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Ese movimiento, tan simple y efímero, marca el inicio del fin, la culminación del periodo de gracia que se nos permitió luego de volver a casa. No sé en qué forma llegará el castigo, ni cuando, pero sé que una vez termine, no me quedará nada. Sin embargo, al registrar su significado, me abarca un sentimiento de profundo alivio, pues sé que no hay nada más que pueda hacer, ningún juego que pueda jugar para enmendarlo, y que soy libre de actuar como solo yo sé hacerlo.

Pero aún no. Debo volver a casa, dado que cualquier plan que se me ocurra incluirá a mi madre y Prim, además de Peeta y Haymitch. Y a Gale y su familia, si acepta venir. El bosque es nuestra mejor opción, aunque aún debo trabajar en los detalles, como adónde iremos o cómo lograré que todos vengan. Pero me deja más tranquila el saber exactamente qué haré.

Entonces levanto la cara y sonrío sinceramente mientras el presidente propone que nuestra boda se realice aquí mismo, en el Capitolio.

—Aunque antes de poder poner una fecha, debemos aclararlo con tu madre, ¿eh, Katniss? —dice el presidente y me rodea con un brazo. El público ríe al unísono—. A lo mejor si todos nos esforzamos, lograremos casarte antes de que cumplas treinta. —Se refiere al comentario que dio mi madre sobre Peeta el día que llegamos a casa. Tanto ella como Prim fueron entrevistadas por varios reporteros, y cuando se le preguntó qué opinaba de mi "nuevo novio", mi madre dijo que aunque Peeta fuera un muy buen chico, era yo muy joven para estar en una relación. Y aun cuando a lo mejor lo dijo para las cámaras, es verdad que no acepta completamente a Peeta todavía, pero supongo que las madres no son el fuerte de ninguno de los dos.

—Seguramente habrá que crear una nueva ley —respondo juguetonamente.

—Si no me queda de otra —repone, como si conspirásemos juntos.

Ay, sí, cuánto nos divertimos.

La fiesta que se celebra en nuestro honor en la mansión presidencial no se puede comparar con las cenas en los distritos. El techo de la sala de banquetes ha sido transformado en un cielo nocturno, adornado con las mismas estrellas que se pueden ver desde casa. Me pregunto si aquí se ven las mismas, aunque sería imposible saberlo, pues en la ciudad hay demasiada luz para ver los astros. Las mesas han sido removidas, y en su lugar, un sinfín de sillones, sillas y sofás rodeados de chimeneas, estanques de peces que nunca he visto, y jardines de flores de mil colores las reemplazan. Los músicos flotan en lo que parecen nubes, pero no puedo ver qué los mantiene en el aire. La gente viene y va, ríe, come, bebe y hace lo que le place.

En el centro del salón hay una zona con piso de baldosa que sirve para todo: Escenario para los intérpretes, que cambian cada media hora; espacio para que los invitados se conozcan y conversen; e incluso como pista de baile. Pero, al menos para mí, la verdadera protagonista es la incontable comida que rodea todo el recinto. Mesas y mesas llenas de manjares que no me habría atrevido siquiera a soñar, dispuestas para el consumo: Cerdos, cabras y vacas enteros asándose en vivo, y la gente haciendo fila pacientemente para tomar un trozo; varias fuentes de todo tipo de vinos y ríos de diferentes licores que cruzan el salón, los cuales Haymitch no abandona por el resto de la noche; un sinfín de bandejas de aves rellenas de frutas, frutos secos y salsas que no puedo nombrar; criaturas marinas rodeadas de un millón de condimentos diferentes; incontables quesos; verduras; dulces; panes; postres; y piscinas enteras de todo tipo de sopas.

Con la tranquilidad que mi plan improvisado me provee y el hambre que me han traído semanas sin poder dar un bocado a consciencia, la comida frente a mí ruega por estar en mi estómago, y estoy lista pata cumplir sus deseos.

Peeta está parado junto a mí, tan maravillado como yo. Me acerco a él y le grito al oído, pues la música es demasiado fuerte:

—¿Te atreves a probarlo todo conmigo?

Una historia diferente | En llamas y SinsajoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora