iba a saludar a su esposo como si nada hubiese pasado? ¿Cómo iba a besarlo sin dejar de buscar el elixir que salía de los labios del hombre que hace poco había profanado? ¿Cómo iba a acariciarlo si sus dedos solo querían tocar la calidez de la piel ajena que había tomado? ¿Cómo iba a hacerle el amor, si al único que quería tener metido bajo las sábanas era al diseñador?

¡¿Cómo iba a entregarse a él, si era otro el que le había robado el alma y el corazón?!

—Sanzu, perdón. ¡Perdóname, por favor! —espetó, mientras echaba la cabeza hacia atrás para dejarla descansar en el respaldo del sillón—. ¡¿Qué diablos voy a hacer?!

El arquitecto pensó una y otra vez las palabras que iba a utilizar cuando estuviera frente a él. Tenía temor por cómo lo iba a tratar. Sin embargo; aunque la culpa no lo dejaba de atormentar debía callar. Debía esperar hasta solucionar todo lo que pasó con el diseñador.

Ellos se habían vuelto a entregar, habían vuelto a traicionar, habían vuelto a sucumbir a la pasión. Habían vuelto a hacer el amor sin razón y sin explicación. Sucumbiendo al fuego incesante de la pasión. Lujuria que los marcó desde el día en el que sus almas se fundieron en un solo ser.

Manjirō sacudió la cabeza de un lado al otro, intentando disipar el calor que lo embriagó cuando recordó cómo Takemichi jadeó cuando lo poseyó; cómo su sangre hirvió cuando lo penetró y cómo su mirada brilló cuando lo desterró. Arrastrándolo al infierno del que nunca se liberó.

Un infierno del que ninguno de los dos salió. Su propio infierno. Su propia condena.

Sano suspiró pesadamente, antes de continuar con la faena. Él cogió el volante y observó la carretera, esperando que se liberara la arteria. Sin embargo, cuando estuvo a punto de enfilarse, se detuvo al instante, pues su celular comenzó a sonar incesante. El arquitecto lo sacó de su pantalón y con desánimo contestó, sin siquiera contemplar el nombre de quién estaba al otro lado del auricular.

Mikey, ¿cómo estás? ¿Estás ocupado? —inquirió la tranquila voz del hombre que lo llamó.

—Sa-Sanzu, eres tú —balbuceó, nervioso. Él no pensó que fuese su marido el que lo estuviese llamando. ¡Qué imbécil! Cómo no lo iba a llamar si ya era tarde—. Perdóname, estoy manejando.

A puerta cerrada [MaiTake]Where stories live. Discover now