CAPÍTULO 23

86 6 1
                                    


— ¿Querías advertirme de que a tu hermana le gusta escribir cartas?

—No, por supuesto que no —farfulló—. Sólo es que me has preguntado si estaba bien, y yo he contestado que, por supuesto, y te he contado dónde estaba, y luego hemos perdido por completo el hilo y…

Draco puso una mano sobre la suya, y consiguió por fin interrumpirlo.

— ¿Qué tenías que decirme, Harry?

La observó con interés mientras enderezaba los hombros y apretaba la barbilla. Parecía que se estuviera preparando para una tarea horrible. Luego, con una gran frase apresurada, dijo:

—Sólo quería que supieras que he retirado mis objeciones a tu petición de mano de Pansy.

De pronto, Draco sintió su pecho un poco hundido.

—Ya... veo —dijo, no porque entendiera, sólo porque tenía que decir algo.

—Admito mis prejuicios contra usted —continuó rápido— pero he podido conocerle desde mi llegada a Aubrey Hall, y con toda conciencia, no puedo permitir que siga pensando que iba a interponerme en su camino. No... no sería justo por mi parte.

Draco se quedó mirándolo, sin palabras. Había algo deprimente, se percató débilmente, en el hecho de que él aceptara que se casara con su hermana ya que había pasado la mayor parte de los dos últimos días combatiendo una necesidad imperiosa de besarlo hasta dejarlo sin sentido.

Por otro lado, ¿no era eso lo que él quería? Pansy sería una esposa perfecta.

Harry no.

Pansy cumplía con todos los criterios que él había establecido cuando decidió que por fin ya era hora de casarse.

 Harry no.

Y desde luego no podía coquetear con Harry si su intención era casarse con Pansy. Le estaba brindando lo que él quería, exactamente, se recordó, lo que él quería: Pansy se casaría con él la semana próxima con la bendición de su hermana si así lo deseaban.

Entonces ¿por qué diantres quería cogerlo por los hombros y sacudirlo y sacudirlo y sacudirlo hasta que retirara cada una de aquellas fastidiosas palabras?

Era aquella chispa. Aquella maldita chispa que nunca parecía apagarse entre ellos. Aquel espantoso hormigueo de reconocimiento que le consumía cada vez que él entraba en una habitación o tomaba aliento o movía la punta del pie. Aquella desazón de saber que él sería capaz, si se daba la oportunidad, de amarlo.

Que era lo que más miedo le daba del mundo. Tal vez lo único a lo que tenía un miedo atroz. Era irónico, pero la muerte no era algo que le asustara. La muerte no asustaba a un alfa que estuviera solo. El más allá no infundía ningún terror cuando alguien había conseguido evitar los vínculos terrenales.

El amor era algo verdaderamente espectacular y sagrado. Draco lo sabía. Lo había visto cada día de su infancia, cada vez que sus padres se miraban o se tocaban la mano. Pero el amor era el enemigo de un alfa que iba a morir. Era lo único que podía convertir el resto de años en algo intolerable: saborear la dicha y saber que todo le iba a ser arrebatado. Y era probable que ése fuera el motivo de que, cuando Draco reaccionó finalmente a las palabras de Harry, no la estrechara en sus brazos y lo besara hasta dejarlo sin sentido, no apretara sus labios contra su oreja y le quemara la piel con su aliento, para asegurarse de que entendía que estaba loco por él, no por su hermana.

Nunca por su hermana.

En vez de eso, continuó observándolo sin inmutarse, con la mirada mucho más serena que su corazón, y dijo:

He Viscount Malfoy, he who loved me. "Él vizconde Malfoy, él que me amó."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora